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Columna
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Espiral de locura

Ante la lección magistral de Derecho comparado que impartió Rita Barberá a los medios de comunicación -y los de propaganda- sobre el reparto de aguinaldos y la imperiosa necesidad de reformar el Código Penal, una de dos: o el calor causa estragos en el sistema neuronal cuando la masa molecular pierde la protección del frío polar reinante en dependencias y coches oficiales, o hay que darle la razón a la alcaldesa de Valencia en la segunda parte del órdago, cuando habla de poner las cosas en claro y salir de esta espiral de locura. Sí a todo, aunque no todos los parroquianos interpretarán ambas necesidades en idéntico sentido.

Para unos significaría investigar el caso Gürtel hasta el último asiento contable perpetrado contra el presupuesto público y, previo desfile por comisarías y juzgados, poner a buen recaudo a cuantos instigadores, beneficiarios y comisionistas participaron del botín. A riesgo de que algunas canonjías queden más vacías que una calle en agosto con viento de poniente. Convendrán los imputados y su hinchada que trocear la causa en varias instancias, a ver si la judicatura amiga arrima el hombro, desmenuzar la instrucción como una margarita, esto sí, esto no, o enredar para desprestigiar a un sastre al que los tribunales dan la razón, no es el mejor método para esclarecer los hechos. En espera de que jueces y fiscales avancen en la causa, a ser posible restaurando el crédito que la ciudadanía les regatea en las encuestas de opinión, la segunda parte de la proclama, la espiral de locura, promete bastante más. Rita, sin duda, se pasó de ímpetu cuando abogó por la reforma del Código Penal para despenalizar el cohecho (o soborno) mediante dádivas (u obsequios), vive Dios (que viva). Solo le faltó añadir que el dichoso código, ése que no deja delinquir en paz, solo se aplique a la izquierda. Que por principio no acepta regalos o directamente los devuelve, sabedora de que nadie regala porque sí a partir de cierta categoría. En caso de duda, diputados y concejales, háganse una resonancia ideológica.

Espiral de locura es insistir en que Francisco Camps pagó sus trajes, cuando el auto del juez Flors indica que no. Además, este magistrado no caza ni en parany, a diferencia del aún consejero Serafín Castellano. Por lo que se pretende demostrar que es indemostrable el impago. Un lío. Más locuras: seguir en el cargo y con la perspectiva del retrato en el banquillo con jurado al fondo. Respecto de la interesada comparación de Camps con el ex presidente Bill Clinton, en cuanto a suplicios, que no placeres, recuérdese que el marido de doña Hillary no estuvo en la cuerda floja por sus efusiones con la Lewinsky, sino por mentir. Camps ha mentido. En las Cortes, en la prensa, en el juzgado y en todo lugar. Y con tanta espiral se nos olvidan los corruptores, esa trama que obtenía ciertos contratos gracias a sus amistades del alma. Ya se ve venir que la próxima Navidad habrá restricciones en el sector de regalos a domicilio, puesto que solo las anchoas del presidente cántabro parecen superar, mal que le pese a Rita, los escáneres de los despachos oficiales. Pase lo que pase en este páramo absolutista, crece el interés en Luis Bárcenas. El tesorero del PP es como el hombre que sabía demasiado, el contable que atrapan Kevin Costner y sus intocables en la estación de Chicago, con trágico resultado para Alfonso Capone. Disfrutemos nuevamente de la película de Brian de Palma, mientras avanzan las diligencias entre rezos valentinos y silencios elocuentes de Rajoy. ¿Y la oposición? Bien, gracias.

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