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SILLÓN DE OREJAS
Columna
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¡Agárrame ese vampiro!

Manuel Rodríguez Rivero

En el mundo del libro las modas se repiten más que el ajo, o por usar un símil acorde con estas páginas culturales, que los invitados de los Institutos Cervantes. Un editor consigue pescar un éxito de ventas y, de inmediato, la misma charca se llena de anzuelos lanzados por la competencia, a ver si pica otro. Sobre todo ahora, cuando el planeta libresco suspira por el advenimiento de un nuevo Dan Brown, o una nueva J. K. Rowling, o un nuevo Larsson (no caerá esa breva, y perdonen la irreverencia post mórtem) que traiga la alegría a este decaído y vomitivo (lo digo por las constantes devoluciones) clima posnavideño. La moda que se repite y se amplifica en este Zeitgeist ceniciento es (sin olvidar la de las novelas históricas y "negras") la de las narraciones de terror. Los catálogos de las editoriales norteamericanas y británicas rebosan de zombis, vampiros y paisajes posapocalípticos, pero el libro-salvador por el que todos apuestan es, sin duda, The Passage, de Justin Cronin, primera parte de una trilogía vampírica cuyos derechos cinematográficos han sido adquiridos para una película que podría dirigir Ridley Scott. Ballantine, una marca de Random House (propiedad a su vez de Bertelsmann, una de las cinco mayores corporaciones globales de "contenidos", id est, de ideología dominante, sección entretenimiento), compró los derechos de la trilogía por algo más de 3,5 millones de dólares, de manera que se esforzarán en rentabilizar la inversión. Su autor tiene 47 años, se graduó en Harvard, estudió escritura creativa en los prestigiosos talleres de la Universidad de Iowa, y obtuvo un Pulitzer por su primer libro de relatos, del que consiguió vender poco más de 3.000 ejemplares. Pero se conoce que Cronin quería menos prestigio y más público, una tentación demasiado humana (quizás, de seguir vivo, hasta mi venerado Juan Benet se habría decidido a introducir un vampiro en Región). ¿El argumento? Miren, a mí me suena no sólo a déjà lu (pienso en el clásico de Richard Matheson, Soy leyenda), sino también a déjà vu (las películas 28 días después, de Danny Boyle, y la secuela 28 semanas después, de Juan Carlos Fresnadillo). Juzguen ustedes mismos: tras una apocalíptica epidemia vírica que ha causado millones de víctimas, los difuntos se transforman en vampiros; pero resulta que hay una niña inmune en la que se refugian las esperanzas de la sufriente Humanidad... Ignoro cómo con eso (nada que ver con Tolstói, como ven) se ha construido una novela de 720 páginas que ya cuenta con el ditirámbico espaldarazo de Stephen King. Por cierto, el libro no se publicará en EE UU y Reino Unido hasta junio. Si no pueden aguantar hasta entonces su apetito de vampiros les aconsejo que vayan abriendo boca con la muy entretenida Un lugar incierto (Siruela, a la venta el 15 de febrero), de Fred Vargas, cuya trama se inicia con el hallazgo de diecisiete pares de zapatos con sus respectivos pies (cortados) dentro. En cuanto a zombis literarios autóctonos, Plaza & Janés acaba de publicar Los días oscuros, de Manel Loureiro, segunda entrega de la saga Apocalipsis Z (la primera fue publicada por Dolmen y logró cierto succés d'estime entre los aficionados); les confieso que no la he leído, pero debo reconocer que las ilustraciones del folleto promocional dan bastante asquito.

Crepúsculos

Acabo de terminar la falsa novela / falsas memorias (dos negaciones afirman, pero aquí no sé bien qué) de Joaquín Leguina (La luz crepuscular, Alfaguara). Al autor ya le envidiaba que se hubiera atrevido a escribir un relato (creo que no llegó a publicarlo, lo leí en manuscrito) sobre un célebre adulterio literario, con un avión descapotable de por medio gracias al cual la protagonista volvía a casa bastante bronceada. Desde ahora le envidio también esta "novela" en la que la vida profesional y la pública (que no la "sentimental y familiar" de su protagonista: menudo truco) son trasunto de la del autor. Leguina cuenta la historia de su personaje, Ángel Egusquiza, con mucha (y variada) miga (profesional, política, erótica), en la que no es siempre sencillo (¿y para qué hacerlo?) separar autobiografía y ficción. La primera parte (infancia, juventud) me ha interesado menos que el posterior (y oblicuo) retrato de grupo de una generación que hizo y deshizo en la Transición y más tarde, durante la primera etapa socialista, cuando Marx ya no era lo que fue, la alta cultura (ópera incluida) estaba de moda, y había quien vivía la política (no el autor) como si fuera una fiesta movible. Leguina, que mandó mucho, aprendió mucho: del poder, de la lealtad, de los amigos. Y todo viene "trasuntado" (en tercera y primera persona) en esta historia protagonizada por ese señor Egusquiza, a la vez Hyde y Jekyll (y golem) de Leguina. En cuanto al morbo, bueno, también lo hay, pero no he encontrado mucho que no estuviera ya en Conocer gente (Aguilar, 2005), sus (verdaderas) memorias políticas. Y, además, sus dardos a lo de ahora tampoco son de anatema, a pesar de que los medios le inciten a lanzarlos a cambio de hacerle al libro la campaña de promoción. El (para mí) mejor presidente que ha tenido la CAM (vaya, otra vez estas siglas) nunca ha disimulado sus antipatías. En un momento clave, prefirió a Bono, que no es precisamente un ultraizquierdista, y ha criticado a menudo lo que llama "ocurrencias" (y a veces lo parecen) del señor de la Moncloa y sus chicas y chicos. En fin, ahí tienen un libro entretenido, entre la autobiografía fingida y la novela (que siempre finge, aunque cuente la verdad). Léanlo, sobre todo si ya han cumplido los cincuenta, hipócritas y crepusculares lectores, mis semejantes, mis hermanos.

Soles

Tres libros hay en el año que relumbran más que el sol. En ellos depositan sus esperanzas nuestros libreros, que ya están un poco hartos de que (casi) lo único que se mueva en la larga cuesta de enero sean las ediciones de bolsillo. Tres libros de los tres (más) grandes grupos van a competir por un buen share en nuestro chuchurrío mercado: en épocas de vacas gordas se venderían todos, pero ahora el gasto se ha hecho selectivo. En febrero dispara Planeta, con Venganza en Sevilla, de Matilde Asensi, una novela de intriga histórica (¿les suena?) ambientada en la capital del Guadalquivir durante el seiscientos. Y en marzo lo hará la competencia: Plaza & Janés (Random House) se descuelga con Dime quién soy, de Julia Navarro, una narración con telón de fondo histórico (¡sorpresa!) protagonizada por una mujer (burguesa y revolucionaria, esposa y amante, espía y asesina: lo tiene todo) cuya peripecia atraviesa casi todas las tormentas del siglo XX. En el mismo mes se pondrá a la venta El asedio (Alfaguara, Grupo Santillana), de Arturo Pérez-Reverte, trepidante novela ambientada en el Cádiz asediado de la Guerra de la Independencia. Tres libros con historia para salir de una vez de esta crisis histórica. O no.

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