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AL VOLANTE
Columna
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No es lo que aparenta

El Journey sorprende cuando se conduce, porque tiene aspecto de todoterreno, pero por dentro está más cerca de los monovolúmenes y se comporta casi con la agilidad de un turismo, porque pesa menos que sus rivales.

La principal diferencia frente a otros monovolúmenes similares es su comportamiento dinámico y la calidad de conducción. Destaca en las zonas viradas, porque obedece al volante con más precisión que sus competidores: entra bien en las curvas, gira plano sin balancear en exceso y acusa menos las inercias. Y en carreteras amplias y autopista viaja con suficiente aplomo, manteniendo un confort notable. Una de las claves de su agilidad es el sistema de mitigación electrónica del balanceo (ERM), que viene de serie y corrige esta tendencia de los coches altos (monovolúmenes y 4 - 4). Pero añade unos mandos suaves y precisos, y unos frenos correctos. Únicamente, la visibilidad trasera, muy limitada, hace aconsejable adquirir la cámara de ayuda para aparcar (289 euros).

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Un monovolumen con estilo propio

El Journey sólo se vende con un motor 2.0 turbodiésel de VW (140 CV) y dos cambios, uno manual de seis marchas bien escalonado (unidad de pruebas), y otro automático, también de seis (el DSG de VW), más cómodo y caro (1.886 euros). Con el primero ofrece unas prestaciones correctas en carretera, aunque se queda justo de potencia en las subidas y sobre todo al adelantar, en especial si va cargado y con el aire conectado. En ciudad tarda un poco en responder al acelerador por debajo de 1.700 vueltas, y a veces exige reducir a segunda en cruces y esquinas. A cambio, gasta poco para sus dimensiones: unos ocho litros en conducción tranquila y en torno a 10 en ciudad, con carga y cuando se apuran más las marchas.

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