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Reconocimiento a un heterodoxo
Columna
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Las fuentes más sabias de la lengua

José Luis Pardo

A propósito de Rafael Sánchez Ferlosio se ha hablado a menudo de heterodoxia, de singularidad o de rareza. Raro es, en efecto, que un narrador en la veintena, laureado y coronado tras dos novelas excepcionales, se levante del convite -así es como él mismo lo cuenta- y se jubile anticipadamente de "la literatura" sin despedirse siquiera (lo haría muchos años después, con una prosa sin comparación en castellano, la de El Testimonio de Yarfoz, pero el puesto vacante que él había dejado en el banquete, al ser enorme, dio cobijo a muchas voces, y el griterío impidió que se oyera aquella prosa).

Ferlosio se retiró a estudiar y a escribir incansablemente, pero una clase de escritura que, por no querer ya ser llamada "literatura", tuvo que inventarse a sí misma y, bebiendo de las fuentes más sabias de la lengua, crear, en donde ésta no existía, la dignidad de un género -el ensayo de alto contenido intelectual- que en España había quedado anclado en formas dieciochescas y encorsetado en ampulosos moldes de cursilería retórica y vulgaridad estilística que aún hoy hacen estragos. La no-ficción escrita por Sánchez Ferlosio, con su fama de cascarrabias encerrado en la España del XVII, es lo más moderno, aventurado y experimental que en nuestro país se ha hecho en este terreno. Cuando alguien quiera saber quién ha construido en nuestro tiempo una forma nueva de pensar escribiendo, háblenle del joven Ferlosio, no de los viejos prematuros que siguen explotando hasta la saciedad fórmulas de almidón. Es la escasez de ejemplos cualitativamente comparables (y no la supuesta excentricidad del autor) es lo que constituye la singularidad de los ensayos de Ferlosio a partir de Personas y animales en una fiesta de bautizo (1966). Los dos volúmenes de Las semanas del jardín (1974), la colección de Ensayos y artículos y los aparecidos después, hasta "Guapo" y sus isótopos (2009), permiten afirmar que ésta es la parte de la obra en la que está depositado el principal acento de su autor, y que entre esas páginas están las mejores que, en el campo del pensamiento, se han escrito en castellano desde que comenzó el siglo XX. O sea, no sólo es nuestro ensayista más moderno, también es el mejor.

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No es cierto, pues, que Ferlosio sea raro. Todo esto que hoy parecen extravagancias (la supuesta desafección hacia la literatura, hacia la cultura, hacia el arte, etc.) no son más que los gestos auténticamente normativos y fundadores de la figura del escritor moderno, que cifra en su autonomía con respecto a los diversos poderes en liza la autonomía de su propia obra, su independencia y, por tanto, su capacidad crítica. Es más bien lo que se ha hecho de la literatura, de la cultura y del arte (los mundillos y submundos en los que continúa el convite) lo que resulta bastante raro, bastante singular. ¿Significa esto que Ferlosio nada a contracorriente? Él ha relatado cómo sacó adelante cierta fatídica traducción: en un cuaderno iba escribiendo, de principio a fin, la versión, y en el mismo cuaderno, pero empezando por el final, unos comentarios a la misma que acabaron creciendo de tal modo que invadieron e interrumpieron el texto principal, convirtiendo el libro resultante en un verdadero experimento intelectual en el sentido recién comentado. Esto podría ilustrar el modo como, en los ensayos de Ferlosio, se desencadena un "antagonismo irresoluble" entre dos órdenes, el del destino (a cuyo servicio sacrifican los hombres su virtud y su felicidad), y el del carácter (que interrumpe el destino y detiene la historia de modo completamente "inaceptable" para el espíritu burocrático); el de los bienes (los únicos que pueden enjugar las carencias humanas) y los valores (en cuyo nombre los mismos hombres destruyen los bienes y lo que en ellos mismos hay de bueno). La escritura ensayística de Ferlosio, de una claridad tan innegable como su dificultad, es también la intrahistoria de un género cuya propia resistencia tiene que ver con la resistencia del carácter contra el destino, de los bienes contra los valores y, para decirlo todo, de la verdad contra la mendacidad y la vileza.

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