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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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Los amos del directo

Diego A. Manrique

Me encuentro en Santiago de Compostela, invitado a la novena asamblea de la APM. No, yo tampoco sabía mucho de la Asociación de Promotores Musicales: funciona muy discretamente, aunque el trabajo de sus miembros tenga alta visibilidad. Ellos montan giras de artistas, rellenan carteles de festivales, juntan a las figuras con su público.

Algunos ejercen paralelamente de managers de figuras nacionales; otros funcionan como intermediarios, vendiendo actuaciones de estrellas foráneas al mercado institucional. Pero todos alardean de que también promueven conciertos, que se juegan su dinero. Y saben lo que es arruinarse, tras una mala racha. Lejanas anécdotas: "Un acreedor quería mi coche, aunque eso suponía una fracción de la deuda. Pero si me lo dejaba, podía seguir trabajando y algún día le devolvería todo".

Para sobrevivir en este oficio se necesita un ego considerable, aunque bien disimulado

La moraleja es que, al final, pagaron sus facturas y aquí siguen.

En la cotidianidad, suelen andar enfrentados. Por ejemplo, falta aquí el promotor con más historia, Gay Mercader. Oigo a un tipo afable conversar con un colega: "Todavía recuerdo cuando me llamaste para advertirme de que me ibas a hundir"; el otro suspira y ni siquiera intenta disculparse, son las inevitables explosiones temperamentales.

Para sobrevivir en este oficio se necesita un ego considerable, aunque bien disimulado ya que tratan con esos maravillosos monstruos que son los artistas. Escucho anécdotas asombrosas. El legendario trompetista que se tragaba un frasco entero de estimulantes farmacéuticos antes de salir al escenario. Un día se pasó y rogaba al promotor: "Sácame de aquí, no puedo morir en Madrid".

El más tacaño de los pioneros del rock and roll resulta un manantial de ocurrencias patéticas: "Se empeña en moverse por España con el coche más grande que se pueda alquilar pero se niega a mostrar su permiso de conducir".

Esta asamblea no se limita al intercambio de batallitas. El directo se ha convertido en el motor principal de la industria de la música y los promotores debaten la creciente inoperancia de las discográficas, la voracidad de la SGAE, el delirio de los festivales subvencionados.

Una sorpresa es comprobar que los presentes siguen vibrando con la música: hablan entusiasmados de sus últimos descubrimientos, de artistas novísimos a los que traen a pequeños recintos. Al final, la realidad se entromete en el negocio. El presidente de la AMP abandona la reunión: ha muerto el padre de una de sus cantantes y se apresura a volar para estar a su lado. Son humanos, sabe usted.

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