_
_
_
_
_
Entrevista:Javier Solana | ENTREVISTA

"La ansiedad no es la mejor manera de vivir"

Juan Cruz

Desprende paz ahora Javier Solana. Aquel muchacho agitado, que vivió así hasta que cumplió los 60, lleva al menos los últimos siete años tratando de encontrar ese carpe diem que se refleja en sus movimientos, en sus manos, en su manera de manejar una de las agendas más agitadas del planeta. Muchas veces, su oficio político ha sido el de buscar la paz (en Yugoslavia, entre israelíes y palestinos…) y lo que busca ahora para sí mismo es lo mismo. Paz.

Busca la paz. Pero los números le desmienten. Cuando le vimos en Madrid, en la relajada atmósfera de la capilla del hotel Santo Mauro, el alto representante de la Unión Europea para la Política Exterior y la Seguridad Común, que en julio cumplió 67 años, estaba a punto de incrementar con un viaje a África del Sur una estadística impresionante. En los diez últimos años ha cubierto unas 3.560 horas de vuelo. Y en 2009 había recorrido 211.000 kilómetros y había estado en 27 países distintos. Pero tiene paz, la muestra. "Aunque está el mundo jorobadillo". Viene con Cristina Gallach, portavoz suya; llega puntualísimo como si su reloj y él hubieran adquirido el compromiso de no perder el tiempo ni hacerlo perder.

"Los grandes países se hacen con capas que se acumulan. sin rupturas"
"He mejorado. Antes me animaba más el deseo de vivir que la vida misma"
"Mi padre me enseñó una cosa fantástica, tener curiosidad, vivir la vida"

Pero ese Solana agitado que nosotros recordamos y que reflejan aquellas estadísticas ha debido de quedarse en el coche, o en Bruselas. Sus amigos dicen que sigue siendo el mismo, para lo bueno y para lo malo: es emotivo, y por tanto puede ser también colérico; sigue siendo un lector ferviente, un devorador de libros. Y es amigo de sus primeros amigos. A veces les llama, desde Kabul o desde Bagdad, o desde El Cairo, o desde Washington, para saber cómo va la vida, o la política. La política española, sobre todo, es su pasión. Ha habido varios trenes que han pasado, y la gente sigue fijándose en él para ver si los ocupa. No muestra nostalgia porque hayan pasado de largo, pero en algún recoveco de su sonrisa sí se percibe que acaso echa de menos que desde aquí hagan más uso de lo que sabe.

Cuando era un joven estudiante, sintió varias veces la mordedura del franquismo, que le condujo a varios exilios estudiantiles. Se afilió muy pronto al PSOE, y en la Transición fue la correa de transmisión de su partido con los medios. Campechano, y discreto cuando tocaba, alargaba la mano hasta donde fuera posible, ni un dedo más. Una anécdota ilustra esa manera suya de relacionarse con los que le conocimos en la oposición y le vimos luego ejercer el poder. Un periodista de radio le fue a entrevistar cuando Felipe González le hizo ministro de Cultura, en 1982, y le preguntó: "¿Cómo quieres que te trate en la entrevista, de tú o de usted?". Y el recién nombrado ministro le respondió al colega: "Tráteme usted como quiera".

Sus años en Estados Unidos (donde estudió Física con su maestro Nicolás Cabrera) y en Inglaterra, sus años en el Gobierno, su experiencia más reciente en el tantas veces terrible escenario mundial (él era el secretario general de la OTAN cuando esta organización decidió el bombardeo de Kosovo) han marcado su carácter, que desde el año 2002, cuando conoció a Raimundo Panikkar, el filósofo español que ha hecho en la India su aprendizaje para la paz interior, trata de conducir hacia el carpe diem.

Su obsesión ahora es quitarse la ansiedad. Su agenda produce, como dice su amigo Miguel Ángel Aguilar, el único que le ganó unas elecciones siendo ambos alumnos del colegio del Pilar, "la sensación de que está siempre en órbita". Ha corrido como un loco ("agota a sus escoltas", dicen quienes veranean con él) por las costas de Galicia; en Madrid ya no va en moto, y se reúne sólo con los amigos, no parece que frecuente La Moncloa, de modo que aquí no tiene prisa. La gente se pregunta qué hará después de que se acabe su larga estancia en el extranjero este octubre, cuando concluye su encargo. Sobre su futuro recurrió a una paráfrasis que recuerda un viejo dicho de François Mauriac: será él mismo, pero mejorado.

