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Columna
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Mastines

Los guardaespaldas de políticos, de financieros e incluso de dignatarios eclesiásticos tienen hoy un diseño exterior, que marca una tendencia estética, mitad ángel, mitad gorila. Aunque todos son productos de gimnasio y sus músculos podrían intercambiarse, los distingue un aura especial según el jefe al que tratan de proteger. No es lo mismo el guardaespaldas de un mafioso ruso que uno de esos elegantes matones con aire de diáconos, que orlan la figura del Papa cuando abandona el Vaticano. Un mafioso ruso baja del coche blindado y entra en un hotel de Moscú rodeado de media docena de sicarios con chupas de cuero abiertas, que muestran colgando de ambas axilas dos pistolones como patas de cordero. En cambio, los guardaespaldas del Papa llevan, tal vez, chaleco antibalas de Armani o de Prada, muy flexibles, que no les impiden moverse como panteras. La coraza de los antiguos guerreros se ha convertido hoy en una prenda interior, en fina lencería de acero, frente al azar de los asesinos. Los chalecos antibalas ya forman parte de la alta costura. En el fondo el Estado sólo es una organización, cada día más costosa y compleja, para que los pobres no maten a los ricos, pero hoy legiones de desheredados han hallado en el fanatismo su liberación y el fanatismo, similar a la venganza, ha hecho síntesis con el poder de destrucción de la alta tecnología. Ante la paranoia general se impone el reinado de los mastines y ya no valen las viejas plegarias. Cuatro esquinitas tiene mi cama, cuatro angelitos que me la guardan, recitaban nuestras madres para que conciliáramos un sueño seguro. Pero aquellos angelitos hoy están obligados a llevar una pistola del nueve largo si aquel niño, que dormía en la cuna, se ha convertido en un gerifalte o lo desnudan con sumo desprecio si sólo es un ciudadano corriente que va a tomar el avión. Los mastines son parte esencial de la política. Hasta ahora su misión consistía en proteger a sus jefes, pero han terminado por marcarles la agenda y pronto serán ellos los que los creen de la nada, como la guardia pretoriana acabó nombrando emperadores. De momento los ángeles de la guarda con pistola vuelan en torno al mandamás y le indican el itinerario inexorable que deberá seguir sin poderlo eludir jamás.

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