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Reportaje:

Miedo al cambio en Barcelona

Su Centro Galego se rejuvenece frente al inmovilismo de algunos socios

Fundado en el año 1892, el Centro Galego de Barcelona ha venido funcionando, durante todos estos años, como punto de encuentro para la emigración gallega en la ciudad condal. Su posición privilegiada, el piso principal del número 35-37 de las Ramblas, le ha permitido sobrevivir más de un siglo y convertirse en uno de los principales focos culturales de la diáspora gallega. Ahora, con más de 115 años de historia a sus espaldas y con una masa asociativa envejecida, el Centro Galego de Barcelona se pone al mando de una nueva junta directiva que aterriza en la entidad con la voluntad de emprender el cambio. Un cambio que, sin embargo, está siendo visto con cierto escepticismo por parte de algunos de sus socios más veteranos.

Abrir la sociedad a Nunca Máis fue una de las decisiones más criticadas

La actual directiva, presidida por Xosé Méndez López, llegó al Centro Galego en marzo de este año como resultado de la disolución de la anterior junta, encabezada por Luis Lamas. La dimisión de Lamas y del vicepresidente llevó al equipo de Méndez directamente a la dirección del Centro sin tener que pasar por unas elecciones. Desde una posición desacorde con la gestión anterior, Xosé Méndez asegura que su supervivencia pasa por "dinamizar la entidad y amoldarla a los nuevos tiempos". Por primera vez, se reconoce que "las actividades tradicionales que ofrece la institución comienzan a quedar obsoletas", afirma Méndez. Uno de esos desafíos estriba en la necesidad de acercarse a otras sensibilidades a las que tradicionalmente el Centro no fue capaz de llegar. "Tenemos que aprovechar esa segunda y tercera generación de hijos de emigrantes y también los gallegos recién llegados, que vienen aquí con otras necesidades y otra manera de pensar", señala el presidente. Un intento de fomentar la participación de los jóvenes que, sin embargo, parece no convencer a algunos de los viejos socios. El problema lo conoce bien Olegario Sotelo Blanco, que ejerció como presidente entre 1999 y 2003. "Algunos de los antiguos socios creen que, de alguna manera, ese espacio les va a ser arrebatado por las nuevas generaciones", afirma.

Precisamente, una de las decisiones más criticadas durante el mandato del editor gallego fue la de abrir las puertas del Centro a la plataforma Nunca Máis de Catalunya, que presentó una candidatura en las elecciones del 2004. "Algunos interpretaron que eran del Bloque y se les cortó el paso porque aquí a los del Bloque se les tiene miedo", afirma. El asunto hizo que Sotelo Blanco acabase dimitiendo.

Xosé Méndez va más allá en su valoración del problema y sostiene que la cuestión estaría más bien relacionada con un "conflicto entre izquierdas y derechas". Un conflicto ideológico que llevó a algunos socios disidentes a presentar una moción de censura a la actual directiva que, sin embargo, no logró alcanzar los 30 votos necesarios para que se volviesen a convocar elecciones.

Víctor Cabral, actual secretario del Centro, asume el problema como "un miedo natural, implícito a un proceso de cambio, semejante al que se dio en Galicia hace ahora cuatro años". Y precisamente, con el objetivo de superar esos recelos, Cabral señala que, desde la dirección, se está llevando a cabo "una política de equilibrio" entre los viejos y los nuevos socios.

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Desde sus orígenes, el Centro Galego desarrolló una importante labor en la integración de la emigración gallega en Cataluña. Era el lugar donde se combatía la morriña y se compartían bailes, charlas y partidas de cartas. En la actualidad el Centro, que agrupa alrededor de 600 familias, mantiene todavía ese carácter de club social en el que se puede desde aprender a tocar la gaita a bailar muiñeira. Sin embargo, tal y como reconoce Víctor Cabral, "los tiempos han cambiado, se ha folclorizado demasiado nuestra cultura".

El objetivo se centra ahora en intentar determinar cuál es su potencial y ampliar horizontes, comenzando por abrir líneas de comunicación con la sociedad catalana. "Se trata de que el Centro sea visto como una pequeña embajada de Galicia en Cataluña", señala Méndez. Todo un cambio de filosofía que pretende que "los catalanes sepan que estamos en pleno corazón de Barcelona. Pero también que Galicia sea consciente de que nos encontramos en un lugar privilegiado para poder vender nuestro país".

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