Su cara está surcada por el tiempo, como si ahora fuera el mapa del vértigo en el que ha vivido; pero el tiempo no ha podido borrarle la sonrisa, pícara y escolar. Cuesta preguntarle por sí mismo; en la pila de documentación que hay con entrevistas suyas apenas se puede arañar línea y media sobre su padre. Pero por ahí empezamos: antes de hablar de Solana, hablando de Javier.

¿Qué ha sido de usted, como ser humano, todo este tiempo? Es difícil hablar de uno mismo. A la gente le interesa lo que haces, si sirves para cumplir las obligaciones que te han encomendado.

En todas las entrevistas suyas que he consultado dice de su padre tan sólo: "Me habría gustado que él hubiera visto la alegría del 82". He hablado muy poco de él. Fue muy importante, lo quise muchísimo y tuvimos una relación muy estrecha. Es una relación que crece en la adolescencia hasta mi primera juventud, porque desgraciadamente murió muy joven, yo no tenía los 20 años… Me acuerdo perfectamente de su muerte, es algo que me viene a la cabeza con relativa frecuencia. Tuvimos una relación muy intensa en los últimos años de su vida. Él era científico, y yo fui el único de la familia que se inclinó hacia las ciencias. Después de la mala experiencia profesional que tuvo en aquella época de la historia de España, él tenía más interés en que fuera ingeniero… Al final decidí que sería físico y químico. Empecé las dos carreras, al tercer año murió mi padre, que era químico, y dejé la química… Era una persona de una delicadeza para mí emocionante; pocas personas han sido tan cariñosas conmigo. Fue mucho más que un padre. Fue un gran amigo en los últimos años de su vida, me enseñó los vericuetos de la vida política, desde la universidad, las organizaciones clandestinas… Me enseñó sobre todo una cosa fantástica, aparte de a respetar al otro, a tener curiosidad, a vivir la vida. Quizá la viví con demasiada intensidad después; he vivido con ansiedad. Esa ansiedad es una parte fundamental de una faceta de mi vida…

Y está el lado Madariaga, su madre. Vivió muchos años, sufrió la viudedad con los hijos, vivimos muy unidos todos los hermanos con ella hasta que murió, con muchos años. Tenía una gran personalidad. Ya muerto mi padre, fui el único hijo que vivió con ella una temporada. Me fui de España. Al volver estaba soltero y me fui a vivir con ella. Tuvimos una intimidad durante algunos años, los que vivimos juntos. Imponía con su presencia, no se imponía. Me acuerdo del entierro. Lloré mucho, hacía mucho que no lloraba y lloré como un niño.

Su vida se hizo bajo el franquismo. ¿Le da la impresión de que ese periodo aún no se ha cerrado? No tengo esa sensación. Tengo la suerte de tener una memoria muy selectiva. Recuerdo la noche que vinieron a detener a mi hermano; estaba en casa, de madrugada, preparando un examen. Mi padre no estaba aquel día… Mi memoria más clara empieza después, en la época de la Transición, quizá el día de las elecciones de 1977… Me viene mucho, curiosamente, el mitin que hicimos en el estadio de Vallecas, al final de la primera campaña. El campo estaba lleno, Felipe era el primero de la lista por Madrid y yo era el segundo. Me acuerdo de aquel calor, de aquel momento de emoción, pero, insisto, tengo una memoria selectiva de las cosas malas que les pasaron a otros y de las cosas malas que me pudieron pasar a mí… las recuerdo poco. Mi vida la empiezo a recordar cuando me sentí más libre, más… construido. Los tres grandes vectores de mi vida son la ciencia, la política, la vida internacional… Como científico fui enormemente feliz; seguramente los mejores amigos están ahí, en esa parte de mi vida. Soy catedrático de Física en la Autónoma de Madrid.

¿Ha seguido estudiando? Seguí estudiando. La última tesis doctoral la dirigí en 1980. Ya después entré en una vida política tan activa que era incompatible con cualquier trabajo científico honesto.

