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Columna
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Los preciosos ridículos

Sale en todas las películas de chorizos: conviene no hacer ostentación después de dar un golpe porque entonces seguro que te pillan. Ni siquiera esa precaución que todo el mundo conoce ha sido capaz de observar la cuadrilla de afanadores de que se ha rodeado Camps desde que impera en esta comunidad desarmada, quizás porque no van al cine, o no leen novelas, o, como es lógico, porque son un tanto idiotas. Y no sólo eso. En las fotos de prensa se ve muy a menudo cómo esta gente se cubre los labios con la mano mientras habla a fin de que nadie pueda interpretar lo que dice, pero cuando se actúa como si toda precaución fuera poca parece aconsejable renunciar al teléfono para explayarse, no vaya a ser que esas terribles alegrías coloquiales sean escuchadas, grabadas y transcritas en sede judicial. Basta con ese detalle para ver que esta pandilla de aprendices de la alta política se tenía por indestructible o por una cuadrilla todavía joven en el crimen, pero aún así llama la atención que un experto en toda clase de clandestinidades como Rafi Blasco no les hubiera impartido un master sobre la actitud más conveniente a la hora de internarse sin complejos en según qué abruptos y ocultos parajes.

Estos personajes, dignos hacer de figurantes en cualquier disparate de Molière, (por cierto: el señor Camps ni siquiera sabía quién era Molière, cuando hacía de consejero de Cultura; me consta) no sólo han errado malamente, sino que además han errado mal, convirtiéndose en el hazmerreír de todo el mundo mundial en nombre de unas ridículas chapuzas que gravan seriamente la imagen del Gobierno valenciano, la de los votantes de ese Gobierno valenciano y la de todos los valencianos en general, sumiéndonos a todos en un descrédito que llevará varios años, y unas cuantas legislaturas, desenredar como la dignidad política y ciudadana mandan. Y el pobre Camps demandando a su amigo El Bigotes que le consiguiera una foto con Barack Obama, nada menos, como si la esposa del presidente de Estados Unidos regentara una botica en las proximidades del pantano de Alarcón.

Lo peor es que a esta procesión de fantasmas no le basta con resultar ridícula, tiene que ser además mortalmente aburrida, con el Costa, el Rambla, el Serafín, el Rafi o el Cotino haciendo de brillantes parlamentarios. Todavía queda mucho para las Fallas, aunque no tanto como yo desearía, pero es preciso reclamar del libertarismo originario del gremio fallero que se atreva a exponer en sus monumentos a esta peña de muñecos travestidos a fin de someterlos al simbólico fuego purificador de los Idus de Marzo, y así nuestra mayor fiesta serviría por fin a la fiesta verdadera.

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