Irving Kristol, padrino del neoconservadurismo
Se le atribuye la modernización de la derecha de EE UU
Irving Kristol, el llamado "padrino del neoconservadurismo", el hombre que ayudó a popularizar las bajadas de impuestos y dotó de ideas fiscales y políticas a la llamada revolución conservadora de los años ochenta en Estados Unidos, falleció el viernes 18 de septiembre, en la zona metropolitana de Washington, a los 89 años y a causa de un cáncer de pulmón. Kristol fue ensayista y profesor de universidad; una voz de indudable influencia ideológica en presidentes como Ronald Reagan y George W. Bush; el hombre al que se le atribuye la modernización de la derecha estadounidense en los últimos 30 años.
En una ocasión, Kristol, nacido en Nueva York en 1920, definió a los neoconservadores como "progresistas que han sido golpeados por la realidad". Fue a finales de los setenta cuando se comenzó a utilizar aquel término, que vivió una vigorosa primavera durante la presidencia de Reagan y un decidido apogeo en los años del segundo Bush. Kristol y otros prohombres de la política norteamericana, como el sociólogo Nathan Glazer o el senador Daniel Patrick Moynihan, se criaron en Nueva York y se formaron en el marco del radicalismo izquierdista universitario de los sesenta. Crecieron como progresistas y maduraron como sólidos conservadores.
Valores tradicionales
En su consolidación en la intelligentsia política del país, estos neocon se vieron defendiendo los valores tradicionales y las instituciones preexistentes, alineándose con los intereses de la empresa y enfrentándose a cualquier ampliación de poder gubernamental. El neoconservadurismo nació en la prensa, en diversas revistas que defendían sus ideas y ejercían una decidida influencia en Washington. William F. Buckley sirvió a ese interés desde su National Review, que había fundado en 1955. Kristol, junto con Glazer, fundó The Public Interest 10 años después. Posteriormente crearía la revista Encounter, lograría una plaza de profesor en la Universidad de Nueva York y difundiría su opinión desde una tribuna mensual en el Wall Street Journal.
En 1968 publicó un verdadero ideario neocon en el diario The New York Times, titulado 'Memorias de un luchador de la guerra fría'. "Creo en la libertad individual y la democracia representativa; prefiero una versión modificada del capitalismo a cualquier otro sistema económico propuesto; creo que Castro no es un buen modelo para el progreso económico en Latinoamérica; considero el maoísmo tan detestable como el fascismo y no distinguible de éste; no creo que los países subdesarrollados del Tercer Mundo representen ningún tipo de futuro y Che Guevara no es mi idea de Robin Hood".
El punto de inflexión que le hizo abandonar las posiciones de izquierda fue la gestión de la guerra de Vietnam por parte del presidente demócrata Lyndon B. Johnson. Kristol se convirtió en un sólido apoyo del entonces candidato republicano Richard Nixon, y le asesoró en numerosas ocasiones a su paso por la Casa Blanca. Pero su verdadera influencia en el Partido Republicano la ejerció sobre el congresista Jack Kemp y sobre Ronald Reagan, los líderes conservadores que protagonizaron la revolución fiscal de los años ochenta y popularizaron las bajadas de impuestos como método para dinamizar la economía.
Durante el mandato del segundo Bush, el neoconservadurismo experimentó un rejuvenecimiento inesperado, mientras muchos medios escribían sus obituarios. En 2002, Bush le concedió a Kristol la medalla de la Libertad, la más alta distinción civil del país, por "labrar el campo intelectual para el renacimiento de las ideas conservadoras en la segunda mitad del siglo XX", según dijo. En el ya anciano profesor, Bush tenía un apoyo intelectual constante a su "guerra contra el terrorismo".
En una columna en la revista The Weekly Standard, publicada en diciembre del año pasado, Kristol le pedía al ex presidente que explicara con más pasión "a los americanos cómo sus políticas de detención, interrogatorios, vigilancia y otras medidas antiterroristas han mantenido al país a salvo". Además, le recomendaba perdonar de forma preventiva a todos aquellos agentes de la CIA y soldados del Ejército que hubieran cometido excesos con sospechosos de terrorismo por "servir de buena fe en la guerra contra el terrorismo". Fue demasiado tarde. Un mes después, Barack Obama tomó posesión de su cargo y desestimó aquella última voluntad neocon.
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