_
_
_
_
_
UNIVERSOS PARALELOS
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Directos al infierno

Diego A. Manrique

Les habrán llegado los ecos de esta historia. Un antiguo "pipa", James Wright, publica unas memorias, Rock roadie, donde relanza un añejo rumor: que Jimi Hendrix fue asesinado en 1970 por su manager, Michael Jeffery, ansioso de beneficiarse de una póliza de dos millones de dólares.

Supuestamente, Jeffery confesó que mató a Jimi atiborrándole de barbitúricos y vino tinto; dado que el guitarrista iba a cambiar de representante, valía más muerto que vivo. Nadie puede contradecirlo: Jeffery falleció en 1973, cuando un avión de Iberia chocó con uno de Spantax en la vertical de Nantes.

Resulta extraordinario que grandes medios concedan credibilidad a una fábula que contradice todos los relatos de las últimas horas de Jimi. Además, presenta a un Hendrix que se deja liquidar como un borreguito. Hablamos de alguien que supo sobrevivir a situaciones complejas, en el US Army, en el duro circuito del rhythm and blues, en el estrellato rock.

Al 'manager' se le atribuye la moralidad de un tiburón hambriento, capaz de las peores maldades

Pero la idea de un manager que sacrifica a su protegido parece tener resonancias mitológicas. Circuló en 1967, cuando Otis Redding se estrelló en una avioneta. Dado que el soulman quería independizarse, dedos airados señalaron a su manager blanco, Phil Walden, como responsable en la sombra. Que conste: la póliza de vida resulta frecuente en muchos contratos de grabación o representación.

Así que podemos afirmar que, en la industria de la música, hay un oficio aún más odiado que recaudador de la SGAE o contable de discográfica. En el imaginario rockero, al manager se le atribuyen cualidades mefistofélicas y capacidad para las mayores maldades. Este dios caprichoso puede encumbrar a cualquier mortal y destrozarle posteriormente sin compasión. Un parásito necesario, aunque se sospeche que tiene la moralidad de un tiburón hambriento.

El prototipo de manager del rock and roll es el Coronel Tom Parker, responsable de la carrera de Elvis. Un falsario: su grado militar era un título honorario y se llamaba en realidad Andreas van Kuijk. Nacido en Holanda, emigró clandestinamente a América. Nunca regularizó su situación; el miedo a pedir un pasaporte explica que no permitiera que Presley actuara fuera de Estados Unidos.

Estamos ante el peor tipo de manager: el que recorta el potencial del artista con decisiones pacatas, productos de un espíritu conservador y la codicia del "más vale pájaro en mano". Parker empujó a Elvis por un barranco cinematográfico, dinamitando sus posibilidades como actor y menospreciando su faceta musical. Convertirle en un habitual de Las Vegas tuvo su mérito pero permitió que la novedad se pudriera: ludópata, Parker estaba a merced del casino del International Hotel. La urgencia de dinero para pagar deudas de juego explica el peor negocio de Elvis. A instancias de Parker, vendió en 1973 a RCA sus futuros derechos discográficos por 5.400.000 dólares. Un disparate.

Parker cobraba ¡un cincuenta por ciento! de las ganancias del Elvis. La comisión de Allen Klein era menos escandalosa, pero supo apoderarse de minas de oro todavía en explotación, como las grabaciones (y los derechos editoriales) de Sam Cooke en RCA o los Rolling Stones de Decca: trasladó los contratos del grupo británico hacia una sucursal estadounidense de la empresa matriz, que tenía el mismo nombre pero le pertenecía exclusivamente. También los Beatles pasaron por sus garras, pero Paul McCartney frustró su particular OPA. El tópico presenta a Paul como tontito, en comparación con el afilado John. Todo lo contrario: Klein embelesó a Lennon al enfatizar que ambos crecieron como huérfanos, aparte de engatusar a Yoko Ono con torpes halagos.

Todavía puede morder: ya septuagenario, Allen Klein despojó a The Verve de todos los beneficios de su gloriosa Bittersweet symphony, por abusar precisamente del sampleado de una pieza de los Stones. Una jugada maestra: mientras engordaba la cuenta corriente de Klein, las críticas recaían sobre Mick Jagger y Keith Richards. Más méritos para colocarle en lo alto de la pirámide de los managers infernales.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_