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HISTORIAS DE UN TÍO ALTO | NBA
Columna
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Cambio de cromos

En el colegio tuve mi única experiencia de primera mano con la fecha límite para las transferencias. Los viernes, durante 20 minutos, podíamos elegir los clubes que quisiéramos para todo el semestre. Para mis amigos y para mí (y para los jóvenes estadounidenses en general), los cromos de béisbol eran nuestra colección preferida. Así nació El Club de los Cromos de Béisbol.

Un día realicé a sabiendas un intercambio de cromos desigual con mi amigo Wesley. Le ahorraré los detalles al lector porque estoy seguro de que no le interesan. Sólo tengo que mencionar las repercusiones para que se puedan hacer una idea: esa noche, la madre de Wesley llamó a la mía para contarle que había timado a su hijo. Al día siguiente deshice mansamente el intercambio.

Las madres no determinan la fecha límite para las transferencias en la NBA. Aunque, cuando uno escucha los análisis de los intercambios en la NBA, pensaría que deberían hacerlo. Por ejemplo, la semana pasada, cuando Dallas Mavericks compró a Caron Butler a Washington Wizards, la opinión pública creía que Donnie Nelson, de los Mavericks, había envenenado la bebida de Ernie Grunfeld, de los Wizards, sólo para desaparecer en la noche con el mejor jugador de los Wizards en su mochila y con algunas cheerleaders colgadas de cada brazo.

No todos los directores técnicos de la NBA fueron creados iguales, pero es poco probable que uno o más de uno tengan una discapacidad funcional, que es lo que dan por supuesto los analistas en gran número de los acuerdos. Cada equipo tiene sus motivos. Muy pocos de nosotros los entendemos del todo.

Además de la inteligencia de los directores técnicos, hay otros factores de peso. Como la pura chiripa. La dirección técnica de los Bulls se deshizo de varios jugadores antes del plazo. Junto con ellos, se deshizo del lastre de sus contratos con la esperanza de que será capaz de engatusar a uno de los jugadores independientes de renombre de este verano (James, Wade, Bosh, Stoudemire) para que juegue en el United Center, su pabellón. Pero supongamos que algo se tuerce en la visita para fichar a LeBron James. ¿Qué pasaría si las ostras del restaurante de cinco estrellas le dieran diarrea? ¿Qué pasaría si un turista le mirase de manera extraña y le dejara con una sensación desagradable? Entonces, cuando James vuelva a firmar por Cleveland, Gar Forman quedará como un idiota aunque probablemente haya dado todos los pasos que tiene que dar antes de la fecha límite para las transferencias de 2010.

Irónicamente, si se hubiese consumado el cambio de cromos de béisbol de mi juventud con Wesley, con el tiempo, él habría salido ganando. Los cromos que me dio perdieron valor y los que yo le di lo ganaron. Algo así como el ahora menos infame intercambio de Gasol por Gasol y Randolph entre los Lakers y los Grizzlies.

Naturalmente, la lección es que los intercambios, como el propio baloncesto, son imprevisibles. Pocas veces resultan ser tan desiguales como aparentan.

Y ésa es probablemente la razón por la cual la NBA no deja que las madres los supervisen.

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