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Reportaje:

Mirarse al espejo sin miedo

La pionera Unidad de Maquillaje Corrector del Ramón y Cajal enseña a los pacientes a disimular defectos

Elena G. Sevillano

Todo empezó con una manchita roja, hará cinco o seis años. No parecía gran cosa, pero fue cambiando, poniéndose fea. Una biopsia, hace un año, le dijo a Concha Genovés que aquella manchita era un carcinoma. Entonces llegó la operación. "Me quitaron toda la pirámide nasal", cuenta. Cambiaron muchas cosas. Tuvo que pisar el freno. A sus 59 años, con cinco hijas y más de dos décadas trabajando como enfermera en trasplantes de médula, le tocó enfrentarse a la enfermedad, a convivir con una prótesis que "se mueve y se despega al hablar". A reconocerse en el espejo y a aprender a gustarse en la imagen que devuelve.

"El próximo día ya te maquillas tú, ¿eh?", le dice Ángeles de la Riva, también enfermera, de 57 años. Es la tercera sesión de Concha en la Unidad de Maquillaje Corrector del hospital Ramón y Cajal, una experiencia pionera en España que enseña a disimular cicatrices, manchas o quemaduras a pacientes oncológicos o con trastornos de la piel. En poco más de un año ya han pasado por la unidad un centenar de personas, sobre todo mujeres.

"Entran cohibidas, pero al salir parecen otras personas", dice una maquilladora

Concha se deja hacer y toma nota mentalmente. Tendrá que practicar en casa. "No se puede cubrir del todo la lesión. Así que lo que hacemos es destacar otro rasgo para desviar la atención del que mira", explica didáctica Begoña Lechuga, maquilladora profesional y voluntaria de la Asociación Española contra el Cáncer. Mientras habla aplica sombra de ojos. Con cada pincelada, un truco. "¿Ves? El trazo hacia arriba", insiste. "Entran cohibidas, como con miedo, inseguras. Al salir parecen otras personas. Siempre les decimos que aprovechen para irse por ahí de cena".

La unidad la llevan dos enfermeras veteranas de Dermatología, que asistieron a cursos para aprender a usar los productos que mejor disimulan las lesiones: correctores, maquillajes especiales muy cubrientes, cremas que unifican el tono, etcétera. "Además de maquillar, hacemos otro tipo de terapias solapadas", explica De la Riva. Hay que trabajar la autoestima. "Son personas que sienten rechazo, con complejos, incluso deprimidas". De la Riva, además, está llevando a cabo un estudio con los usuarios de la unidad para ver cómo afectan los tratamientos a la calidad de vida de las pacientes con cicatrices, manchas, despigmentación, psoriasis...

"¿Cómo te ves? ¿Bien de tono?", pregunta Lechuga a otra paciente que se mira con curiosidad en el espejo. También fue un cáncer el que dejó sin nariz a Carmen Ortega, de 57 años. Lleva 11 operaciones. En una de ellas, los cirujanos cogieron una franja de piel de la frente y la usaron para reconstruirle la nariz: un mapa de sutiles cicatrices recorre su rostro. "Cuando te pasa esto pierdes la seguridad que tenías antes. No te maquillas para presumir. Esto sirve para preservar tu intimidad". Para que, yendo por la calle, nadie vea la enfermedad y la señale. "Parece que los enfermos tengan que ir por ahí con la cabeza agachada", se queja. Ella no. Ella usa colorete, al que llama "salud de bote", y asegura que, desde que la operaron, pone mucho más "cara de foto". Es su manera de protegerse.

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El problema de Ángeles Pérez es el vitíligo (despigmentación), que le afecta por brotes. "Necesito conocer productos y que me enseñen a tapar y a unificar la piel", explica. Le ha costado un año de espera llegar a la unidad, que está pensada para atender a pacientes de toda la región, no sólo del Ramón y Cajal. El problema es que no se conoce demasiado. "Mi dermatóloga, en Torrejón, no tenía ni idea de que existía. Yo me enteré por Internet".

La idea, explica su promotor, el jefe de servicio de Dermatología del Ramón y Cajal, Pedro Jaén, nace de una experiencia anterior en Francia, la colaboración entre un maquillador de la firma La Roche Posay y la asociación de grandes quemados. "Como dermatólogos conocemos bien la importancia del maquillaje corrector en enfermedades desfigurantes del rostro: angiomas, vitíligo, cicatrices...".

El estudio de De la Riva ya cuenta con datos de 38 pacientes, tres de ellos hombres. Antes de empezar el tratamiento les pide que rellenen un cuestionario. Al acabar, les pregunta lo mismo y compara las respuestas. "Se trata de comprobar si el maquillaje terapéutico es eficaz en gente que se siente marginada, estigmatizada. Sabemos que el aspecto físico favorece las relaciones sociales. Por eso estas personas se ven en situaciones complicadas. Como cuando, en la piscina, les preguntan si lo que tienen es contagioso. A veces les invitan a irse".

La sesión acaba. Concha, Carmen y Ángeles echan un último vistazo al resultado. Asoman sonrisas. Carmen se pone el abrigo. Cuenta que también padece fibromialgia y que lleva días con ciática. A punto de salir por la puerta, se vuelve a mirar al espejo y levanta la barbilla. "A ver quién dice ahora que me duele algo".

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Sobre la firma

Elena G. Sevillano
Es corresponsal de EL PAÍS en Alemania. Antes se ocupó de la información judicial y económica y formó parte del equipo de Investigación. Como especialista en sanidad, siguió la crisis del coronavirus y coescribió el libro Estado de Alarma (Península, 2020). Es licenciada en Traducción y en Periodismo por la UPF y máster de Periodismo UAM/El País.

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