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Reportaje:

"Razones de índole humana"

Calderón desautoriza a Schuster con la venta del delantero, que justifica por su deseo de irse

¿Quién le habría dicho que acabaría así?, le preguntó un periodista a Robinho el domingo. "Cuando llegué, pensé que estaría 10 años en el Madrid, pero ya no es posible. Me quiero ir", respondió. Y se fue. No al Chelsea, pero sí al Manchester City. Su venta tiene varias consecuencias, no todas deportivas. Deja al equipo con Robben como único extremo y con una plantilla descompensada y, lo que es más grave, desautoriza a Bernd Schuster.

El técnico ha sido el gran valedor de Robinho. Desde la historia de las camisinhas de octubre -regresó a España un día tarde tras pasarse la noche en una discoteca y pedir condones para celebrar un triunfo de la canarinha- y los problemas musculares en febrero -el alemán miraba a otro lado cuando le comentaban que no respetaba el plan de doble sesión diseñado por los médicos- hasta el culebrón veraniego. Schuster siempre se opuso a la venta de Robinho, con el que Pedja Mijatovic y Ramón Calderón querían hacer caja para traer a Cristiano Ronaldo. El Chelsea ofrecía 30 millones. Pues... al Manchester City por 42. Ése ha sido el razonamiento del director deportivo. Poco importa que Schuster haya estado pidiéndole refuerzos en la banda desde la marcha de Beckham en 2007.

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El presidente del Madrid, empeñado en defender los valores espirituales del equipo, dice que ha vendido a Robinho "por razones de índole humana". Le había prometido dejarle marchar por una oferta de 40 millones. También dice que Schuster, que no atiende casi nunca a razones de índole humana, se lo ha tomado bien.

Robinho era la última herencia de Florentino Pérez. Algo que a Calderón no le hacía gracia. De hecho, el brasileño nunca ha sido uno de sus protegidos. Tampoco de Mijatovic, quien nunca desmintió públicamente las voces que afirmaban que el vestuario olía a alcohol al aparecer Robinho. Allí se abrió la primera brecha entre ambos.

Más heridas tuvo que lamerse el delantero desde su llegada, en 2005, por 24 millones y procedente del Santos tras meses de tira y afloja: se declaró en rebeldía para que el club le dejara venirse. Deslumbró en su debut en el Trofeo Carranza y luego tardó meses en reencontrarse. Fabio Capello le mareó exigiéndole repliegues defensivos. "No le gusto como jugador", se quejó. En efecto, al italiano no le gustaba porque no sabía moverse sin el balón. Una blasfemia en su credo futbolístico.

En la temporada pasada, con Schuster, halló, por fin, tranquilidad. Fue la mejor: nunca marcó tantos goles. No sirvió para que el hijo prodigo acabara dando las gracias a su padre como había vaticinado Schuster.

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