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Tribuna:LA CUARTA PÁGINA
Tribuna
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Gaza, peor que una de nuestras prisiones

El discurso de Obama en El Cairo fue seguido con particular atención en Gaza, donde millón y medio de personas sufren el implacable bloqueo al que les somete Israel. En las cárceles europeas se vive mejor

Ignacio Álvarez-Ossorio

El discurso de Barack Obama en El Cairo fue seguido con especial atención en Gaza. Aunque el presidente estadounidense se refirió "al dolor soportado por los palestinos durante 60 años", no consiguió aliviar el sufrimiento de una población que dejó hace ya mucho tiempo de creer en los milagros. Desde que en julio de 2007 Hamás se hiciera con el control de la franja mediterránea, su millón y medio de pobladores padece uno de los bloqueos más implacables que puedan imaginarse, todo ello ante la más absoluta indiferencia de los países occidentales. Entrar o salir de Gaza se ha convertido en una misión imposible, pues ha sido sellada a cal y canto por las autoridades israelíes, que controlan férreamente sus fronteras aéreas, marítimas y terrestres.

Con el consentimiento y hasta apoyo internacional, la franja está reducida a la absoluta miseria
La entrada de un saco de arroz depende del permiso del Ejército israelí
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La pesadilla no empezó el 27 de diciembre de 2008, con la operación Plomo Fundido, sino el 15 de agosto de 2005, cuando Ariel Sharon retiró unilateralmente sus tropas y colonos de la Franja de Gaza. Dos años después, el Gobierno de Ehud Olmert la declaró "entidad hostil", lo que allanó el camino para que se impusieran diversas medidas punitivas, entre ellas la interrupción progresiva del aprovisionamiento de agua, electricidad y gas. Todo ello con un doble propósito: debilitar a Hamás, que había salido fortalecida tras su victoria electoral en enero de 2006, y castigar a la población por haberle dado su voto. Dov Weissglass, consejero de Sharon y Olmert, llegó a recomendar que los palestinos fuesen sometidos a "una dieta de adelgazamiento", recomendación que fue tomada al pie de la letra.

Cabe recordar que los castigos colectivos suponen una flagrante violación del Derecho Internacional y están estrictamente prohibidos por el Cuarto Convenio de Ginebra de 1949, que en su artículo 33 establece: "No se castigará a ninguna persona protegida por infracciones que no haya cometido personalmente. Están prohibidos los castigos colectivos, así como toda medida de intimidación o de terrorismo. Están prohibidas las medidas de represalia contra las personas protegidas y sus bienes".

Este bloqueo, que se llevó a cabo con suma diligencia, vino a agravar los problemas estructurales de un territorio que soporta la más elevada densidad de todo el mundo. En poco tiempo, la economía de Gaza fue desmantelada y la población quedó sumida en la pobreza. Como ya constató la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de Naciones Unidas en diciembre de 2007, "en los últimos seis meses la mayoría de las empresas privadas han cerrado y el 95% de las operaciones industriales han sido suspendidas debido a la prohibición de importar materias primas y al bloqueo de las exportaciones: 3.500 de las 3.900 factorías se han visto obligadas a cerrar sus puertas, lo que se ha saldado con la pérdida de 75.000 empleos del sector privado".

El estrangulamiento de la franja elevó el porcentaje de población que vivía bajo el umbral de la pobreza en un 20% (pasando del 55% al 75%) y dejó en el paro a una de cada dos personas. Hoy en día, 1.265.000 de los habitantes de Gaza dependen de la ayuda internacional. Ante esta situación, el director de operaciones de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos (UNRWA), John Ging, ha señalado que "los palestinos tienen derecho a disponer de un medio de vida. No quieren verse reducidos a mendigar para ganarse el pan, pero en estos momentos el 90% de la población depende de los repartos de comida de las Naciones Unidas. La gente llama a este lugar cárcel, pero no es una prisión porque una prisión europea tiene muchas mejores condiciones".

