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Columna
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Contagio

La única ventaja de las epidemias de gripe es que nos enseñan que estamos mejor preparados para el contagio que para la soledad y el aislamiento. La sociedad de servicios y de consumo está encaminada hacia el contagio y la imitación, y cuando hay que frenar esta necesidad excesiva de contactos y relaciones nos quedamos tan perplejos que no sabemos qué hacer ni cómo actuar. Entonces surgen las recomendaciones extrañas y las ocurrencias peregrinas.

Por ejemplo, se advierte de que el miedo es más contagioso que la gripe. ¡Menudo descubrimiento! Pues claro, sería bastante más peligroso lo contrario, que la gripe se contagiara más rápida que el miedo. Y es que el miedo está infravalorado, cuando en realidad es un mecanismo muy saludable. Siempre se dijo que el cobarde muere mil veces mientras que el valiente sólo una, pero casi nunca se añade que el primero resucita novecientas noventa y nueve, el valiente ninguna. El único miedo peligroso es el que se utiliza para restringir las libertades sociales, pero eso lo producen otro tipo de bichos distintos al de la gripe.

Luego está el asunto de la prevención. Está bien eso de prevenir, aconsejar, poner normas en aeropuertos y escuelas. Pero ¿qué pasa con el griposo, con el que ya no tiene que prevenir sino que tiene que curarse? Del pobre enfermo ya no se sabe casi nada, ni cómo lo pasa, qué tiene que hacer, cuántos días para recuperarse, qué medicamentos son convenientes. Es más, los remedios adecuados desaparecen de las farmacias, se prohíbe su venta, se estataliza la cura. Y todo, según parece, para evitar el acopio exagerado y la utilización innecesaria, como si también existiera crisis de producción en las empresas farmacéuticas o fuéramos incapaces de tomar nuestras propias decisiones, algo que hacemos el resto del año. Todo enfocado a la prevención, pero el pobre griposo vuelve a ser el paciente clásico, sin información ni consentimiento ni libertad de elección, los últimos avances de la medicina moderna.

Con unos cuantos casos en la ciudad, que no dan miedo ni al más hipocondríaco, ya tienen que hacer colas los familiares en los centros educativos para recibir el correspondiente tratamiento. Nada como las colas para evitar el contagio. Es mejor no pensar hasta dónde llegarán esas colas si algún día se produce realmente una epidemia.

Pero eso sí, folletos explicativos no faltan. Algo así como la curación por la pedagogía, una de las creencias más tradicionales. Por eso leo espantado, "usted tose y estornuda pero... ¿lo hace correctamente?". Décadas y décadas tosiendo y estornudando, y ahora me entero que no lo hacía bien. Ya me imagino cuál va a ser el próximo máster de Bolonia y el nombre de moda de las nuevas Cátedras. No crean, la cosa tiene su miga, porque no en todos los países se pronuncia igual el estornudo, por aquí decimos ¡achís! pero en otros idiomas se utilizan vocales más abiertas, más expansivas y, por supuesto, mucho más contaminantes. Debe ser por eso que hay más gripes en unos países comparados con otros. Y, desde luego, las personas políglotas son las más peligrosas, son capaces de contagiar en varios idiomas.

No me cabe ninguna duda, estamos mejor preparados para el contagio, la imitación, el contacto, el consumo de personas y servicios, que para mantenernos distanciados en una burbuja individual y aséptica. Por eso será muy difícil renunciar a besos y abrazos, apretones de mano o palmaditas en el hombro. Ya me imagino el grito de guerra de la nueva generación, ¡antes griposo que xenófobo! Lo tiene crudo el Ministerio de Sanidad.

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