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Reportaje:

El misterio de la mano cortada

La historia de la madre que troceó el cuerpo de su hija agotó 'El Caso' en 1952

Patricia Gosálvez

Estaban a punto de cerrar la edición cuando el censor dijo no. "Esta foto va contra la moral". En la portada 92 de El Caso, a toda página, se podía ver una lechera de plástico llena de alcohol con una mano femenina dentro, la manicura en color porcelana. No había tiempo de discutir. Eugenio Suárez, el director, agarró una holandesa —que era lo que había entonces, 1954, en vez de DIN A-4—, y escribió con trágicas letras gruesas: El misterio de la mano cortada. "Quería titular El caso de la mano cortada, pero se repetía con la cabecera", dice el fundador del semanario de sucesos (y colaborador de EL PAÍS) con el rigor de editor y la memoria intactos. Desde su refugio asturiano y con 90 años recién cumplidos recuerda perfectamente el día que entró con el fotógrafo en casa de doña Margarita Ruiz de Lihory. "Nos había llamado el hijo, un golfo, contando que se olía que su madre había mutilado el cadáver de su hermana muerta". Llegaron al mismo tiempo que la policía. Ningún problema: "Nos llevábamos bien, siempre decíamos que eran los buenos". En el piso burgués encontraron cabezas de perritos muertos dentro de las soperas de plata, y en un armario, la macabra lechera. ¿Cómo se sintió Suárez? "¡Encantado!, teníamos un asunto estupendo entre manos".

"Entonces éramos los únicos que hacíamos algo que se podía llamar periodismo, buscábamos la noticia, salíamos a la calle, creábamos opinión... el resto se limitaba a transcribir notas de prensa oficiales", dice Suárez que fundó El Caso en 1952 y lo dirigió hasta finales de los ochenta (después renquearía algunos años más). "No sé si teníamos más o menos raza, pero aquello no era un trabajo, era una manera de ser". ¿Su primer consejo a los reporteros que contrataba? "Cásate con una mujer rica". No queda claro si es una broma o una sabia lección de periodismo. Eso es exactamente lo que siente el lector contemporáneo enfrentado a El Caso, cuyo archivo de más de 30 años Suárez donó a la Universidad San Pablo CEU. Las crónicas, fabulosamente escritas con estructura novelesca, tienen un ritmo y un detalle que ya no se encuentra: transcripciones de interrogatorios, recreaciones del crimen, entrevistas con los criados, los novios o los profesores de los implicados, y hasta escenas privadísimas como los policías discutiendo sobre Rita Hay-worth, "¡Qué gachí!", antes de recibir la visita del hijo de doña Margarita... ¿Cómo conseguían este lujo de detalles? "¡Nos lo inventábamos, hija!", dice Suárez, y luego, "... aunque procurábamos contar la verdad".

El "estupendo" asunto de la mano cortada lo tenía todo: "Amor, morbo y lujo... Una señora rica y chalada que guarda reliquias de su hija querida" (también le arrancó la lengua y los ojos). La gente se lo quitaba de las manos. Con portada censurada y todo, hubo que hacer una segunda edición. Un quiosquero de Tetuán se llevó cientos de ejemplares al pueblo de Fuencarral y los vendió a duro (costaban dos pesetas). "Lo peor de la censura no es la falta de libertad, sino la estupidez; éste era un país de beatas y meapilas, si poníamos 'cadáver semidesnudo' nos lo tachaban, así que poníamos 'semivestido". Suárez sólo recuerda otro número que vendiese más que aquél: "La portada de Jarabo, 450.000 ejemplares, un hito". Antes de que le ajusticiasen, el periodista mandó al asesino una caja de puros: "Era lo menos que podía hacer". Una manera de ser. Insisto: ¿qué consejo les daba a los que empezaban? "Que no le contasen a los demás lo que ganaban; pero nunca me hacían caso".

Durante décadas la gente enrollaba El Caso del revés como si fuese pornografía y a los niños se les prohibía leerlo. "Pero no era nada comparado con la casquería que sale ahora por la tele", dice Suárez. De hecho, en la biblioteca del CEU, la mayoría de peticiones para revisar los 66 tomos del archivo proceden de televisiones. Sus desvaídas fotografías son lo único que queda, ya que Suárez perdió la pista del impagable archivo gráfico cuando el semanario cambió de manos. En el sótano de la universidad, en una estantería del fondo, está el tomo que guarda el número que esconde en páginas interiores la foto censurada de la mano cortada. No impresiona tanto, quizá la tele nos ha hecho callo, quizá el blanco y negro ya no nos mueve. La lectura es entretenidísima. Al final a la señora, que siempre defendió que era inocente, la encerraron brevemente en un psiquiátrico y le hicieron pagar una multa. A los 10 años El Caso la volvió a entrevistar. "Qué coraje, ¡después de cómo la habíamos puesto!", dice Suárez. Ahora en serio, ¿un consejo para enfrentarse al oficio? "Si no te responden, insiste; si te echan de un sitio, vuelve; aunque te echen a patadas, tienes que volver".

El archivo del semanario  en la universidad San Pablo CEU.
El archivo del semanario en la universidad San Pablo CEU.ÁLVARO GARCíA
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Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.

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