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Cosa de dos
Columna
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Cumbres

Veo a gente maleducada y subversiva (¿quién les pagará?, ya no puede ser el comunismo, lo más probable es que el mecenas de los protestones sea el mismísimo Satanás) que se atreven a agredir a los inocentes cristales del sagrado Royal Bank of Scotland, en plena reunión de los simbólicos jefes del universo, tan angustiados ellos por encontrar soluciones al desastroso estado del planeta. Y sonríen incansablemente, saludan, posan, se abrazan, parecen estar encantados consigo mismos, disfrutan de hacerse mutua y egregia compañía.

Llueven las hostias de las concienciadas fuerzas del orden sobre esos manifestantes que pretenden amargar cónclave tan trascendente, que gritan revanchistas y absurdas consignas culpando a los sufridos banqueros de la lluvia de piedras que va a convertir a los pobres de siempre en parias intemporales y a transformar en pesadillas los antes tranquilos sueños de la también amenazada clase media. Y deduces observando el ensangrentado careto de los que asocian demagógicamente a los saqueadores del dinero público con la clase política que permitió su abrumador choriceo o que iba fifty-fifty con ellos en el impune negocio, que las únicas profesiones que no van a sufrir crisis son la de policía, militar, guardia de seguridad, todo lo que sirva para defender al acosado Orden de la ira o del robo de los que se han quedado a dos velas, que van a salir infinitas y uniformadas plazas para acorazar al sistema de las violentas e impresentables reivindicaciones del populacho.

Pero hay cosas que te hacen dudar de que la rabia del pueblo llano se concentre en los intocables culpables. Cuentan que la opinión pública de Inglaterra ha sufrido espasmos ante algo tan escandaloso como que la extrovertida esposa de Obama se ha saltado el protocolo y ha abrazado por detrás a la intocable reina Isabel. Y flipas con que a estas alturas de la historia el democrático personal siga sintiendo atávico respeto y transparente amor hacia ese anacronismo surrealista llamado realeza, sangre azul, derechos divinos en la Tierra.

Pero no pasa nada. Aseguran los conductores del rebaño que pronto tocaremos fondo y volveremos a ser felices. Los cuatreros y los moradores del limbo asienten.

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