¿Si Nicolás Cabrera le llevara ahora a la pizarra, le suspendería? Si me llevara ahora a la pizarra, me suspendería de una manera terrible porque don Nicolás era muy estricto; fue un gran maestro para mí. Trabajé con él en Estados Unidos. Su vuelta supuso un gran impacto para la ciencia española, por sus ideas sobre la modernidad. Aquí éramos todavía más eruditos que científicos.

Y su segundo vector, la política. Sí, se consolidó en la Transición, que viví con gran intensidad. Fui diputado de las Cortes desde 1977, y lo dejé cuando me fui de España, en 1995. Fui miembro del Gobierno durante 14 años. Y el tercer vector es mi vida internacional. Un mundo que cambia, los primeros pasos para la caída del muro de Berlín… Participé de una manera muy activa en la creación de esa fase de la historia de Europa, pero también de las relaciones con Estados Unidos y con la Rusia pos-Berlín…

Usted participa en lo que podría llamarse el fin de la guerra fría… En cierta manera, así es. Estampo la firma con el primer ministro ruso Primakov, en el único acuerdo que se ha firmado entre la Alianza Atlántica y Rusia, entonces ya Federación Rusa. Es el primer acuerdo que se firma tras la caída del muro. Sí, tuve el privilegio de vivir esa transformación de las relaciones entre Europa y Estados Unidos, el principio de una Europa más política… El primer gran acuerdo se llamó Acta Fundacional, que ratificamos en París el 13 de mayo de 1997. Me acuerdo, porque en la comida en el Elíseo estaba Yeltsin, que como se sabe bebía muchos líquidos blancos, sobre todo uno que no era necesariamente agua, pero él se lo bebía como si lo fuera. Entonces ya había tenido problemas de circulación y los médicos le prohibieron que bebiera esas cantidades. Me acuerdo que lo tenía enfrente; a su izquierda estaba el canciller alemán Helmut Kohl, y a mi derecha estaba Clinton, que era quien le tenía que ofrecer un regalo, una especie de bastón que dentro tenía un vaso como los que se usan para beber vodka. Recuerdo que Clinton le dijo a Yeltsin: "Ésta es tu medida". Y Kohl gritó: "¡Ni ésa, ni ésa!".

Hubo como un resplandor cuando usted citó a Nicolás Cabrera. ¿Qué huella dejan los maestros? Él tenía eso que llamamos el don de consejo. Es el hombre que ayuda a reflexionar, a investigar. Pero tenía el don de consejo también en la vida en general. Era un hombre de una inteligencia portentosa, de una modestia al mismo nivel de su inteligencia, un hombre sencillo…

Parecía usted un chiquillo cuando fue por el mundo a aprender a gobernar. Lo recuerdo volviendo de Bristol, en 1976, de asistir al congreso de los laboristas… Recuerdo mucho aquel periodo. De manera más colectiva recuerdo el congreso socialista de Suresnes. Estuvo Mitterrand, la primera vez que le vi en persona, y estaba el chileno Carlos Altamirano. De ahí viene la decisión del PSOE de convertirse en un partido de gobierno. Fuimos capaces de sumar mucha gente a un movimiento de regeneración de España, a la vez que defendimos los valores del socialismo democrático.

Y empezaron a aprender… Más de los errores ajenos. Aprendimos mucho de los errores del primer Gobierno socialista francés, en el 80, que tuvo que devaluar el franco… Lo recuerdo ahora porque lo he hablado, en esta situación tan desastrosa del PS francés, con alguno de los que vivieron aquellos años. Y hemos vuelto a analizar los errores que ellos cometieron entonces y que nosotros no cometimos. Eso permitió a los Gobiernos de Felipe González contribuir a hacer de España un país moderno, donde los valores de justicia y ciudadanía se afianzaron. Contribuimos a hacer de España un país europeísta. Con esto trato de pagar un tributo, con gran satisfacción, a la persona que encarnaba todo aquello, que era Felipe González, que es un amigo del alma.

