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Columna
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Tórtolas

En el patio de casa hay un pruno y las baldosas relucientes que se extienden bajo el árbol han aparecido manchadas ahora con unas chapas verdosas de excrementos de pájaro, extremadamente viscosas y corrosivas. Después de limpiarlas con lejía cada mañana se repiten por la tarde de forma inexorable y así sucesivamente todos los días. Esa suciedad tan desagradable me ha obligado a mirar hacía arriba, pero no hay que tomar este gesto como algo simbólico de alguien que busca evadirse de la realidad. Puesto que el pruno es un árbol muy tupido de color oscuro he tardado en descubrir que entre sus ramas había un nido de tórtolas. Un señor muy esteta que conocí en mi niñez conservó el boquete que un obús había dejado en la fachada de su casa solariega durante la guerra sólo porque unos pájaros lo habían elegido para anidar allí cada año y lo adornó con una greca azul alrededor. Hoy los ecologistas son capaces de paralizar las obras de una autopista si por ese paraje se descubre un excremento de lince. Este nido me ha planteado un dilema, que atañe a mi actitud personal ante la existencia, incluso a la esencia de la naturaleza, si uno se pone presocrático. Me ha obligado a elegir entre cortar la rama y acabar con la vida o usar la lejía mañana y tarde para limpiar la terraza hasta que este ciclo de la creación finalice. Sé muy bien que estos residuos viscosos son producto de un milagro y que nada hay de excelso en este mundo que no deje atrás un poso de detritus. Por mi parte ahora paso el tiempo contemplando las maniobras complicadas que ejecuta la pareja de tórtolas para alimentar a sus hijos y cómo les incitan a dejar el nido para volar y el drama que desarrollan los padres cuando ven que el más débil apenas puede levantar las alas sobre la barda sabiendo que en la calle le esperan varios gatos famélicos. Por unos días este nido ha hecho que no me olvide del detergente necesario para cualquier clase de corrupción, pero lo cierto es que en esta vida existen problemas aún más graves para el que no sabe volar. Ayer por encima de la tapia un gato se paseaba llevando en la boca una tórtola que se había caído del nido. Aunque a ella no le ha servido de nada, espero que la lejía me haya dejado por dentro tan limpio como la terraza.

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