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Cambio en la Casa Blanca
Columna
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El país donde todo es posible

Lluís Bassets

Todo es posible, lo ha dicho Obama y se ha visto una vez más. Pero hay que hacerlo. Y la tarea que le espera al nuevo presidente es titánica. Se sentará ante una mesa infestada. Ahí están, para empezar, las dos guerras irresueltas, el billón de dólares de un déficit que crece como un cáncer o la crisis económica de caballo. No es fácil comprender la mentalidad que hay detrás de las frases de felicitación de Bush al nuevo presidente electo, justo cuando le va a pasar su legado tóxico: "Vas a comenzar uno de los mayores viajes de tu vida. Felicidades y disfrútalo". Para los poco más de 75 días en la Casa Blanca que le quedan, el pato cojo acaba de preparar un nuevo paquete de medidas que extienden nuevas hipotecas en derechos ciudadanos, medio ambiente y derecho al aborto. Bush ha asegurado que colaborará con su sucesor para asegurar una transición fluida. Pero el equipo de Obama tendrá sin duda muchas dificultades para consensuar con él las medidas urgentes que el país necesita para antes incluso de la toma de posesión el 20 de enero.

El futuro presidente no tiene tiempo que perder ni se puede permitir error alguno

Obama ha demostrado ser un jefe de campaña tranquilo pero temible, de pulso firme y cabeza fría. Ahora debe superar un reto mayor y un aperitivo complicado. El reto, convertirse en un gran presidente a la medida del enorme caudal de dificultades que tiene ante sí. Pero el aperitivo es conseguir que la transición, esas 11 semanas endiabladas, no se conviertan en un lastre para su presidencia. Washington está lleno hoy de cesantes, a millares. Políticos y profesionales cuya actitud no será precisamente de simpatía con quien va a desalojarles de su despacho. Más son todavía los aspirantes a sustituirles. Muchos artículos de las revistas políticas y de las páginas de opinión de la prensa norteamericana pueden leerse estos días como cartas de presentación o de candidatura para recibir algún encargo. La entera Casa Blanca de Bill Clinton está en las listas. También los republicanos más moderados, que pueden aportar la dosis de transversalidad que le convienen a un presidente que quiere unir en vez de dividir, bipartidista en el lenguaje político washingtoniano.

La maniobra a la que hay que proceder en estas semanas es una difícil y costosa rectificación. No se puede conseguir de la noche a la mañana que el mayor transatlántico político y económico del mundo vire de rumbo y navegue en dirección contraria en cosa de días. Y en cambio la rapidez y la eficacia de la transición y de la instalación de la nueva Administración son cruciales. Obama no tiene tiempo que perder ni se puede permitir error alguno. En 1992, un inexperto e impulsivo Clinton perdió mucho tiempo y cometió un puñado de errores, lo que le llevó a pagarlo con la pérdida de la mayoría en el Congreso a los dos años. Obama no puede inhibirse de nada, ni siquiera de esa conferencia para reformar el capitalismo convocada para el 15 de noviembre, como hizo Rooseevelt en 1932, que rechazó todo contacto con su predecesor, Herbert Hoover, y esperó hasta la toma de posesión para empezar a dirigir los asuntos, a pesar de que el país se hallaba ya en la Gran Depresión.

Hay dos urgencias que sugieren una actuación consensuada, antes incluso de la inauguration del 20 de enero. Una es un paquete de estímulo a la economía, probablemente de ayudas directas a las familias, y el otro es un gesto altamente simbólico en el plano de los valores democráticos, como podría ser el cierre de Guantánamo. Ambas ideas tropiezan con serios obstáculos. El más importante es que Bush sigue siendo el presidente con un derecho de veto que va a ejercer sobre todo de forma defensiva para no lesionar más todavía su estropeada imagen.

Obama llega a la presidencia con un mandato más sólido y amplio que sus dos predecesores. Clinton obtuvo un 43% del voto popular y Bush hijo perdió frente a Al Gore en votos populares y fue el Supremo el que le dio los delegados de Florida que le faltaban aunque no había terminado la revisión del recuento. También es portador de un mensaje transversal muy fuerte, reforzado por el reconocimiento que está recibiendo desde el campo republicano como presidente de todos y encarnación del ascensor social, el sueño americano que lleva a un afroamericano a lo más alto. Va a tener un Congreso escorado a la izquierda, que le puede hacer la vida difícil, como les ha pasado a anteriores presidentes del mismo color.

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Su capital de confianza es enorme, pero las fortunas políticas más grandes pueden ser dilapidadas en un abrir y cerrar de ojos. Cada paso será muy delicado a partir de ahora. Aunque tiene un derecho muy amplio a la gracia, se le observará con toda la atención y la propia realidad se encargará de tenderle todas las celadas. A efectos prácticos, ayer mismo empezó la presidencia de Obama, antes incluso de su entrada en la Casa Blanca. Es el país donde todo es posible, pero nadie regala nada y hay que ganárselo todo en el trabajo de cada día. Ésta será su piedra de toque.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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