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Columna
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Las cosas como son

Casi todo el largo siglo XIX, que comienza con la Revolución Francesa en 1789 y termina con la Primera Guerra Mundial en 1918, se nos fue a los europeos en conseguir que el Estado Constitucional se convirtiera en la forma generalmente aceptada de organización del poder. Casi todo el corto siglo XX, que empieza en 1918 y termina con la caída del Muro de Berlín en 1989, se nos ha ido en conseguir que el Estado Constitucional se convirtiera en un Estado democrático. El avance del Estado Constitucional desde el oeste hacia el este de Europa fue lento, tortuoso, contradictorio en el XIX y no lo ha sido menos el del Estado democrático en el siglo XX.

La Unión Europea es el resultado de dos siglos largos de experiencias constitucionales en los diferentes países europeos con base en dos principios de legitimidad emparentados, pero distintos. Un principio de legitimidad protodemocrático, el principio de legitimidad parlamentaria, en el que descansa la organización estatal decimonónica. Y otro democrático, en el que ha acabado descansando la organización estatal en el siglo XX y continúa descansando en la actualidad.

La UE es resultado de dos siglos largos de experiencias constitucionales
No tenemos ninguna garantía de que la Unión vaya a ser un éxito

La gestión de la convivencia con base en un nuevo principio de legitimidad es siempre una operación extraordinariamente difícil. La transición hacia ese nuevo principio de legitimidad suele ser muy violenta y el tiempo que se tarda en consolidar una fórmula de gobierno con base en ese principio nuevo es muy considerable y tampoco está exenta de violencia. El tránsito de la soberanía de origen divino a la soberanía parlamentaria y de ésta a la soberanía popular en los países del continente europeo habla por sí solo.

La ventaja del principio de legitimación democrática es que es un principio con vocación jurídica, que únicamente puede expresarse a través del derecho y que, justamente por eso, es un principio pacificador. El proceso de imposición de dicho principio fue muy violento, pero una vez impuesto ha sido una forma muy pacífica de gestión de la convivencia. En el interior de cada país democráticamente constituido y en las relaciones entre ellos. De ahí que las Comunidades Europeas fuera el resultado de la imposición de la democracia tras la Segunda Guerra Mundial en la parte occidental del continente europeo y la Unión Europea el resultado de la extensión de la misma a los países de Europa oriental tras la caída del Muro de Berlín.

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Ahora bien, que la gestión de la convivencia con base en el principio de legitimación democrática sea pacífica no quiere decir que sea fácil. Todo lo contrario. Es la fórmula de gobierno más difícil de gestionar. No tanto por razones sustantivas, como por motivos de índole procesal. En democracia hay que explicar a los titulares del principio de legitimidad las decisiones que se tienen que tomar y conseguir la aceptación de las mismas. La legitimidad de origen es condición necesaria, pero no suficiente. La democracia exige que la legitimidad de origen se proyecte en legitimidad de ejercicio.

Esta superposición de la legitimidad de origen y de la legitimidad de ejercicio la tenemos ensayada en cada uno de los países que constituyen la Unión Europea. No en todos de la misma manera, pero sí en todos de una manera que se puede considerar suficiente para que el principio de legitimación democrática resulte reconocible.

Pero no hemos sido capaces de ponerla en marcha a escala continental o, al menos, no hemos sido capaces de ponerla en marcha de una manera en la que los ciudadanos europeos se puedan reconocer. Todavía no sabemos cómo hacerlo. Es posible que lo acabemos sabiendo y es posible que no. No tenemos ninguna garantía de que la Unión Europea vaya a ser un éxito, aunque todos intuimos la catástrofe que sería que así no fuera. Pero puede acabar siendo un fracaso. En todo caso, a la luz de lo que ha sido nuestra experiencia de estos dos últimos siglos, lo que es prácticamente seguro es que, si conseguimos que sea un éxito, nos va a llevar mucho tiempo conseguirlo.

El proceso de construcción de la Unión Europea, que, a diferencia de lo que ocurrió con las Comunidades Europeas, es un proceso materialmente constitucional, es una carrera de fondo, en la que hay que tener una perseverancia extraordinaria y en la que hay que saber que se van a vivir muchos momentos de frustración, especialmente cuando se convocan elecciones. Y no es así porque los candidatos sean personas poco capaces o inadecuadamente formadas, sino porque las cosas son como son. Los ciudadanos somos tan portadores del problema como lo son los candidatos que concurren en las listas de los diferentes partidos. Si alguien mira hacia dentro de sí mismo, no puede dejar de reconocerlo.

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