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Columna
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Ali Sami Yen

Andoni Zubizarreta

Noviembre de 1993. El Barça juega en Estambul su partido más difícil de la fase de clasificación para la Liga de Campeones. El encuentro se disputa en el estadio Ali Sami Yen, feudo del Galatasaray, nuestro rival esa noche. El partido no tendría otro recuerdo en mi memoria futbolística más que el de una noche de tambores, pasión en la grada, bengalas y ruido, mucho ruido, si no fuera porque en los tres partidos anteriores Johan Cruyff me había recetado una dosis de banquillo que había dejado mi autoestima en números rojos. Recuerdo que me dijo que jugaría contra el Galatasaray si me sentía con fuerzas para esta labor sabiendo que era un partido lleno de minas y presión. Si le preguntan, Sergi Barjuán les contará una versión totalmente diferente de aquella concentración, de aquellos 90 minutos que supusieron su debut con el Barça. La cosa no nos fue del todo mal, ya que mantuvimos el cero en la puerta y sacamos un empate que nos permitía ser los primeros de grupo y clasificarnos para la siguiente fase.

Podremos adivinar cómo va el partido de España en Estambul según los decibelios del ruido de los tambores

La ventaja de los partidos con tanta presión es que no te permiten relajarte en ningún momento y, además, como sabes a ciencia cierta que la grada va a apretar desde 120 minutos antes, que el rival no te va a dar espacio, que el árbitro será más contemplativo con la intensidad que los jugadores turcos quieren poner sobre el césped, intensos,rápidos, orgullosos de defender sus colores, sea en su club o en su selección nacional, el partido se dibuja rápido en tu mente para que lo juegues unas cuantas veces antes de que el árbitro marque el inicio. Son partidos que ofrecen pocos respiros, poco tiempo para mirar las gradas y disfrutar del infierno turco.

Si me tuviera que quedar con una imagen de aquel partido, me quedaría con el recuerdo de los tambores colgados de la gradería que cubre la banda opuesta a los banquillos. No sé cuantos habría, pero sí recuerdo que su sonido impedía el entenderse en el campo. Era un redoble continuo que acompañaba cada jugada de ataque, cada córner, intenso, como si la banda sonora de aquella batalla fuera ese atronar continuo. Pero también recuerdo que, según pasaba el partido y el Galatasaray no conseguía crearnos peligro, los tambores sonaban con menos fuerza y que, cuando conseguimos hacernos con la pelota para hacerla correr con continuidad, con ritmo, de una banda a la contraria, con buenos pases interiores a nuestro punta, un tal Romario al que esto de los tambores y el ruido no le provocaba ninguna subida de las pulsaciones, poco a poco el estadio se fue llenando de silencio, silencio en el que fuimos encontrando las voces futbolísticas de nuestros jugadores.

Y ése será un excelente síntoma de que las cosas le van bien a nuestra selección en el partido más exigente de esta fase. Un partido cuya marcha podríamos adivinar desde fuera del estadio en función de los decibelios con los que los tambores turcos resuenen en la noche.

Nunca el silencio es más atronador que cuando nace del ruido más intenso.

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