Durante todos esos años fue no sólo portavoz del Gobierno, sino correa de transmisión socialista con los medios. ¿Cómo se relaciona ahora con la información? Soy lector de periódicos casi enfermizo. Han cambiado mucho las relaciones entre los políticos y los medios, y han cambiado mucho los medios. Hoy no tienen nada que ver con aquellos de la primera parte de los años ochenta. Un cambio negativo fundamental para mí es que ahora estamos mucho más en la comunicación de la frase que en la reflexión…

¿Eso no pasa también en la política? Va en paralelo. No hay política sin comunicarla. Por tanto, no sé qué es antes, si han cambiado los periódicos porque ha cambiado la comunicación política o ha cambiado la comunicación política porque han cambiado los medios. Seguramente, los medios han cambiado porque han cambiado las tecnologías… Eso ha hecho que la política cambie, como ha hecho que la gente joven se informe de otra manera.

¿Podría pasar que se ha frivolizado la relación de la gente con la política porque los políticos también le han quitado densidad? Sin duda. Todo eso ha cambiado la manera en que los políticos se comunican. Eso no quiere decir que haya tenido que bajar la densidad de la comunicación. La campaña de Obama ha sido extraordinaria. Ha sido un ejemplo de movilización para crear un impulso social con contenido. La política tiene un componente de pedagogía extraordinaria, y ese componente tiene una manifestación más pobre de lo que creo que tenía hace unos años. Estamos hablando desde la experiencia española, y de una determinada generación, cuando no había tiempo para el aburrimiento.

Eso significa que hemos mejorado… ¿Y usted ha mejorado? He mejorado. Los años te hacen cambiar. Políticamente he cambiado muy poco, soy básicamente la misma persona, con los mismos valores. Aprendo porque el mundo cambia y hay que adaptarse a las nuevas realidades. He tenido un cambio más bien personal. He sido una persona con bastante ansiedad… La ansiedad tiene muchas lecturas, pero he vivido, me he alimentado, me animaba más el deseo de vivir que la vida misma. Vivía en cierta manera más para contarlo, para compartirlo…

Como si se estuviera pisando su sombra… No sé si era vértigo. Es el deseo de vivir que te alimenta más que la vida misma… Un momento de cambio fue en 2002. Me dieron un premio en Italia. Entre los premiados estaba Raimundo Panikkar. Y volví a verle a su casa de Barcelona. Yo tenía 59 años. Me hizo ver que había que frenar, que la ansiedad no era la mejor manera de vivir intensamente. No digo que haya pasado al carpe diem, nunca había estado antes tan cerca del carpe diem… Para colmo de las casualidades, tras aquella conversación con Panikkar sonó el teléfono, era Ana Palacio, ministra de Exteriores de España, que llamaba para contarme lo que pasaba con el islote de Peregil; me pide si la puedo ayudar, si puedo hablar con Colin Powell… Tuvimos una conversación en esa carretera… carpe diem, ¡y toma! Me recuperé y volví a las palabras de Panikkar…

A usted le convence el filósofo de que pare, con lo cual quizá no piensa que sea lo mejor del mundo… Quizá andaba demasiado tenso. Ahora estoy más tranquilo, más carpe diem, digamos. Con todo lo que eso significa, hay que aprovechar el tiempo, disfrutar más lo que tienes. Soy un gran lector de Montaigne. Transpira ese sentido de estar en casa, hay que saber estar en casa. Me enseña mucho Montaigne, siempre. Y he aprendido mucho de mi vida política. Me ha gustado mucho conocer Europa en sus entrañas; no he pasado los sufrimientos que los europeos han pasado en las dos guerras mundiales, pero he leído mucho, he conocido a mucha gente. Todo el afecto que tengo por Europa me lo enseñó Joseph Roth, sobre todo La cripta de los capuchinos… Fui a ver la cripta, en Viena, y me condujo un capuchino con un cubrepolvos; me mostró esa sencillez que dice mucho de los Habsburgo.

¿Ha merecido la pena un viaje tan largo? No ha merecido la pena por ninguna de las personas relevantes, sino por aquellos de los que no conocemos ni su nombre ni su cara; ésos son por los que trabajas. Recuerdo que en Liubliana, la capital de Eslovenia, me dieron un premio y me llevaron al Ayuntamiento. Un hombre mayor se dirigió a mí: "¿Ve usted el río? ¿Y aquella casa? Sin moverme de esa casa he vivido en siete países distintos". Eso es la historia de Europa, y trabajamos para que eso no pase más. Es algo que, afortunadamente, con la Unión Europea se ha acabado. Ha habido momentos muy duros.

