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Análisis:ÁREA DE META | Duelo entre los dos 'grandes' por la Liga
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El culpable no es el físico

Andoni Zubizarreta

¿Emoción o estado de ánimo? Hay veces que los "y si..." se cumplen y comienzan a descubrirnos todo un abanico de posibilidades que unos meses atrás parecían simples utopías.

El primer síntoma que aparece en un vestuario que entra en crisis es la búsqueda del culpable, de tal forma que en el avión de regreso se forman grupos de debate diversos a la búsqueda de la respuesta a la simple cuestión de "¿qué nos pasa?". La búsqueda del culpable es un modelo de cacería que suele reunir como principal ingrediente el "yo no soy culpable, ya que hago todo lo que puedo y, si los resultados no llegan, hay alguien en algún lugar que no está haciendo su tarea". Entre estas tareas, el abanico puede ir desde labores internas dentro del equipo a cualquier actividad supersticiosa del exterior (y a veces van las dos juntas).

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Vulnerables

Un clásico de este apartado es la condición física. Ya saben que, cuando un equipo no funciona, el primer argumento es que no corren, no ganan una disputa del balón, no llegan a la presión, nos roban todas las veces el balón. No importa que los datos de los modernos sistemas de recogida de información nos digan que nuestros jugadores hacen tantos kilómetros en el campo como unos meses atrás. Nuestra percepción es que el equipo no corre. Recuerdo que, en mis primeros años en el Athletic, el momento en el que me sentía más cansado de toda la semana era justo antes de empezar los partidos. En aquel tiempo lo achacaba a que, como estaba en el servicio militar (qué tiempos aquellos) y no podía ni entrenarme bien ni descansar correctamente (a los que aleguen que los futbolistas no hacíamos la mili les remito a mi amigo Bolaños, con el que compartí compañía, para que les cuente nuestras aventuras militares), todo eso junto no me permitía llegar en perfectas condiciones al pitido inicial. Luego, al acabarse el vestir de caqui y retomar la vida normal, empecé a constatar que mis piernas me seguían pesando en la media hora anterior al partido, pero que esto no me impedía jugar en perfectas condiciones y que nada de esto permanecía ni en mi cuerpo ni en mi mente cuando el árbitro señalaba el final.

El tiempo y la experiencia, el autodescubrimiento, me mostró que, si mi cuerpo se mostraba cansado, el asunto no era físico, sino que era mi mente la que respondía de esta forma, era mi mente la que me protegía de esta manera poniendo en marcha todos sus mecanismos para que mi activación fuera la máxima sobre el terreno de juego.

Algo así es lo que sufre un equipo que comienza a deslizarse por la pendiente de los malos resultados. Aquello que era una simple emoción vinculada al desgaste provocado por la gran exigencia de la competición empieza a instalarse en nuestra mente de forma permanente; se queda a vivir con nosotros para acompañarnos al entrenamiento, a la sala de masaje y a la sala de prensa; ya no sonreímos tanto, ya hasta los semáforos conspiran contra nosotros.

O, si quieren un ejemplo de todo lo contrario, vean, sientan, a toda la hinchada rojiblanca de San Mamés intentando llevar en volandas a su equipo hasta la final de Copa, buscando crear un entorno mágico en el que el Athletic juegue un partido épico [mañana, contra el Sevilla] digno de entrar en la historia de este centenario club. Aire en las velas y un rugido de león en busca de la final. Todo un estado de ánimo.

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