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Crónica:TOUR 2009 | 19ª etapa
Crónica
Texto informativo con interpretación

Ciclistas generosos a 46 por hora

Quinto 'sprint' victorioso de Cavendish la víspera del Mont Ventoux, el último obstáculo antes de París

Carlos Arribas

Siguiendo viejas tradiciones inquisitoriales españolas, recogidas en su país por los colonos puritanos amantes de las cazas de brujas, Greg LeMond le pide a Contador que cuelgue el hueso de un jamón de su bicicleta para demostrar su limpieza de sangre y Contador se da el gusto de no dignarse ni a responderle. Si quieres conocer su vida privada, le dice su gente al americano, pregunta en la AMA, en la UCI, en la WADA, en la AFLD, ellos saben más que nadie de su sangre, recogida todos los días del Tour y antes, de su orina, de su alma. Siguiendo el infantilismo de Carl Lewis -el hijo del viento, uno que se niega a reconocer que pueda haber gente más veloz que él y mata de entrada a Usain Bolt- LeMond, maillot amarillo en 1986, 1989 y 1990, es el primer ganador del Tour que rompe la tradición sagrada de los campeones de nunca poner en entredicho las victorias de sus herederos, aunque sólo sea para no parecer sencillamente amargados ex. "Es el precio del maillot amarillo", dijo Johan Bruyneel, que sabe de qué va la cosa, con neutralidad rayana en la indiferencia. "No, Contador no necesita que se le defienda de esas insidias".

El inglés lleva cinco victorias, 4+1 que diría Ángel Nieto, pues la de ayer no entraba en los planes de nadie
Contador asegura que trabajará para que Armstrong acabe junto a él en el podio
Ambos cerrarían así de manera insuperable ocho meses de relación imposible
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Contador no rompe ninguna tradición, ni siquiera la que dicta que la generosidad es una marca de los campeones. "Trabajaré para que Armstrong acabe en el podio de París", dijo. "Me gustaría que estuviera porque daría más prestigio a mi victoria". Incluso no descartaría el chico de Pinto, tan generoso, invitarle a subir para las fotos al primer cajón, para que recordara, quien consideró ese puesto durante siete años propiedad privada, cómo se ve el mundo desde el lugar más deseado de todos los últimos domingos de julio. Cerraría así, de manera insuperable, ocho meses de relación imposible que corrían el peligro, si se alargaban, de acabar convertidos en una especie de guerra de los Rose, con más sangre y menos humor, porque nunca hubo amor en ella.

También Denis Menchov es un campeón, aunque en este Tour no lo pareciera la mayoría de los días, y también es generoso, como se vio el miércoles camino del Grand Bornand. Menchov, para quien el Tour 2009 es demasiado ancho y tan ajeno, se escapó con la fuga matinal para lucir el maillot, justificar su presencia de cuerpo y su ausencia de espíritu, agradar a los invitados vip de su equipo, y poco más. Sin embargo, como en el Giro, patinó sobre el suelo mojado. Cayó, como diría el feriante, no una, no dos, sino tres veces. Y en las tres, al levantarse magullado, maldiciente y dolorido, lo primero que cruzó su mirada fue el rostro impávido, casi huraño, de su jefe, acompañado de un expresivo cruzarse de brazos. "¡Ay! ¡Cómo me gustaría estar ya en Rusia!", se lamentó el ganador del Giro, tan impresionante en su maglia rosa, tan poca cosa de naranja Rabobank.

Pero antes de irse a Rusia, rodillas vendadas, mirada inexpresiva, torso rígido sobre su bicicleta, Menchov se puso ayer al frente del pelotón. Lo hizo en el segunda que podía decidir la victoria de la etapa más rápida del año (más de 46 por hora en la canícula, en el asfalto áspero como papel de lija, en las carreteras encajonadas entre ríos cantarines). Lo hizo para cansar a Cavendish, tan pimpante en las llegadas al sprint hasta ahora, para ayudar a su amigo Freire, el maillot verde de 2008, tan inexistente como el ruso en 2009, a quedarse sin enemigos. Lo hizo marcando estrechamente la fuga inútil con la que Alessandro Ballan quiso honrar su eclipsado maillot arcoiris de campeón del mundo. A su rueda, todos en fila india, se vieron varias cosas sorprendentes: que Cavendish subía ligero de culo y desarrollo como un escalador consumado, que Armstrong no perdía detalle de los movimientos a su alrededor, que Contador cantaba alegre detrás. Acabada la subida, en el descenso vertiginoso a meta, Menchov se apartó, a Ballan lo engulló el pelotón, Freire mostró su habilidad saltando a 60 por hora una rotonda en la que entró desenfrenado e, inevitablemente, Cavendish, ligero de desarrollo, supersónico de frecuencia de pedalada, ganó (y van cinco).

El mistral barrió ayer Provenza y limpió de brumas el cielo del Ventoux, el monte calvo que asombra y atemoriza en medio de las llanuras de lavanda y los pinares. El mistral soplará hoy fuerte cuando los corredores, los generosos, los ratas, los soñadores, los fatigados, los que vuelan y los que se arrastran, lleguen al Chalet Reynard, donde las piedras blancas que deslumbran a la luz del sol montan el decorado lunar del único puerto que no le gusta a Contador, del único puerto que no ama a Armstrong. Txurruka y Alán Pérez, dos de los más generosos, no podrán disfrutar del suplicio. Juntos, ayudándose uno, herido, al otro, lesionado, llegaron ayer fuera de control.

Cavendish celebra en la meta su victoria de etapa por delante de Hushovd, a la izquierda.
Cavendish celebra en la meta su victoria de etapa por delante de Hushovd, a la izquierda.EFE

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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