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Columna
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Los dioses toman Madrid

Alá, Yahvé y Jesucristo -y otros compañeros monoteístas- se han visto las caras estos días aquí para solventar cuestiones entre ellos, que deben de ser unas cuantas. Sus cónclaves han tenido escasa repercusión en el pueblo soberano y en los medios. La gente recela de la teología, los dogmatismos y los misterios, dicho sea sin señalar.

Madrid es escéptica, tolerante e incluso politeísta. La imagen de la ciudad es Cibeles, diosa pagana de Frigia. Ahora es una santa, pero de joven era fina: estaba amancebada con su hijo Atis; los sacerdotes de su culto eran castrados por decreto, a pesar de lo cual había cola para ingresar en el gremio. Los dioses paganos eran bastante extraños, como cabras, pero lo pasaban bien.

Muchas estatuas de la capital están mosqueadas, además de Cibeles, por no haber sido invitadas a los eventos, aunque sólo fuera por cortesía. Contentos están Neptuno, Apolo o la Mariblanca.

Esta última es nada menos que la diosa Venus. Pertenece al nutrido número de estatuas madrileñas errantes que no acaban de encontrar acomodo, como la falsa moneda. Su historia es ejemplar: se erigió en 1616 en la Puerta del Sol; en 1838 fue trasladada a la plaza de las Descalzas; después pasó por los almacenes de la Villa, el Museo Municipal, el paseo de Recoletos y, otra vez, el Museo Municipal, donde reside actualmente. La que se exhibe en la Puerta del Sol es una copia.

No es extraño que la mayoría de las estatuas sean pasotas; lo mismo les da ocho que ochenta, porque no se creen nada y omiten declaraciones oficiales al respecto. Sus razones tendrán; para ser estatua duradera hay que ser muy listo/a o muy ilustre/a. ¿Qué conclusiones habrán sacado los dioses en Madrid? Ellos no abrirán la boca porque son aparentemente mudos. Algo andan tramando, seguro. Pero, por favor, que no nos atormenten con parábolas. Que Dios nos pille confesados.

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