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Columna
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Grandes maestros

Entre el 6 y el 12 de septiembre se ha celebrado en Bilbao la final de maestros del Gran Slam de ajedrez. Tal vez haya visto a los grandes maestros encerrados en una especie de urna de cristal gigante que permitía a los espectadores seguir la partida desde el exterior, pudiendo acercarse a los gestos, a las manías y a los tics de estos genios. No conozco mucho sobre el juego y desde luego soy un auténtico ignorante de las claves del ajedrez, pero me fascinaba ver la capacidad de concentración y abstracción de los jugadores cuando tenían al público tan cerca de tal forma que ellos sólo ven piezas, jugadas, la de ahora y las de dentro de 10 movimientos, siempre mentalmente activos, siempre sutiles, siempre determinados en la búsqueda de obtener imperceptibles ventajas que el tiempo confirmaba como decisivas.

Como si fueran ajedrecistas, imagino a Guardiola y Mourinho estudiando cómo situar sus piezas en orden

De una forma similar me imagino a Pep Guardiola y a José Mourinho estudiando cada movimiento de su rival de mañana, mirando cada vídeo en busca de la clave perdida, trabajando cada ejercicio en el campo de entrenamiento para desequilibrar el choque en San Siro. Seguramente no es el partido definitivo ni los puntos son de absoluta necesidad para unos u otros, pero se diría que está en juego algo sutil, casi un perfume, un aroma a equipo vencedor que se quedará pegado a la piel, a la camiseta de sus equipos, como si estos dos estudiosos del fútbol supieran que en estos primeros movimientos de esta partida llamada Champions que finaliza en el Bernabéu, allá por mayo cada pequeña ventaja puede ser decisiva en la partida final.

Me los imagino encerrados en esa urna de la Plaza Nueva de Bilbao, buscando un hueco en la espalda de la defensa, un movimiento en falso de la línea de medios, una rutina en el remate de los delanteros para, desde esa información, situar a sus peones, a sus alfiles, a sus torres y a sus caballos en perfecto orden de batalla. Si en la descripción echan de menos al Rey y a la Reina, los veo en forma de porteros y delanteros centros. Algo así como si en medio de las imágenes que el vídeo trae de los rivales cada uno de ellos viera a sus jugadores perfectamente colocados, ordenados, exactos en la posición y en los movimientos consiguientes, pendientes de cada pequeña innovación que introduce el rival, pendientes de cada gesto de debilidad que aparece en el terreno de juego, gestos, detalles minúsculos para el resto de los espectadores y que cada uno desde su visión, desde su lado del campo, se encarga de interpretar y poner en juego. Cada uno con el riesgo de que al finalizar el análisis crea que tiene todas las claves en la mano, como aquel entrenador que tras una descripción perfecta del partido que se celebraba un par de horas más tarde, cerró su discurso con un contundente: "Bueno, en la pizarra ya hemos ganado el partido, ahora sólo podéis ir al campo, estropearlo y perderlo".

Porque, no nos olvidemos, al final el juego y el fútbol, como diría Luis Aragonés, son de los jugadores. Vamos, que en esta partida las piezas se mueven por sí solas y no por el efecto de la presión de la mano del entrenador. Eso queda para los videojuegos... o para el ordenador.

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