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Llamamiento para una tregua en Gaza

David Grossman

Ahora, tras el duro golpe infligido por Israel en la Franja de Gaza, nos convendría detenernos y dirigirnos a los jefes de Hamás para decirles: "Hasta el sábado, Israel se ha contenido ante el lanzamiento de miles de cohetes Kassam desde la Franja de Gaza. Ahora sabéis lo dura que puede ser nuestra reacción. Para no añadir más duelo y destrucción, tenemos intención de proclamar un alto el fuego unilateral y total durante las próximas 48 horas. Aunque sigáis disparando contra Israel, no reaccionaremos, no reanudaremos las hostilidades".

"Apretaremos los dientes, como hicimos durante la última época, y no nos dejaremos arrastrar a una reacción de fuerza. Además, invitamos a todos los países interesados, próximos y lejanos, a que medien entre nosotros con el fin de establecer de nuevo la calma. Si vosotros también detenéis el fuego, nosotros no lo reanudaremos. Si seguís disparando mientras nos autoimponemos la moderación, cuando pasen las 48 horas habrá una respuesta, pero todavía dejaremos abierta la puerta a las negociaciones para recobrar la calma e incluso para un acuerdo general más amplio".

Una interrupción podría ofrecer a Hamás una manera honorable de salir de su propia trampa
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En este momento, eso es lo que debería hacer Israel. ¿Es posible, o somos ya prisioneros del famoso y familiar ritual de guerra?

Hasta el sábado, Israel -bajo la dirección militar de Ehud Barak- se había comportado con una sangre fría extraordinaria. No debemos permitir que esa sangre fría se pierda ahora, en el torbellino de la batalla. No debemos olvidar ni por un momento que los habitantes de la Franja de Gaza seguirán siendo nuestros vecinos más próximos y que, tarde o temprano, querremos tener buenas relaciones de vecindad con ellos.

Debemos abstenernos de atacarlos con tanta violencia, pese a que Hamás lleve años haciendo sufrir de modo insoportable a los habitantes del sur del país y por mucho que sus jefes hayan rechazado todos los intentos israelíes y egipcios de llegar a un compromiso, con el deseo de evitar el incendio. Es preciso seguir manteniendo la moderación y el deber de defender la vida de los habitantes inocentes de Gaza, precisamente porque el poder de Israel, comparado con el de ellos, es prácticamente ilimitado. Israel tiene la obligación de vigilar sin descanso si la fuerza que está aplicando no sobrepasa el límite de una reacción útil y legítima cuyo fin sea la disuasión y el restablecimiento de la calma, y a partir de qué momento nos encontramos una vez más inmersos en la habitual espiral de violencia.

Los líderes israelíes saben perfectamente que, en la situación reinante en la Franja de Gaza, es muy difícil lograr una solución militar absoluta e ine-quívoca. Una posible consecuencia de esa solución frustrada sería quizá una situación indefinida y permanente como en la que nos encontramos: Israel ataca a Hamás, golpea y sufre, sufre y golpea, y continúa metiéndose, a su pesar, en todas las trampas asociadas a una situación así, sin poder alcanzar sus verdaderos objetivos fundamentales. Podría descubrir muy pronto que se ha dejado arrastrar -por una fuerza militar grande y, aun así, incapaz de desembarazarse de las complicaciones- a una oleada irresistible de violencia y destrucción.

Así, pues, detengámonos. Contengámonos. Por una vez, tratemos de actuar en contra del reflejo condicionado habitual. En contra de la lógica letal de la agresividad. Siempre tendremos ocasión de abrir fuego de nuevo. La guerra -como dijo Ehud Barak hace dos semanas- no va a irse a ninguna parte. Y el apoyo internacional a Israel no disminuirá, sino todo lo contrario, si mostramos esa moderación calculada e invitamos a la comunidad internacional y a la comunidad árabe a hacer de intermediarias.

Es cierto que, de este modo, Hamás dispondrá de un intervalo en el que podrá reorganizarse, pero ya ha tenido muchos años para hacerlo, de todas formas, y otros dos días más no van a cambiar su situación. Al contrario, una tregua calculada como ésta podría alterar las reacciones de Hamás ante la nueva situación. Podría incluso ofrecerle una manera honorable de salir de la trampa en la que ellos mismos se han metido.

Y una reflexión más, que es inevitable: si hubiéramos adoptado esta estrategia en julio de 2006, tras el secuestro de los soldados por parte de Hezbolá, si nos hubiéramos detenido entonces, tras el golpe de nuestra reacción inicial, y hubiéramos declarado el alto el fuego durante un día o dos, con el fin de permitir la mediación y el regreso a la calma, es muy probable que la realidad actual fuera completamente distinta.

Ésta es otra lección que le conviene extraer al Gobierno israelí de aquella guerra. Es más, tal vez sea la lección más importante que debe aprender.

David Grossman es escritor israelí. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia. © David Grossman, 2008.

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