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ÍDOLOS DE LA CUEVA
Columna
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El verdadero creyente

Manuel Rodríguez Rivero

La vida de Eric Hoffer (1898 o 1902-1983) daría para el guión de un biopic acerca de un nada típico self-made man norteamericano. Hijo de humildes emigrantes alsacianos establecidos en Nueva York, quedó huérfano de madre tempranamente, poco después de que tuviera lugar el extraño accidente que marcó su infancia: perdió la visión a los siete años y no la recuperó -por razones igualmente misteriosas- hasta los 15. De su juventud se sabe muy poco: ejerció diferentes oficios (jornalero, minero, dependiente) en distintos lugares, intentó suicidarse a los 31 años, y suplió la falta de una educación convencional consagrando a la lectura todo su tiempo libre en cuantas bibliotecas públicas tuvo a su alcance. En 1942 se asentó como estibador del puerto de San Francisco, un puesto en el que permaneció hasta su jubilación. En 1967 fue recibido en la Casa Blanca por el Presidente Johnson, que le nombró vocal de la Comisión Nacional sobre las Causas y Prevención de la Violencia.

El siglo XXI ha contemplado el inesperado resurgir de fanatismos que suponíamos enterrados

Hoffer se hizo célebre en 1951 cuando publicó El verdadero creyente, un breve ensayo de psicología social que suscitó amplios debates en círculos académicos y periodísticos, y cuya traducción española (Adela Garzón) acaba de publicar Tecnos con prólogo de Julio Seoane. Hoffer compuso su primera obra a partir de sus observaciones y de millares de notas que había tomado en sus inmersiones bibliotecarias. Sus preocupaciones -como las de otros intelectuales americanos de posguerra- se dirigían al estudio de los movimientos de masas que habían propiciado los totalitarismos de los años treinta. La tesis fundamental de Hoffer -rastreable también en el temprano libro de Reich Psicología de masas del fascismo, y en otros textos de conspicuos miembros de la Escuela de Francfort (Fromm: El miedo a la libertad; Adorno: La personalidad autoritaria)-, viene a señalar que la fase más activa (o expansiva) de un movimiento de masas está protagonizada por el "verdadero creyente", un individuo cuyo fanatismo, odio e intolerancia, se nutre de una profunda frustración interna, de un acendrado desprecio hacía sí mismo, de la desafección radical ante la existencia que llevaba antes de consagrarse -a veces inmolando su vida y la de otros- a la victoria de su movimiento. Por eso precisa rechazar absolutamente su pasado y su presente y volcarse en un radiante porvenir, sobre el que proyecta su autosacrificio y la intolerancia hacia quienes considera sus enemigos. Para Hoffer -y éste es el corolario más controvertido de sus teorías- los movimientos de masas, aunque no sean exactamente iguales, son intercambiables precisamente porque el fanático (su motor en la fase agresiva) podría serlo de cualquiera: nacionalista, fascista, comunista, religioso. Su entusiasmo y su compromiso vital con el movimiento son tanto mayores cuanto más insoportable era su frustración anterior: ella fue la que condujo al "verdadero creyente" a abrazar la causa que dará sentido a su existencia. Quizás Hoffer tenía en mente los famosos versos de Yeats en The Second Coming (1921) en los que se reflejaba alegóricamente la atmósfera apocalíptica de la primera posguerra, cuando se fraguó el clima que conduciría a la siguiente catástrofe: "los mejores carecen de convicciones, mientras los peores / rebosan de apasionada intensidad".

El siglo XXI ha contemplado el inesperado resurgir de fanatismos que suponíamos enterrados. Hoffer, cuya obra presenta a veces cierto carácter aforístico y fragmentario -lo que propicia la posibilidad de diferentes interpretaciones-, no puede disimular una sintomática desconfianza hacia las masas muy de los años cincuenta. Pero El verdadero creyente, con todas sus limitaciones, todavía permite lecturas abiertas y sugerentes. Sobre todo ahora, cuando el fanatismo religioso, los nacionalismos populistas o los radicalismos redentores encuentran terreno abonado en colectivos o poblaciones que resienten particularmente la exclusión o el rechazo por quienes son percibidos como responsables de su desesperación.

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