Entre esos momentos duros estará el bombardeo de la OTAN sobre Kosovo. Sin duda, el más de todos.

¿Cómo lo ha interiorizado? Con gran dolor, también con un gran sentido de la responsabilidad. Y al final de todo, quizá para autotranquilizarme, mantengo en mi memoria una conversación con Kofi Annan, entonces secretario general de la ONU. Vino a verme para darme las gracias. Dimos juntos una rueda de prensa donde por primera vez se utilizó un término que hoy ya forma parte de la terminología de las Naciones Unidas: el derecho humanitario, el derecho de proteger. Eso es un pequeño alivio, pero fueron momentos de una gran dureza, aunque con ellos también te curtes, te haces.

¿No hubo remedio? En aquel momento no había remedio. Había 26 países: toda la UE, Estados Unidos, todos estaban implicados. No fue una decisión mía, fue una decisión de los Estados miembros. Todos pensamos colectivamente que o se ponía fin a esa situación en los Balcanes o no seríamos capaces de salir adelante, estaríamos metidos en una situación de injusticia con los ciudadanos del continente. Se sufre, pero cada uno asume sus responsabilidades, y yo en aquel momento tuve que asumir las mías.

Y ahora, ¿cómo está el mundo? El mundo es mejor que nunca. No hay duda de que el número de personas que han salido de la situación de miseria en los últimos años es grande; no quiere decir que el mundo sea perfecto. Hay crisis, pero acabará un día, y ese día será todo distinto. Porque las relaciones de fuerza entre los grandes van a cambiar. Es inconcebible que China, la India y Brasil vayan a seguir desempeñando un papel en cierta manera secundario. Eso se ha acabado.

En 2005 dijo usted, además, que se acababa el tiempo en que la relación de Europa y Estados Unidos no se recuperaría sólo con sonrisas. Hablaba después de la guerra de Irak. ¿Cómo vivió esa herida entre ambas potencias? Durante el primer mandato de Bush, las cosas fueron muy mal, con una ruptura incluso en Europa, que se dividió frente a la guerra de Irak. Se fue curando, pero ya en el segundo mandato de Bush y ahora con Obama está totalmente recuperada.

Ha vivido fuera acontecimientos muy importantes o graves. El 11-M, el retorno de su partido al poder, las teorías de la conspiración, la implicación española en la guerra de Irak… ¿Cómo ha visto la evolución de este país desde su sitio? Creo que España sigue siendo un gran país. Ahora bien, podríamos estar en una situación mejor. A veces me entristece, cuando lo miro desde fuera, ver un país tan tenso. Siempre he tenido el sentimiento de que los grandes países se hacen con capas que se van acumulando, sin rupturas. Aquí parece que hay que empezar casi desde cero a partir de cada cambio de situación política. Me gustaría que eso no ocurriera. Los grandes países aprovechan lo que ha hecho el otro, aunque el otro no sea de tu forma de pensar. Hay que tener la responsabilidad de quitar crispación a las situaciones sociales. Creo que es posible. Me gustaría que volviéramos a tener un sentimiento de los estados y del gobierno mundial. El mundo se ha globalizado y las soluciones tienen que ser globales. Y no hay solución sin algún tipo de gobierno supranacional, que propicie una cooperación internacional más intensa… Creo que la llegada de Obama puede ayudar mucho, espero que Europa se despierte tras la ratificación del Tratado de Lisboa… No digo que sea un ingenuo optimista, pero sí un optimista.

Dice que vive en el futuro. Su compañero Peces-Barba decía en EL PAÍS que la falta de interés del poder español actual por la experiencia está creando problemas de presente y problemas de futuro. ¿Se siente próximo a esa posición? En términos generales, no es mi caso. Digamos que no estoy "mal utilizado": trabajo por Europa, por España también; me gustaría que nada se desaprovechara. Todo lo que es experiencia, riqueza intelectual, debe ser aprovechado, porque hay sitio para todos, y todos son necesarios. Mucho más en momentos como en los que estamos, en los que todo consejo, toda aproximación, en una situación de crisis, es fundamental. Leí el artículo de Peces-Barba; puedo estar de acuerdo con él, y estoy de acuerdo con él. Daba unos nombres, todos muy queridos por mí, y creo que todos los mencionados en ese artículo tienen algo que decir y algo que ofrecer.

