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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Diez años del euro

La moneda común fue un éxito que podría verse empañado hoy por las políticas del BCE

Si el tipo de cambio de una moneda (su precio, el número de unidades de otras por una de aquélla) fuera un indicador de éxito, el euro sería hoy, 10 años después de su nacimiento, el rey de las finanzas globales. Se encuentra en niveles de significativa apreciación frente a cada una de las monedas importantes del mundo.

Sería un error, sin embargo, celebrar en los momentos actuales esa fortaleza, cuando lo que está en gran medida traduciendo es una política monetaria en la eurozona mucho menos laxa que la vigente en las principales economías: tipos de interés significativamente más elevados. Ese euro caro es también un obstáculo a las exportaciones fuera de la eurozona, que se añade a la manifiesta depresión de la demanda global. Los tipos de cambio y tipos de interés más elevados no facilitan la recuperación del crecimiento económico, en un entorno de muy baja inflación.

Pero más allá de esas dificultades en el diseño de la política monetaria, propias de un Banco Central Europeo (BCE) algo lento, la moneda única constituyó un verdadero éxito. Fue la primera vez que 11 de las economías más avanzadas del mundo hicieron una cesión de soberanía tan significativa. Los escépticos admiten hoy que el euro ha contribuido a reducir la inestabilidad cambiaria global y a fortalecer la integración de las economías europeas que lo asumieron y siguen incorporándose al mismo. Además, no ha dejado de aumentar su papel vehicular en el comercio y las finanzas internacionales, así como su condición de activo de reserva, a costa sobre todo del dólar de EE UU, pero también de una libra esterlina cada día más distante del centro de gravedad de las finanzas mundiales.

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Hay razones, pues, para estar muy satisfechos de formar parte de la Unión Monetaria Europea. Un Gobierno español, el de González, formó parte del estrecho círculo en el que se concibió la operación de integración monetaria; fue el primero de Aznar el que concretó la entrada. Y fue una auténtica bendición: el euro eliminó una recurrente fuente de riesgo, el de cambio, y enfocó la disciplina macroeconómica a la satisfacción de las condiciones de convergencia nominal que la pertenencia a ese proyecto exigía. Esa pedagogía tuvo su compensación en la más dilatada fase de crecimiento de la economía española. Ésa es la época que ahora concluye. Ojalá que el BCE no deteriore más el expediente de una de las operaciones financieras más exitosas de la historia.

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