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Columna
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"El uroburos vasco

Antonio Elorza

En una partida de ajedrez la repetición de jugadas provoca el fin de aquella con el resultado de tablas. Ocurre, sin embargo, que en la vida política ese desenlace resulta imposible porque la historia sigue y los sujetos del proceso político han de seguir actuando, si bien una dinámica como la inicialmente apuntada puede desembocar en un círculo vicioso, o si queremos una representación icónica, en la imagen de la serpiente que se muerde la cola, el uroburos de los alquimistas.

El empecinamiento con que el lehendakari Ibarretxe presenta uno tras otro sus proyectos irrealizables ha provocado una situación de ese carácter. Lo único claro es que del marco legal al que debe su presidencia sólo le preocupa la legitimidad de su propio poder, no sintiéndose afectado por limitaciones normativas de ningún tipo, y menos que nada por el orden constitucional. Él encarna por decisión propia la voluntad del pueblo vasco, aun cuando para hacer avanzar sus propuestas dependa de los votos parlamentarios sometidos a ETA, y de verse rechazado, como le viene sucediendo, por imperativo de ese marco legal, es la democracia lo que a su juicio resulta negada en Euskadi, por lo cual se siente autorizado a reemprender el camino para estrellarse una vez más en el mismo muro. Se trata de una situación insólita en la historia de las democracias. Un gobernante pretende dinamitar el ordenamiento que le hace tal y al no conseguirlo proclama que su acción subversiva es la auténticamente democrática y que quienes defienden la democracia la suprimen para Euskadi. Para adornar la faena, no duda en plantear iniciativas pintorescas como el recurso a instancias europeas por la supuesta negación de la libertad de expresión para los vascos, cuando justo esta no existe en buena parte de Euskadi por la tolerancia del Gobierno vasco hacia las formas de intimidación del nacionalismo radical.

Eguiguren piensa que el problema político vasco no tiene solución; sólo cabe "un arreglo

Lo lógico sería esperar que tal personaje, obcecado por su mesianismo y dispuesto a reincidir en errores que sólo favorecen al terror, hubiera sido ya arrojado al basurero de la historia, por usar la fórmula de Trotski. Cuenta sin embargo con dos bazas para sobrevivir: una es el mantenimiento de su popularidad entre los nacionalistas; otra el pánico del PNV a revivir el trauma que llevó a la escisión de los años 80. Y como Ibarretxe es de piñón fijo, el tradicional predominio del líder del partido se convierte en subordinación para evitar que se rompa la baraja. Así sucedió con Imaz, que arrojó la toalla, y sigue sucediendo con Urkullu. Sólo un descalabro electoral el próximo año cambiaría las tornas.

El problema para Ibarretxe reside en que su as en la manga para que la sociedad vasca se vea atraída por su autodeterminación a toda costa consiste en una recuperación del terrorismo de ETA. A fin de cuentas, el lehendakari, EA y ETA buscan por distintos medios un punto de llegada similar. Con un regreso de la muerte, Ibarretxe está en condiciones de proclamar que sólo mediante su consulta puede ser normalizada la vida social vasca. Sin ETA en escena, carece de sentido insistir en la urgencia de la ruptura y el PNV puede pagarlo caro en las próximas elecciones, como lo pagó en las anteriores.

A 10 años del pacto de Lizarra, el fin de la estrategia de la tensión supone un objetivo que el PSE está en condiciones de capitalizar, sobre la base de que es el único partido en condiciones de sustituir la bipolaridad vigente por un Gobierno transversal que recupere la transversalidad de los años 80. Con Ibarretxe derrotado, claro y el PSOE en cabeza, como ocurriera en 1986. Iniciativas como el manifiesto "Euskera en libertad" responden a ese propósito.

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El obstáculo, no obstante, sigue encontrándose en el interior de la propia organización socialista vasca. Si Ibarretxe es un empecinado, no lo es menos Eguiguren, el presidente del PSE, inasequible al desaliento en su propuesta de otorgar prioridad a la negociación y al acuerdo intravasco como premisa para lo que él llama "arreglo", según el título de su libro ahora reeditado, y que a la vista de lo ocurrido en la última tregua hasta el fracaso de Loyola es más bien una chapuza que sirve para conceder una y otra vez la ventaja estratégica al nacionalismo.

Eguiguren piensa que el problema político vasco no tiene solución; sólo cabe "un arreglo", lo cual ya sitúa la posible salida al margen del marco constitucional, la gran aspiración de Ibarretxe y de EA. Primero tendría lugar un acuerdo político para la superación del vigente Estatuto entre los partidos vascos, una especie de Lizarra transversal, que luego Madrid debería reconocer. Seguiríamos sin abandonar el círculo.

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