El círculo virtuoso del desarrollo

La pregunta -clave desde los albores de la ciencia económica- sobre los determinantes a largo plazo del crecimiento (es decir, de por qué crecen unos países más que otros), se ha enfocado tradicionalmente desde dos perspectivas analíticas.

La más convencional ha sido la de explicar el crecimiento como resultado del uso mayor y, sobre todo, mejor, más productivo- de los recursos y factores de cada país. Otra perspectiva -de múltiples orígenes- ha venido reclamando la atención a las causas que están detrás de esa mayor y mejor utilización de los recursos y factores. Causas éstas que tienen que ver, decisivamente, con los elementos, siempre difíciles de definir y de medir, que conforman el entorno institucional de los distintos países.

Esta última perspectiva ha contado con un fuerte respaldo académico y doctrinal en los últimos tiempos: tras la estela, entre otros, de Premios Nobel como Douglass North o Ronald Coase, las instituciones -entendidas en un sentido amplio: organizaciones, reglas, creencias y valores- han sido consideradas como condicionantes últimos del desarrollo.

El supuesto básico es que cuanto más desarrolladas -y de "calidad"- sean las instituciones, menores serán los costes de transacción y más fácil la coordinación de los agentes; mayor, por tanto, la eficiencia de los mercados y del sistema económico en conjunto.

Pues bien, el libro que han escrito los profesores Alonso y Garcimartín sigue este interesante hilo para ofrecer, a lo largo de sus capítulos, una triple contribución:

Primero, una revisión y síntesis magnífica de la literatura que enlaza instituciones y desarrollo, planteando, con criterios propios, el marco en el que debe desenvolverse su estudio (capítulos 1 y 2).

Segundo, ejercicios empíricos que, en la parte más difícil del análisis -la selección de indicadores y su incorporación a los modelos (capítulos 4 y 5)- aportan nuevas y sugerentes evidencias en este terreno (capítulos 3 y 6).

Y tercero, un catálogo de directrices, particularmente referidas al papel de las instituciones en el desarrollo de los mercados y a la gestión del cambio institucional (capítulos 7 y 8).

La obra, muy bien fundamentada, destaca igualmente por la relevancia de sus conclusiones (capítulo 9). Por supuesto, entre éstas sobresale que las instituciones importan. Pero, sobre todo, la calidad institucional, concepto sobre el que los autores hacen girar buena parte de su análisis.

¿Y de qué dependen las buenas instituciones? Básicamente, del nivel de renta per cápita de los países: de ahí la existencia de un círculo virtuoso -o vicioso, según el caso- entre el desarrollo económico y el institucional. Pero también dependen decisivamente de los niveles de equidad social en la distribución de la renta, de la capacidad fiscal de los gobiernos y del nivel de formación de las personas, elementos todos ellos de seria reflexión.

Aunque, como se nos dice, es muy difícil diseñar instituciones universalmente óptimas, por cuanto éstas son productos específicos de la realidad social de cada país; y, además, tan importante como la eficiencia de las instituciones es su credibilidad social.

Sería deseable, en fin, que esta valiosa aportación bibliográfica al candente debate sobre el papel de las instituciones en el desarrollo contara con la difusión editorial que merece -incluso internacional, comenzando por América Latina-, y que no siempre las prensas universitarias procuran fuera del ámbito académico. -

Juan Carlos Jiménez es profesor Titular de Economía Aplicada en la Universidad de Alcalá.