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Columna
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Final de partida

Lo más irritante del ya sin duda caso Camps es que el presidente de todos los valencianos tome a todos los valencianos por idiotas. Empezó por no decir toda la verdad ni toda la mentira, por mentir después un poco y por callar la verdad caiga quien caiga, con esa actitud del monaguillo pillado en la sacristía hartándose de hostias para merendar y confiando en sus excelentes relaciones con el cura párroco para que el asunto concluya con un simple tirón de orejas. En consecuencia, y dado que el caso no ha hecho más que empezar, hay que exigir la inmediata dimisión de Camps, si todavía está a tiempo de protagonizar semejante gesto de dignidad, no tanto por lo que va a salir cuando se sepa finalmente todo lo que nos queda por saber, que no será nada favorable a los intereses de nuestro todavía presidente, como a que muchos valencianos consideran que un sujeto que maneja de manera tan incompetente algo que tan seriamente le atañe no es digno de representar a nadie salvo a sí mismo. De un chapucero pusilánime que lleva su caso con argucias de chamarilero no cabe esperar que contribuya en nada al gobierno de una comunidad a la deriva.

Y qué pensar de la actitud de los jefes nacionales del PP. O apoyan a Camps a fin de hundirlo en su miseria (donde no se nos ahorra siquiera el vodevil de una céntrica farmacia que funcionaría como enlace de correos mafiosos), o bien no tienen más remedio que hacerlo debido a que El Bigotes y compañía son el regalo envenenado con el que Rajoy obsequió a Camps en el ya lejano pero no tan remoto 2004. Todavía está por explicar un detalle clave en todo este asunto, y nada me extrañaría que bastara para entenderlo todo. ¿A santo de qué Rajoy desplaza hacia Valencia a Correa y sus compinches con el pretexto de que no quiere saber nada más de ellos, acaso temeroso de las consecuencias de sus tropelías? ¿Y por qué Camps los acoge sin saber que habrían de llevarlo a la ruina? O lo sabía. ¿Sabía que no podía negarle ese favor a su jefe, para salvarle de un peligro mayor, aun a cambio de asumir el riesgo de quedarse apenas con lo puesto, que no es poco? La recompensa a tanta genuflexión, si se trata sólo de eso, se convierte en agua de borrajas al considerar que tanto para uno como para otro empiezan a pintar bastos.

¿Qué pintamos los valencianos en toda esta miserable baraja medieval? Nada. Evitemos, pues, que nos invoquen. Una pandilla de bufones sin escrúpulos hace política a fin de enriquecerse a nuestras expensas. A conciencia y en conciencia. Al menos los piratas somalíes no van por los mares de meapilas. Ni de políticos.

¿Disfrazado de qué traje sisado por El Bigotes se atreverá Camps a conmemorar nuestro Nou d'Octubre?

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