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MÚSICA | Discos
Columna
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Traducción de la luna

Hay letras de canciones que, sin querer hacer poesía ni pretender que tengan que ver con ella, consiguen desarrollar una artesanía singular. La letra de canción afortunada participa un poco de cierta dramaturgia teatral. Está supeditada a otros objetivos y tiene unas esclavitudes diferentes a las de la poesía. Es un arte siempre renovado que, si no fuera por la previa existencia de los locos de la Internacional Letrista, podríamos llamar cómodamente letrismo.

En 1884, un poeta belga de sólo 24 años llamado Émile-Albert Kayenberg escribió 21 estampas sobre la figura de Pierrot (el personaje de la comedia del arte) antecediendo ya, como tantos simbolistas, lo que luego serían las obsesiones del futurismo y el surrealismo. Casi treinta años después, en 1912, el compositor atonal Schönberg escogió esas estampas como tema de su primera gran obra musical. Schönberg había conocido la versión del texto que había vertido al alemán Otto Erich Hartleben y, cuando lo usó, hacía ya ocho años que el traductor alemán había muerto.

Es muy difícil hacer música atonal con sentido. La falta de tonos decorosamente organizados puede hacer creer que es pura música incidental y, de hecho, en su época, aparecieron bastantes caraduras que quisieron explotar las vanguardias en esa dirección. Pero eso no es lo que sucede con la pieza de Schönberg. En Pierrot Lunaire todos los efectos están supeditados a conseguir un efecto de dramaturgia. Nos hallamos, como siempre sucede en cualquier arte, ante una retórica, ante diversos tropos dispuestos para conseguir un efecto. El resultado, allí donde otros adormecen, en Schönberg inquieta. Puede reforzarse ese efecto acudiendo a la traducción del libreto que, por fin, se ha publicado en nuestro país con traducción de Luis Alberto de Cuenca para ediciones La Palma. De Cuenca se ha remontado al original francés para descubrir que Hartleben suavizó la violencia de las imágenes del belga con una traducción más ligera. Esta traducción española nos devuelve la agresividad del primer Kayenberg/Giraud que pasa por las fases de lo vulnerable, por lo grotesco, luego por lo irónico, o sea, por las variadas facetas de la vida.

En líneas generales, soy defensor de la traducción literal. No creo que la música de un idioma pueda transponerse a otro. La traducción literal respeta al menos otra de las músicas que contiene el lenguaje: la pauta sensual y lógica (una melodía cerebral, al fin y al cabo) de las subordinaciones sintácticas y del desarrollo de una idea a otra. Desconfío del traductor que quiere representar en su idioma un símil de la musicalidad fonética del poema traducido. Es muy difícil, casi imposible, y genios hay muy pocos. Si uno lo consigue es que dentro de él late alma de verdadero artista. De Cuenca ha escogido ese camino más difícil porque una vez soñó con oír la obra cantada en lengua de Cervantes. Y lo consigue. Hay versos ("flores del huerto de la luna") que son todo un hallazgo.

Es hermoso ver que, en comparación con el mar azul de la tradición literaria (ese dibujo infantil de una casa con dos ventanas, un árbol y el humo eterno que sale de la chimenea), la luna de Schönberg aún emociona. Tanto como leer un libro con su adecuado correlato de sonidos.

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