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Columna
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¿Y ahora qué?

Antón Costas

La viñeta de Peridis en la edición de El País Domingo última, titulada La tormenta perfecta, reflejaba al milímetro la percepción que tienen muchos españoles sobre la situación económica. En medio de un cielo tenebroso y un mar encrespado, mostraba a Zapatero encima de su columna y sobre las espaldas del mago Solbes, mientras éste decía: "Lo peor no es que haya crisis. Lo peor es que vamos a la deriva".

La sensación de estar sin rumbo en medio de una fuerte tormenta económica y de que el Gobierno no sabe manejar el timón quedaba reflejada de forma cuantitativa en la encuesta de opinión que publicó este diario hace una semana. Más del 63% considera que el Gobierno no sabe qué hacer frente a la crisis. Era algo previsible.

La sequía de crédito es un hecho nuevo. Eso provocará más quiebras y una crisis económica e inmobiliaria más larga

¿Y ahora qué? ¿Cuánto se prolongará la crisis? ¿Qué hacer para reducir su duración y sus efectos? La economía no es una ciencia exacta ni, mucho menos, magia, pero algo puede decir sobre las condiciones que ayudan a disminuir el periodo de crisis y su intensidad.

Como bien saben los médicos, la primera condición para curarse es reconocer que se está enfermo. En este sentido, la convocatoria que el presidente del Gobierno ha hecho a un grupo de responsables de servicios de estudios parece indicar que comienza a enfrentarse a la realidad. La segunda condición que favorece la actitud positiva y la esperanza de cura es dar una idea aproximada de cuánto puede durar la enfermedad. La tercera es poner los medios.

Los economistas no tenemos esa bola mágica con que Peridis dibuja con frecuencia a Solbes y a la cual preguntar cuánto durará la crisis. Pero aun así conviene ensayar una respuesta tentativa, porque ayuda a calmar la angustia que siempre produce lo desconocido y alimenta la esperanza.

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Quizá es por ese valor terapéutico, o sencillamente porque alguna respuesta tenía que dar a la angustiosa pregunta de sus clientes, el presidente de una conocida institución financiera catalana se ha atrevido a hacer un pronóstico utilizando esta serie de números: 1, 2 y 4. Un año de crisis financiera; es decir, de dificultades para encontrar crédito. Dos años de crisis económica, de estancamiento del crecimiento y caída del empleo. Y cuatro años de crisis inmobiliaria, de parón de la construcción residencial.

Puede ser. Pero hay que estar preparado por si la serie es 2, 4 y 8. El motivo es que, tras más de una década de dinero abundante y muy barato, durante el cual bancos y cajas financiaban sin mirar el riesgo, el endeudamiento de las familias y de las empresas es muy elevado. Digerir ese exceso siempre sería largo y doloroso, pero ahora lo va a ser más. La razón es la sequía de crédito que se ha producido a raíz de la crisis de las hipotecas sub prime, o hipotecas basura, norteamericanas.

La sequía de crédito es un hecho nuevo, sólo conocido por los octogenarios o en los manuales de economía. En las crisis anteriores el crédito se hacía más caro, pero no desaparecía. Pero ahora la banca y las cajas no dan crédito, y si lo dan lo hacen de forma muy selectiva. Esto hará inevitable que las quiebras sean más numerosas, y que las crisis económica e inmobiliaria duren más.

Pero conviene recordar que la duración e intensidad no está predeterminada fatalmente. Dependerá también de lo que hagan el Gobierno, los empresarios, los trabajadores y otros actores.

Por tanto, ¿qué decir sobre los remedios? La tentación de dar consejos es algo que un economista debe controlar. Lo recordé la semana pasada en la presentación del Anuario Sociolaboral de la UGT de Cataluña, publicación con información valiosa sobre nuestra realidad sociolaboral. En todo caso, consejos pocos, y sólo cuando te los pagan. No por mercantilismo, sino porque con los años he aprendido que cuanto más paga un cliente por un consejo más lo valora, aunque en muchos casos no sea sino una ocurrencia.

En cualquier caso, y sin entrar a recomendar medidas concretas, sí creo que se puede decir algo acerca de cuáles deberían ser las líneas generales de la política económica a corto y largo plazo frente a la crisis.

A corto plazo, hay que evitar que los comportamientos de las empresas, los trabajadores y el Gobierno alarguen e intensifiquen la crisis. Por un lado, hay que evitar que el incremento de precios del petróleo se transforme en una inflación con todas las de la ley, porque añadiría una carga adicional sobre los más débiles, ya de por sí afectados por la caída del empleo y las elevaciones de los tipos de interés. Eso exige moderación de rentas -salarios, sueldos y beneficios repartidos-, que debe hacerse compatible con el aumento de los ingresos de los trabajadores de menores salarios. Por otra parte, es necesaria una intensificación de la competencia en los servicios, que es donde están las presiones inflacionistas.

A la vez que se lleva a cabo esta política de corto plazo, el Gobierno debe fomentar la modernización a largo plazo de nuestra economía, a través del cambio de especialización productiva. Esto es algo esencial si queremos aumentar la productividad y mejorar la competitividad de las empresas, y generar empleo de calidad y de mayores salarios. Por sí solos, los mercados, por muy bien que funcionen, no podrán conseguir esos cambios. Se necesitan nuevas instituciones que faciliten la colaboración de las empresas, los trabajadores y el Gobierno para esta modernización.

La habilidad del Gobierno para combinar el corto y el largo plazo será esencial para lograr el apoyo social. Sin una perspectiva de mejora a largo plazo es difícil lograr que se acepten sacrificios a corto. Lo que se espera del Gobierno es habilidad para lograrlo.

En el otoño habrá ocasión de comprobarlo y poder decir si es cierto en este caso aquello de que no hay mal que por bien no venga. Mientras, buen verano.

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