Parados
Aúllan más que razonan, se desgañitan con expresión de proletario que ya no tiene nada que perder, demonizan al de la sonrisa angelical, parecen las víctimas inmediatas del Apocalipsis. Ocurre en los infinitos debates sobre el estado del trabajo, del estar al verlas venir, del no saber si el mes que viene vas a cobrar la inaplazable nómina. Pero los que expresan su ira, su piedad y su desolación ante la intemperie que están sufriendo cuatro millones de personas y sus familias no tienen pinta de que se les vaya a acabar el curro, de despido a corto ni a lejano plazo, de tener que prescindir de Armani y el restaurante de lujo.
Les ocurre lo que a mí. Y espero que mi situación económica no se altere. Y si llega y mi ruina también envía al paro a mi querida asistenta, al conserje, a las personas que cuidan a mis viejas, intentaré dar buen y justiciero uso a la cerilla y el bidón de gasolina en plan vengativo, en plan Lizbeth Salander. Pero hasta que eso no ocurra encontraría excesivamente inmoral desde mi privilegiada posición cobrar un pastón a base de rugir y llorar monotemáticamente en los programas de la tele por la tragedia de los desempleados. Para cambiar la puesta en escena podrían invitar a tan humanísticos debates a los que están a dos velas y darle vacaciones a su desgarrado y bíblico defensor Miguel Ángel Rodríguez.
El ministro de Trabajo repite una treintena de veces la palabra "diálogo social" en la entrevista inicial de 59 segundos. Creo escucharle: "Hay mucho trabajo por hacer y necesidad de trabajar mucho". Qué nivel. Sólo superado por la ministra de Fomento afirmando que amigos suyos le enviaron mensajes el día del desastre asegurándole que habían volado normalmente a su destino.
