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Columna
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Señoras, putas

"Vivimos tiempos de retroceso y reacción. Cuando las mujeres feministas creíamos que nuestra doctrina y nuestra praxis poseían calado social, que lo peor había pasado y que nuestro camino avanzaba sobre justicia, paridad y visibilidad, asistimos asombradas a una recogida de velas en todos los campos de las libertades". Así comenzó su discurso Karmele Marchante. Lo encabezó dirigiéndose a la vicepresidenta primera del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, y a la ministra de Igualdad, Bibiana Aído, ambas presentes, y vocalizó tanto sus nombres y sus cargos que quedaba clara la intención de incidir en ellos, más como un logro y un mérito que como un mero trámite protocolario o complaciente. El Club de las 25, colectivo feminista cuyo objetivo es mirar al futuro con una actitud positiva e innovadora sin olvidar el necesario recurso a la denuncia y el rechazo a la discriminación, celebraba la entrega de sus premios anuales. Estábamos en el hotel Palace, donde también se reúnen cada mes las mujeres del Club (profesoras, artistas, activistas, periodistas, investigadoras, diseñadoras, empresarias) y las amigas y simpatizantes que son invitadas.

"Cuando las feministas creíamos que teníamos calado social, asistimos a un retroceso", dijo Marchante

Karmele, impulsora, fundadora y presidenta del Club, lanzó su discurso en un tono tan contundente como la razón que lo asistía, y desde el fondo de aquel comedor ya no resultaba paradójico el contraste entre la fuerza de su voz y la fragilidad de su apariencia. Qué mayor paradoja, como ella misma explicó, que el hecho de que las mujeres hayamos conseguido más autonomía y libertad que nunca al tiempo que estamos asistiendo a esa regresión, esa "ola de reacción masculina y patriarcal contra todos los derechos conseguidos con nuestro trabajo y esfuerzo en las últimas décadas" a la que había empezado por referirse: la religión y la tradición cayendo de nuevo sobre nuestros hombros; la violencia machista que "brota y hasta germina entre la juventud con novedosa intensidad"; los trabajos no remunerados o mal pagados ("habida cuenta de que los bien pagados siguen en ese limbo eliminado por Ratzinger"). Su brillante intervención dio paso, de la mano de la periodista Rosa María Calaf, a las palabras de cada una de las premiadas, entre quienes estaba el cineasta Alejandro Amenábar, director de la película Ágora, al que el Club reconoce el rescate, desde el silencio y el olvido más profundo de la historia, del deslumbrante personaje de Hipatia de Alejandría, erudita, científica, pagana, libre: la asesinaron. Amenábar fue el más soso, las cosas como son. Pero bastante ha hecho el hombre con convertirse en uno de las nuestras, como le dijo después la vicepresidenta primera del Gobierno.

El resto de las premiadas fueron las actrices Blanca Portillo y Lola Herrera, la escaladora Edurne Pasabán, la profesora y política Soledad Murillo (autora de la Ley de Igualdad), la cocinera Carme Ruscalleda y Caddy Adzuba (periodista congoleña amenazada de muerte por ejercer valientemente sus derechos, entre ellos su profesión, y que no consiguió permiso de su país para venir a recoger el premio) y algunas tuvieron intervenciones memorables. Edurne Pasabán subió al estrado y tomó la palabra como quien no tiene ese don, pero cuando empezó a contar cómo son esas expediciones de montaña, ya de por sí extremadamente duras, en las que ella es la única mujer, la torpeza de la retórica se transformó en gélida, emocionante (otra paradoja) verdad de la vida. Lola Herrera recordó después cuando en este país, hace nada, te separabas de tu marido y no podías ni alquilarte una casa sin su permiso: heló la sangre. Pero la apoteosis llegó con Carme Ruscalleda, que representa el colmo de la paradoja: las mujeres, relegadas con desprecio por los hombres al ámbito de los pucheros domésticos, no han tenido cabida, sin embargo, en el reconocimiento de la restauración como disciplina de prestigio, reservada a los hombres. Hasta que llegó Carme Ruscalleda. Qué espectáculo su presencia, señoras (así se refería ella al público presente), qué aplomo e inteligencia los de su expresión. Qué maravilla de mujer, señoras. Y lo dice una vegetariana que tiene mucho que reprochar a sus platos. Y alguien a quien siempre le ha dado mucha grima la gente que llama señoras a las mujeres: "Yo soy una señora", suelen decir las más vulgares para distinguirse de las otras (putas); "es una señora", suelen llamar los más machistas a las que se quieren tirar gratis, para distinguirlas de las otras (putas). ¿Qué no? Atención, al respecto, a las palabras que Quino (uno de las nuestras) pone en boca de su Mafalda, escandalizada por el machismo de la lengua castellana. Zorro: héroe justiciero; Zorra: puta. Perro: mejor amigo del hombre; Perra: puta. Aventurero: osado, valiente, arriesgado; Aventurera: puta. Cualquier: fulano, mengano, zutano; Cualquiera: puta. Callejero: de la calle, urbano; Callejera: puta. Hombrezuelo: hombrecillo, mínimo, pequeño; Mujerzuela: puta. Hombre público: personaje prominente, funcionario público; Mujer pública: puta. Hombre de la vida: hombre de gran experiencia; Mujer de la vida: puta. Va para Paz Padilla, la más simpática de la fiesta. Y para el peluquero Julio Castro, de Gente, que pone guapas a las mujeres como nosotras. Y para Karmele Marchante, sin duda otra paradoja.

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