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Columna
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Cromos repetidos

Hacia 1982, yo remitía notas de prensa desde la Capitanía General en la que estaba destinado. Como no era buen mecanógrafo me habían encargado labores de menor brillo: debía hacer de ordenanza, de oficinista y de reportero en aquella covachuela. Redactábamos, archivábamos y enviábamos escritos breves a los periódicos locales informando de juras de bandera, de paradas militares. ¿Cómo redactarlos si uno no había asistido a los actos de ésta o de aquella localidad? "Muy sencillo, soldados", nos decían. Con imaginación. "Del archivo sacáis el expediente del acto que se celebró el año pasado en esa población. Copiáis la nota de prensa, modificáis dos palabras, los nombres propios y ya está". Fantástico.

Se trataba de alterar la sintaxis con sinónimos: de darle a la expresión un tono levemente imaginativo y patriótico. Recuerdo haber mandado un bonito texto sobre la renovación de jura de bandera del pianista Campuzano en Dos Hermanas. Yo estaba contento como un niño. No habíamos asistido al acto pero, ah amigos, qué imaginación, qué exaltación, qué fantasía. No hacía falta personarse en la plaza para saber qué había ocurrido: los actos se repetían y el nuevo desfile era un remedo del anterior. ¿Un embuste? Yo no lo llamaría así. La realidad era un ritual que no debía alterarse, un espectáculo de retórica predecible y fantasiosa a la vez: como un relato infantil.

Pero no es eso lo que quería decirles. En realidad, aquellas lecciones de periodismo modestísimo me sirvieron para constatar algo insólito: hay reporteros que si, pueden, no trabajan, gustosamente reemplazados por gabinetes de prensa más o menos eficaces. La sección en la que yo estaba destinado producía numerosas notas: notas que los periódicos repetían como si fueran de elaboración propia cuando, de hecho, no eran más que fantasías de soldados, prosa de archivo.

Regreso a 2008. Tengo la impresión de que ese periodismo ancilar se repite en algunos diarios, pero ahora con las fotografías. Llevo meses viendo instantáneas del consejero valenciano de Inmigración, Rafael Blasco, en distintos periódicos. La pose siempre es la misma: el político, jovial y solidario, mira el objetivo de la cámara rodeado de extranjeros o voluntarios, de inmigrantes o cooperantes. Dada su corpulencia física, el consejero domina la foto: hecho un cromo, como un pincel, Blasco se adueña de la imagen. La verdad es que durante meses pensé que esas instantáneas las mandaba algún empleado de su gabinete: una manera de adelantarles el trabajo a los periodistas comodones, incluso haraganes.

Días atrás, la impresión de artificio aumentó: en dos periódicos distintos, Abc y El Mundo, y en fechas diversas (7 y 10 de octubre) aparecía la misma foto, sin autor y con pies diferentes. En una se decía que Blasco estaba rodeado de estudiantes de la Universitat Jaume I; en otra se indicaba que quienes se fotografiaban eran representantes "de distintos colectivos de jóvenes de la Comunidad Valenciana". ¿Un error? ¿Dos campañas diferentes? No sé. Lo que sí sé es que las personas retratadas parecían comparsas o figurantes de decorado: todos muy compuestos. Vistas ahora las fotografías de fechas anteriores, esas poses tienen también el mismo aire de campaña, de orquestación. No sé: imagino a periodistas de la consejería redactando aplicadamente ambas noticias, con empeño escolar, e imagino al retratista repartiendo provechosamente los cromos repetidos. ¿De verdad son como niños?

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