Mencionaba el don de consejo. Ya tiene usted experiencia para ofrecerlo. ¿Le piden consejo desde este país? Sí. Me piden consejo cuando lo necesitan o cuando ellos creen que lo necesitan.

¿Y lo necesitan mucho? No lo parece. A veces pienso que no lo parece.

Acaba su tiempo en Europa. ¿Qué es lo que le gustaría hacer? Lo mismo que ahora, pero más despacio.

Y en esa perspectiva de pisar el futuro ya, ¿siente ansiedad? Ahora mismo, sosiego… Pero déjeme contarle algo que se me quedó antes sin decir, cuando hablamos de amigos. Me llamó un día Angela Merkel para invitarme a hacer su laudatio como doctora honoris causa en Leipzig. Allí conocí a los padres de Angela. Me preguntaban por España, me contaron la peripecia de su familia, alemanes del Este, científicos. Fue un momento de mucho afecto. Y he estado en una mesa con ministros de Defensa de Ucrania, de Alemania, de Polonia. El alemán había nacido en Polonia, el polaco había nacido en Ucrania, y el ucranio había nacido en Alemania. Esa experiencia no existe en España, y eso es Europa.

También habrá aprendido mucho de relaciones humanas… Con Bush ¿cómo fue? Era muy cálido, muy simpático. Personalmente me trató con mucha deferencia y afecto, sabiendo lo que pensaba, porque yo no me he mordido la lengua. Era muy campechano.

¿Cómo vio su presidencia, sobre todo lo que hizo en Irak? No debo decirlo todavía.

¿Y cómo ve usted a Zapatero? Me gusta su talante, su manera de tratar a la gente y su juventud. Habrá una cosa por la que se le recordará siempre: lo que ha hecho por la mujer.

¿Y Clinton? Fue un amigo personal al que sigo viendo. Es inteligentísimo, capta las cosas a la primera, algo que también tiene Obama, una rapidez que es de personas inteligentes. Las cosas difíciles las hace fáciles.

¿Y Putin? Como presidente nos veíamos unas cuatro veces al año. El Putin de hoy es un hombre más duro, más difícil de tratar, aunque conmigo sigue teniendo una enorme cordialidad. Se ha endurecido mucho con el paso del tiempo.

¿Blair? Fue un primer ministro muy importante. Estuve en desacuerdo con él por su posición en la guerra de Irak, pero no perdimos la amistad. No sé si será candidato [a presidente de Europa]. Cuando salga esta entrevista, ese interrogante se habrá despejado.

¿Y usted no aspira? No, sería absurdo. No parece que sea razonable.

No le he preguntado por Berlusconi… ¡Gracias!

Pero le pregunto… ¡Gracias por no preguntarme! Tengo que convivir, espere a que me vaya… P

El jefe de la diplomacia europea, Javier Solana
El jefe de la diplomacia europea, Javier SolanaSOFÍA MORO
Esta imagen de Solana tomada en 1981 refleja cómo ha transcurrido su vida hasta hace poco: de un lado para otro y a velocidad de vértigo.
Esta imagen de Solana tomada en 1981 refleja cómo ha transcurrido su vida hasta hace poco: de un lado para otro y a velocidad de vértigo.
Javier Solana en los años ochenta
Javier Solana en los años ochenta

Entre la Física y la política

Javier Solana (14 de julio de 1942) se licenció en Físicas en 1964 y ese mismo año ingresó en el PSOE, entonces ilegal. Doctor en Ciencias Físicas, obtuvo la cátedra en esta especialidad en 1973 en la Universidad Complutense.

Su carrera política comenzó en diciembre de 1976, al ser elegido secretario de organización y prensa del PSOE. Entre 1982 y 1995 fue ministro de Cultura, Educación y Ciencia, Asuntos Exteriores y Portavoz del Gobierno. En 1995 fue nombrado secretario general de la OTAN, y desde 1999 es el secretario general del Consejo de la UE, que conlleva el cargo de Alto Representante para la Política Exterior y la Seguridad Común de la institución.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_