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El hombre de Euskadi en La Habana

Conrado Hernández, representante de los intereses comerciales del País Vasco en Cuba, grabó supuestamente a Lage y Pérez Roque para acelerar su destitución

Juan Jesús Aznárez

El papel asignado a Conrado Hernández en las supuestas grabaciones clandestinas que habrían descabalgado a Carlos Lage y Felipe Pérez Roque de la cúspide cubana recuerda la treta utilizada por un colmilludo embajador mexicano en La Habana para sonsacar a sus invitados cubanos. Durante las recepciones de la legación, servía ron y mojitos a destajo para que la ingesta de los alcoholes activase la locuacidad de gente con responsabilidades políticas. El diplomático trasegaba como el que más, pero no lo mismo: su mojito contenía todos los ingredientes del cóctel, azúcar, lima, hierbabuena y agua con gas, excepto el más embriagador: el ron.

Las grabaciones que capturaron al ex vicepresidente del Consejo de Estado y al ex ministro de Relaciones Exteriores menospreciando a los hermanos Fidel y Raúl Castro, y a Machado Ventura, nuevo vicepresidente primero, a quienes escarnecieron con burlas, también se desarrollaron entre buchitos, engaños y partidas de dominó. Habría sido así porque las fulminantes destituciones del pasado marzo exigían, por su trascendencia, un soporte documental: había que convencer a los mandos militares y políticos de la revolución de la indignidad de los destituidos, supuestamente simpatizantes de la liberalización cubana.

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La información disponible parece indicar que el declive de Lage, de 57 años, y de Pérez Roque, de 44 años, había comenzado antes de la instalación de cámaras ocultas en la finca de Matanzas del cubano Conrado Hernández, delegado de la Sociedad para la Promoción y Reconversión Industrial (SPRI), dependiente del Gobierno vasco.

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Supuestamente, para entonces los servicios secretos cubanos conocían el activismo español por acumular información sobre una eventual transición a la democracia en la isla, así como las veleidades reformistas atribuidas a Lage y Pérez Roque, y comentadas informalmente por ellos mismos a políticos extranjeros durante los viajes oficiales.

Nadie mejor para el desenmascaramiento de la pareja bajo sospecha que el sexagenario Conrado Hernández, ingeniero industrial, amigo de Lage desde los años juveniles, un informante codiciado por los servicios de información del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) español, aún sospechando que pudiera ser un agente doble o triple, por su acceso al poderoso ex vicepresidente; los órganos de seguridad del Estado cubano también lo cuidaban por su fácil entrada en la embajada española y ámbitos empresariales. "Funcionarios cubanos que pedían el anonimato" dijeron al diario The New York Times que Hernández grabó a Lage y Pérez Roque al servicio de Madrid, para evidenciar ante los agentes del CNI el pensamiento de las nuevas generaciones cubanas.

La realidad puede ser diferente, según otras fuentes. Hernández, con una hija becaria en España, parece haber querido servir a todos. Pero independientemente de sus contactos con el CNI, su puesto en la SPRI, con un salario y comodidades impensables para la gran mayoría de sus compatriotas, dependía de su lealtad revolucionaria. Cabe suponer, por tanto, que habría actuado a instancias de la seguridad cubana, necesitada de pruebas para certificar ante Fidel y Raúl Castro las deslealtades de dos hombres con paso franco, desde hacía más de un decenio, en el sancta sanctorum del Palacio de la Revolución.

Las mieles del poder despertaron en ellos ambiciones que estimularon a los "enemigos de Cuba", escribió Fidel Castro. Consustancial al oficio, la opacidad de los servicios de espionaje españoles y cubanos obliga a los supuestos y a las cábalas. No hay certezas sobre los vídeos, ni tampoco confirmación de los cargos contra Hernández, detenido el 14 de febrero cuando se disponía a viajar a Bilbao con su esposa.

El hombre de Euskadi en La Habana acabó siendo engullido por una operación de inteligencia tan confusa como desconcertante en algunos de sus tramos.

Raúl Castro (derecha), Carlos Lage (centro) y Felipe Pérez Roque, en un discurso de Fidel Castro en Cienfuegos a finales de 2007.
Raúl Castro (derecha), Carlos Lage (centro) y Felipe Pérez Roque, en un discurso de Fidel Castro en Cienfuegos a finales de 2007.REUTERS

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