La crisis humanitaria que azota Gaza no es fruto del azar ni tampoco ha sido provocada por un desastre natural, sino que obedece a una estrategia deliberada destinada a convertir el problema nacional palestino en un mero asunto humanitario o, como dijera Víctor Currea-Lugo, "un intento por reducir el problema palestino a un problema de arroz". Sólo así puede entenderse el hecho de que el número de personas que depende de la ayuda alimentaria se haya multiplicado por diez en una sola década. Karen Abu Zayd, máxima responsable de la UNRWA, advirtió recientemente que "Gaza está a punto de convertirse en el primer territorio en ser reducido, de manera intencionada, a una situación de absoluta miseria, con el conocimiento, consentimiento e, incluso, apoyo de la comunidad internacional".

Esfuerzos como el realizado en la Conferencia de Sharm el Sheik del 2 de marzo de 2009, donde varios países se comprometieron a donar 3.200 millones de euros, resultan completamente estériles dado que no existen vías adecuadas para su distribución ni tampoco manera de reconstruir la Franja de Gaza sin la autorización de Israel, que controla sus fronteras, y sin el diálogo con Hamás, que gobierna la franja. El primer ministro Benjamín Netan-yahu ha manifestado que el cierre de Gaza debe prolongarse mientras Hamás conserve el poder, ya que interpreta que dicha organización dirige "un Estado terrorista vástago de Irán". Mientras tanto, los mecanismos establecidos para puentear a la organización islamista -el programa PEGASE de la UE, el Fondo de Inversiones del Banco Mundial y el Plan Palestino de Desarrollo y Reforma de la ANP- se han mostrado del todo ineficaces.

Pero quizá el hecho más preocupante es que la entrada de cualquier producto -desde un paquete de arroz a un saco de cemento- depende en exclusiva de la potencia ocupante. Pese a que las organizaciones internacionales consideran que sería necesaria la entrada de 500 camiones diarios para paliar la crisis humanitaria, Israel tan sólo permite el paso de 100. Dos terceras partes de las mercancías que entraron en la franja entre febrero y abril fueron alimentos y no materiales de reconstrucción. Así las cosas, parece que las instalaciones eléctricas, los sistemas de alcantarillado o la red de distribución del agua tendrán que esperar mucho tiempo antes de ser reparadas.

Además, las autoridades israelíes impiden la entrada de lo que catalogan como productos de lujo, entre los que se incluyen la pasta, los garbanzos, las lentejas, el tomate, las galletas, la mermelada o los dátiles. La situación roza el esperpento, dado que la lista de productos prohibidos no es pública y varía de un día a otro, lo que constituye un verdadero quebradero de cabeza para las agencias humanitarias. Un congresista norteamericano que recientemente visitó la Franja de Gaza se preguntó con sarcasmo: "¿Han estallado últimamente bombas de lentejas? ¿Van a matarle a usted con un macarrón?".

Otros productos prohibidos son el plástico, el cemento, las semillas, las vacunas, los cuadernos e, incluso, los juguetes de madera, considerados una potencial amenaza porque podrían ser objeto de doble uso. Si bien es cierto que el responsable de la Política Exterior y de Seguridad Común europea, Javier Solana, ha objetado que la lista de productos es "totalmente inadecuada", no consta que la UE haya adoptado ningún tipo de medida para modificar la situación, lo que ha permitido a Israel mantener e, incluso, endurecer dichas prácticas. Llama la atención el hecho de que EE UU se muestre cada vez más crítico hacia Israel, mientras que la UE prefiere mirar hacia otro lado para evitar colisionar con el Gobierno de Netanyahu.

Aunque puede considerarse un primer paso que Obama se refiriese en su discurso cairota a "la intolerable situación del pueblo palestino" y manifestase que "la continuada crisis humanitaria en Gaza no sirve a la seguridad israelí", todavía queda mucho camino por recorrer. Entre otras cosas, EE UU deberá demostrar si está dispuesto a pasar de las palabras a los hechos, presionando no sólo para que Israel detenga su actividad colonizadora en Cisjordania, sino también para que ponga fin al inhumano bloqueo de Gaza. Como denunciaran recientemente varias organizaciones no gubernamentales inglesas, "la paz no se alcanzará encerrando a un millón y medio de personas en una prisión de pobreza y miseria".

Ignacio Álvarez-Ossorio es profesor titular de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Alicante y autor de Siria contemporánea (Síntesis, 2009).

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