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Reportaje:FUERA DE RUTA

El paraíso con forma de cruasán

Parejas de recién casados en cabañas flotantes. Playas perfectas en la isla de Moorea, en el Pacífico Sur. La vida sin prisas en una de las lunas que el dios Taaroa condenó a caer al agua

Para la mayoría de los mortales, el paraíso tiene forma de playa de arenas doradas, palmeras que rozan un mar transparente de tonos verdosos, y el sol, como un manto tántrico que protege del estrés. La representación de este paraíso estaría en las islas de la Sociedad, un archipiélago de ensueño que se extiende a lo largo de 3.000 kilómetros cuadrados en el Pacífico Sur. Bora Bora es el enclave más conocido de este territorio de la Polinesia francesa, como representación idílica del lujo y la relajación. Y Bora Bora era una de las cinco lunas con rostro humano que, según cuenta Josep Maria de Sagarra en La ruta blava, volvían loco a quien las mirara y a las que el dios creador Taaroa condenó a caer al agua para convertirse en islas, en un milagro de la naturaleza.

Colores de Gauguin

Otra de esas lunas era Moorea. A tan sólo 17 kilómetros de Tahití, desde la que se accede por un servicio de ferry, Moorea es la isla más cercana a la capital de este departamento francés de ultramar en el que el pintor Paul Gauguin vivió los últimos años de su vida, apartado de la vida mundana de París. Eran tiempos en los que los europeos ricos, desencantados por la civilización, se retiraban a gozar de la naturaleza y el ascetismo.

Poco ha cambiado Moorea desde aquellos días. Si acaso, se ha adaptado a la modernidad. Y la modernidad tiene forma de resort de lujo, con cabañas que miran al mar o cuelgan sobre él, restaurantes diseñados para acoger una velada romántica y una gama de servicios que la han convertido en el destino más barato de este insólito rincón del planeta.

Al revés que sus islas hermanas, Bora Bora, Maiao, Huahine y Raiatea, copadas por el turismo, Moorea cuenta con una población fija, casi 15.000 habitantes, que se reparte en núcleos en los que se tiene acceso a los servicios mínimos que exige una vida confortable y que ofrecen al visitante algo más que unas vacaciones disfrutando del dolce far niente. Envuelta en cocoteros, la carretera que circunda la isla sortea cuestas y pendientes para contemplar los cinco resorts que ofrecen al visitante un nido de amor incomparable. "La mayoría de los turistas son parejas de recién casados", dice el taxista en un español perfecto, aprendido en su infancia en San Juan de Luz.

En los brazos de Cupido

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Moorea es la isla del amor. No porque en ella haya una especial oferta de lugares de encuentro para solteros con ambiciones de formar pareja, sino porque aquí es imposible no caer en los brazos de Cupido, ya sea tras una sesión de buceo, ya sea después de una cena en los restaurantes que salpican su costa, en los que se ofrece pescado fresco a la luz de la luna, además del traslado gratuito desde cualquier lugar de la isla. No en vano, los clientes estrella de sus hoteles son las parejas de recién casados, que llegan a la isla todavía con granos de arroz prendidos en el pelo y la resaca de una noche nupcial interminable, se instalan en las cabañas que los grandes hoteles ofrecen sobre el agua (el archipiélago de la Sociedad, junto con las Seychelles, es uno de los pocos lugares del mundo en los que existen estos apartamentos flotantes) y no salen de allí en todo el día, excepto para comer y cenar. Los viejos europeos que eligieron Moorea para huir de un pasado desesperanzado han dado paso a parejas que aspiran a un futuro de esperanza.

Cuenta una leyenda polinesia que un gran lagarto gigante partió con su cola las dos bahías que se alzan majestuosas al norte de la isla. Lo hizo de tal manera que anticipó el futuro político y social de Moorea, porque le dio forma de cruasán, el más notable símbolo de la repostería francesa. De esos cruasanes que están pidiendo un mordisco. Dominada por altas montañas, en las que las nubes habitan de forma perenne, la "isla hermana" de Tahití se abre hacia el norte con dos bahías majestuosas de aguas claras llenas de fauna marina, desde rayas hasta pequeños tiburones, pasando por peces cuyos colores superan en variedad y cromatismo al Arco Iris o tortugas que caminan al mismo ritmo que los habitantes de sus tierras. Sin prisas. Como coraza protectora, una barrera de coral impide que la bravura del mar llegue a sus costas, para formar lo que, desde el arrecife coralino hasta la playa, se conoce como la laguna de Moorea. Una única carretera, que la recorre por la costa, permite conocer la isla por tierra a través de sus 62 kilómetros plagados de playas sobrenaturales, plantas tropicales y montañas que parecen sacadas de una secuencia de The Bounty, el remake de Rebelión a bordo que Mel Gibson rodó en la bahía de Opunohu hace 25 años.

El amor no es el único motivo para visitar Moorea. A pesar de que la herencia cultural francesa permanece viva entre sus gentes, la isla conserva intacto el sabor de los ritos polinesios, cuenta con la más sorprendente variedad de frutas tropicales que se pueda imaginar y su mar, el verdadero pulmón de este paraíso, se abre al curioso lleno de una vida deslumbrante, que se oculta cada día en atardeceres silenciosos, cuando el sol se sumerge en la laguna para dibujar la belleza en estado puro.

Encuentra tu paraíso en la sección de Playas de EL VIAJERO

Guía

Cómo ir

» Catai (www.catai.es) ofrece paquetes en Moorea de 12 días por 2.150 euros.

» Air France (www.airfrance.es) vuela de Madrid y Barcelona a Papeete (Tahití) desde 1.400 euros ida y vuelta.

» De Tahití a Moorea se puede llegar en ferry, o en avión con Air Moorea (www.airmoorea.com) por 35 euros.

Información

» Turismo de Moorea (www.gomoorea2009.com). En inglés y francés, contiene todo tipo de información, desde un detallado listado de alojamientos hasta una guía de empresas de actividades náuticas. Incluso tiene un glosario: gracias se dice "mauruuru".

Y en español, www.tahiti-tourisme.es (teléfono: 91 411 01 67).

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