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FUERA DE CASA | OPINIÓN
Columna
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Cantantes para tiempos de crisis

Estuvimos allí. Vimos que Tom Waits es mucho más que un misterioso rumor. Es uno de los nuestros. El más ronco, más teatral y el más parecido a los ogros que poblaban los cuentos de nuestra infancia de los cantantes de nuestra vida. Con él viajan muchos: el buhonero, el saltimbanqui, el artista bajo la carpa de un circo popular, el buscavidas que se escapará del pueblo con la chica del bar. Y un explorador de borracheras, un vagabundo que canta por un nickel, un andarríos, un trotamundos y un vagamundeador que supo llegar a nuestro corazón que no estaba helado. Y es otros: un hombre rico disfrazado de estéticos harapos o un marido controlado por su mujer, una ex monja que llegó al show business. Es el buen padre que ayuda a que sus hijos justifiquen su herencia. Es el amigo de Bukowski que come en Arzak. El que da de beber a su piano hasta emborracharlo. El que recorrió el camino salvaje y el que dio la vuelta. Y el que apenas recuerda los tiempos en que declaraba: "La gente que no puede con las drogas se entrega a la realidad". Todos esos Tom Waits hemos compartido en un mejorable escenario en Barcelona, ciudad que supo cantar en tiempos difíciles.

Tom Waits es el amigo de Bukowski que come en Arzak. El que da de beber a su piano hasta emborracharlo

Recordamos a su estirpe, que hace entre nosotros su verano no sangriento. A los que hicieron canciones para escapar de un país que soportaba himnos y folclores de los ganadores de una guerra. A su amigo que navegó por parecidos ríos, Bruce Springsteen. Al sobrio, elegante, tan esencial en su poesía, seguidor de Lorca, Leonard Cohen. O al judío creyente y descreído, el primero de la estirpe, al que hizo que nuestras misas civiles llevaran las letras de sus canciones, Bob Dylan. Todos cantaron contra las guerras, contra aquella de Vietnam, contra éstas de Bush y su tropa. Cantantes, compañeros de nuestros viajes como Raimon o Paco Ibáñez, como Sisa o Aute. Con ellos, con muchos más, tomamos las playas de Canet, los campus universitarios, los estadios atléticos, las plazas de toros o los garitos ciudadanos donde escuchamos unas músicas que cambiaron nuestro mundo.

El estrafalario Tom Waits se ha estrenado en esta vieja tierra, bien conocida por sus amigos americanos. Pero sabía de sus músicas, de sus guerras. En sus años de clubes de jazz conoció a un viejo pianista manco que tocaba una canción que le gustaba a Dylan: "Sin una canción, la carretera jamás se curva". El viejo pianista, manco y de Chicago, había estado luchando y cantando en Madrid, en España, era un voluntario de las Brigadas Internacionales. Volvió a Madrid, grabó para Basilio Martín Patino. Y el extraño melancólico Tom Waits, con su voz de clamor, de profundidades de una ciudad bombardeada, nos pareció uno de ellos. De esos que nos salvan cantando canciones para después de una guerra.

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