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Columna
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Cien veces Pep

Ramon Besa

El éxito deportivo del Barça durante el mandato de Laporta se explica a partir de la figura de dos personajes antagónicos y, sin embargo, igualmente decisivos en el inventario. Uno responde al nombre de Ronaldinho, cuya sonrisa acabó con el via crucis emprendido por el club desde la salida de Núñez, crucificado por el cruyffismo y resucitado magistralmente en Crackovia, el programa de TV-3 tan saludable y necesario como el partido de cada fin de semana. Y el segundo es, por supuesto, Pep Guardiola, quien terminó con la samba del mago playero Ronnie y organizó el equipo alrededor de la cantera de La Masia, la academia barcelonista de toda la vida, y del fútbol de calle de Messi.

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Guardiola celebró el sábado su partido número cien en el banquillo del Camp Nou con una goleada que expresa fielmente su ideario. Acabaron jugando diez futbolistas formados en los equipos inferiores. A pesar de la ausencia de Xavi, la mejor expresión del juego barcelonista, el equipo fue perfectamente reconocible por las cosas que enseñó y también por las que se le adivinaron. Ahí está Thiago Alcántara como muestra de que la fábrica barcelonista no deja de producir centrocampistas únicos y singulares por su manera de entender el fútbol. Guardiola no sólo tiene a su equipo metido en la cabeza, sino que su barcelonismo integrador le exige saber también del fútbol base y del club.

A veces, da la sensación de que Guardiola funciona hoy como Pepe Samitier en los años veinte, cuando la entidad adquirió el carácter popular, integrador y contemporáneo que con el tiempo le permitió alcanzar la divisa de més que un club. Guardiola es el hilo conductor de los mejores valores del barcelonismo, la síntesis del mejor Barça, la catarsis que ha permitido superar una de las fracturas más desgarradoras de la institución que dividía el mundo entre cruyffistas y nuñistas. No sólo ejerce como portavoz autorizado del més que un club, sino que también es el mejor divulgador del dream team, las dos causas que han marcado la expansión social y futbolística del Barcelona.

No es casualidad que la gent blaugrana crea que Guardiola sería el mejor presidente del Barça a pesar de que su única obsesión es la de conseguir la perfección de su equipo. Pocas imágenes resumen mejor su manera de ser que la carrera emprendida por la banda de Stamford Bridge cuando Iniesta marcó el gol que llevaba al Barça hasta Roma. Guardiola se sintió de nuevo como aquel recogepelotas que se agarró del pescuezo de Víctor Muñoz para celebrar la clasificación azulgrana para la final de Sevilla después de abatir al Gotemburgo en el Camp Nou. Javier Marías diría de nuevo, y con razón, que "el fútbol es la recuperación semanal de la infancia".

Guardiola le ha dado al Barça la misma identidad que en su día le proporcionaron figuras como Oriol Tort o Ángel Mur y ahora le procura Carles Naval y Paco Seirul·lo. Desde la inteligencia emocional y racional, ha practicado la autoestima y ha combatido el victimismo con tanto acierto que ha pasado a ser la excusa del madridismo después de ser la causa del barcelonismo. La grandeza de Guardiola es haber conseguido que la afición no esté pendiente de los títulos que se pueden perder o ganar, sino de sentirse orgullosa de pertenecer a un equipo que juega al fútbol de manera tan particular, noble y bonita, un tesoro para un pueblo como el catalán, que siempre encontró fórmulas mixtas, en deporte, política y economía, para combatir al rodillo imperialista.

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Sobre la firma

Ramon Besa
Redactor jefe de deportes en Barcelona. Licenciado en periodismo, doctor honoris causa por la Universitat de Vic y profesor de Blanquerna. Colaborador de la Cadena Ser y de Catalunya Ràdio. Anteriormente trabajó en El 9 Nou y el diari Avui. Medalla de bronce al mérito deportivo junto con José Sámano en 2013. Premio Vázquez Montalbán.

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