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Tribuna
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¿Las mujeres dicen la verdad?

La psicóloga feminista Victoria Sau dice que no hay ninguna opresión que el opresor no pretenda justificar. La justificación tiene simultáneamente dos finalidades: neutraliza cualquier acción de rebelión de la persona oprimida, al explicarle que su situación es tal porque no puede ser de otra forma, y mantiene "limpia" la conciencia del opresor, que acaba creyendo su propia mentira como mecanismo de defensa frente a un intolerable sentimiento de culpa.

Lo que describe Sau encaja perfectamente con la violencia machista en el ámbito de la pareja (o ex pareja). En sintonía, el neuropsiquiatra Jorge Barudy explica que el drama de los adultos violentos reside en que están atrapados en un conjunto de creencias que los empujan a transgredir las leyes fundamentales que protegen la vida y la integridad de las personas con las que están ligados afectivamente. La víctima (a quien los agresores dicen querer) no solamente sufre abusos de su agresor y es traumatizada por él, sino que, además, está obligada a aceptar que la violencia, el maltrato o el abuso sexual son algo legítimo.

No se conoce otro delito sobre el que se haya escrito más para dilucidar la verdad o mentira de las de las presuntas víctimas
En un intento de minimizar la violencia machista, el agresor utiliza la estrategia de denunciar a su pareja

Esto explica la dificultad de las mujeres maltratadas para pedir ayuda y la complejidad de los delitos de maltratos. Complejidad que también viene determinada por un factor de vulnerabilidad: el agresor conoce perfectamente a su víctima, cómo piensa, dónde trabaja, sus redes de relación, etcétera.

Las situaciones de violencia machista que sufren las mujeres han sido secularmente tan graves que las instancias internacionales, estatales y nacionales, respondiendo a las demandas del movimiento feminista, han desarrollado normativas legales que califican el fenómeno como un grave atentado contra los derechos humanos, la salud pública, la integridad, la autonomía y la libertad de las mujeres .

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Hay que aplicar convenientemente las leyes aprobadas, pero también impulsar un cambio de mentalidades que reduzca la presencia y el impacto de la misoginia imperante en nuestra sociedad. Una de las ideas que ahora prevalecen es la de cuestionar la palabra de las mujeres. Tiene su raíz en dos fenómenos: el desconocimiento de la naturaleza de la violencia machista y la creencia atávica de que las mujeres son perversas y mentirosas por naturaleza y, por tanto, hay que poner en duda sus afirmaciones o demandas, detrás de las cuales se esconden, seguramente, oscuros deseos de salir beneficiadas de aquello que dicen sufrir.

Uno de los ejemplos más graves de esta situación es la acusación de que las mujeres denuncian falsamente. No se conoce otro delito sobre el que se haya escrito o investigado más, desde el punto de vista forense, para dilucidar la verdad o mentira de las afirmaciones de las presuntas víctimas. El desconocimiento de las raíces patriarcales de la violencia, la dificultad de corroborar actos ocurridos en el espacio doméstico y el hecho -explicable por el ciclo de la violencia y por la sensación de inseguridad de las mujeres- de que éstas retiren las denuncias son las armas que utiliza la reacción para acusar a las mujeres de no decir la verdad. Lo cierto es que no hay ningún elemento objetivo que permita corroborar este discurso, cuando lo que sabemos es que las mujeres tardan una media de 5 entre 5 y 10 años en denunciar y que, cuando lo hacen, muchas de ellas ni siquiera reclaman medidas cautelares. Por otra parte, con relación a las supuestas denuncias falsas, hay que decir que un trámite civil de separación o divorcio no se resuelve antes si se denuncia maltrato. Es decir, no significa ninguna ventaja procesal.

También hay que hablar del llamado síndrome de alienación parental (SAP), que está perjudicando a las mujeres. Este síndrome, inventado por el psiquiatra Richard Gardner (1992), nunca reconocido científicamente y cuestionado por la OMS y la Asociación Americana de Psicología, se describe como una especie de "lavado de cerebro" con el que uno de los progenitores (generalmente la madre) somete al hijo o hija en contra del otro progenitor. Curiosamente, el SAP es más utilizado por aquellos que denuncian a sus ex mujeres como reacción a las denuncias interpuestas por ellas por agresiones, incumplimiento de pago de pensiones, visitas acordadas, etcétera. A la vez, en un claro intento de minimizar o enmascarar la violencia machista o contraprogramar el creciente rechazo social de la misma, el agresor también utiliza la estrategia de denunciar a su pareja o ex pareja cuando ésta ya ha interpuesto una denuncia contra él, también por agresión.

Frente a ello, la Generalitat tiene la obligación, y así lo hace, de aplicar la Ley del Derecho de las Mujeres a Erradicar la Violencia Machista, aprobada el pasado mes de abril; una norma que da mucha importancia a la prevención y a la sensibilización social, y que incorpora la formación específica de los agentes que intervienen en la cuestión. Porque sabemos que la aplicación de esta ley requiere desmontar los valores androcéntricos y restituir la autoridad de las mujeres que están en situación de violencia. Asimismo, el Gobierno catalán está comprometido en la creación de los espacios necesarios y el acompañamiento a las mujeres en sus decisiones sobre su propia vida, su pareja y sus hijos. Esto significa reforzar las estrategias personales para enfrentarse a esta violencia y facilitar el apoyo entre mujeres. Significa, ni más ni menos, dar autoridad y sentido a sus percepciones.

Marta Selva es presidenta del Instituto Catalán de las Mujeres.

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