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hamaca de lona
Columna
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Negocio del adiós

Manuel Rodríguez Rivero

Por circunstancias cuyo pormenor no viene al caso, hace unos días tuve que permanecer algunas horas en un pequeño tanatorio anejo a un cementerio cercano a mi ciudad. Nadie (o casi nadie, para ser sincero) debería morirse nunca, y el hecho inicuo de nuestra mortalidad me parece motivo suficiente para profesar eterno y transgeneracional rencor a nuestros primeros padres, causantes frívolos y remotos de una condición a la que ningún ser (meramente) humano ha podido (por ahora) escapar.

Nadie debería morirse nunca. Y todavía menos en verano: la muerte adquiere entonces perfiles particularmente pegajosos, igual que las exequias, los velorios y demás ritos que la acompañan. Sentado al fresco en la cafetería del tanatorio, mientras me abanico con una revista, medito en los cercanos mausoleos y sepulcros, cuyo diseño parece secularmente anclado en el característico estilo "funeral", deudor de una cierta idea del arte egipcio o bizantino que también influyó en la primitiva iconografía del cómic de ciencia-ficción. De hecho, contemplándolos recordé con nostalgia la fascinante arquitectura de Mongo, el planeta en el que se desarrollaban las aventuras de Flash Gordon en los inolvidables dibujos de Alex Raymond.

La publicación con la que me doy aire se llama, muy apropiadamente, Adiós. Se trata de una "revista de empresas" cuya publicidad proviene mayoritariamente de compañías relacionadas con el comercio de la muerte: el negocio con mercado más cautivo y universal, y la clientela más dócil y menos proclive al chalaneo (dadas las circunstancias). Evelyn Waugh satirizó magistralmente algunos de los excesos de la industria funeral en su novela (1948) Los seres queridos (Anagrama), que luego llevó al cine (1965) Tony Richardson.

La revista no es triste, ni macabra, ni siquiera necrófila. Es eficaz e informativa. Su oferta va desde los féretros (o "arcas fúnebres") y las urnas, hasta los aparatos y sistemas relacionados con la tanatopraxia, es decir, con el arte de acondicionar el cadáver y dejarlo presentable. Su lenguaje es incluso desenfadado, como cuando se describe una técnica de ornamentación floral funeraria como "más alegre y rompedora". Incluye un concurso de tanatocuentos y una sección fija ("Mis queridos cadáveres") dedicada a los avatares post mórtem de célebres personajes (en el número que ojeo, Rosa Luxemburgo). Pero lo que más llama la atención al abrumado y mortal lego (yo, en este caso) es su marcada y nada culposa vocación comercial y corporativa. Y, es que, como se explica en uno de los artículos, "el sector funerario español afronta la coyuntura actual con buenas perspectivas económicas, pues aunque las defunciones han bajado en lo que va de año entre un 5% y un 10%, el valor seguro de este negocio permite a las empresas ser más ecológicas e innovar con pasiones vitales, como el fútbol y la moda". Se conoce que con la crisis hay menos decesos. La buena noticia para el sector es que aumenta el número de forofos que quieren reposar para siempre en recintos deportivos, lo que abre una prometedora línea de negocio. Y no pueden ustedes imaginarse lo coquetuelos que resultan los "atrevidos" e "innovadores" diseños de los ataúdes presentados por Antonio Miró en la última Funermostra de Valencia. Casi apetece morirse.

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