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Columna
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El profesor Bacterio

Antiguamente, en los Estados Unidos, un país adelantado del que proceden grandes inventos, si un empresario o un político se encontraba falto de ideas, no tenía más que mandar por ellas a la tienda de la esquina. El establecimiento donde se despachaban estos curiosos artículos solía tener un cartelito en la puerta, anunciando la mercancía: "Ideas en venta. Tres por un dólar". En Minneapolis había uno muy famoso, el Harold S. Kahn, situado en la Franklin Avenue. No se vayan a pensar ustedes que se trataba de una broma. En absoluto, cada idea estaba expuesta de forma práctica con manual de instrucciones y garantía incluida como cualquier electrodoméstico. También existía la máquina de ideas o el Plot Robot, una especie de cerebro automático con forma de calculadora capaz de proporcionar hasta diez mil argumentos sobre novelas o películas en menos de una hora. Para forrarse, vamos.

El colectivo de profesores -que mantiene su dignidad- se negó al paripé de impartir la asignatura en inglés

Como herencia de esas iniciativas creativas el ser humano ha llegado a inventar las cosas más peregrinas: escopetas para cazar canguros con el cañón sinusoidal, para que la trayectoria de la bala pueda seguir los saltitos del animal -o sea todo lo que una aprendió en el colegio sobre leyes físicas a tomar por el saco-; bicicletas con ruedas cuadradas; campeonatos de natación en piscinas sin agua, peines para calvos y un sin fin de inventos que no se le hubieran ocurrido ni a Mortadelo y Filemón hartos de copas. Pero ninguno de ellos resultó tan excéntrico como el que acaba de poner en práctica la Consejería de Educación de la Comunidad Valenciana con la asignatura Educación para la Ciudadanía.

Resulta que, como era de esperar, el colectivo de profesores -que a pesar de estar muy baqueteado, mantiene su dignidad- se negó en redondo al paripé de impartir la asignatura en inglés, como planteaba la Inspección Educativa. Sólo 11 de los miles de profesores capacitados para hacerlo accedieron a pasar por el aro. Siempre hay gente para todo. Pero con ese número no se podía ni empezar. Así que para suplir esa carencia, a alguna lumbrera del Departamento de Educación se les ocurrió otra idea más genial todavía. La cosa en cuestión consistiría en que la asignatura fuese impartida conjuntamente por un profesor que daría la clase en castellano o valenciano, y por otro que iría repitiéndosela a los alumnos en inglés, o sea una especie de traducción simultánea, sólo que con los chavales desternillándose en los pupitres, como en una película de Mr. Bean. Y la Delegación del Gobierno impertérrita, oigan, asegurando que es una iniciativa para mejorar el conocimiento de las lenguas. Como lo oyen. Vamos, que lo de la escopeta sinusoidal y lo del peine para calvos se quedaría en una simple novatada de colegio. Si el profesor Bacterio fuera real y no un personaje de cómic, se iban a enterar estos aficionados de la consellería de lo que vale un peine.

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