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Columna
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Cortesías de huésped

Es de esperar que las palabras de Mariano Rajoy en Valencia en calidad de reelegido en congreso presidente del PP, en el sentido de que de ahora en adelante su partido se propone actuar exactamente como lo hace su delegación valenciana, sea poco más que cortesía de huésped, pues de lo contrario, y caso de que algún día Mariano Rajoy se alce con la victoria en unas elecciones generales, tendríamos en cosa de pocos meses una España más endeudada que toda la Unión Europea junta, un paisaje tremebundo de barracones escolares contrarios a todo respeto por la educación de los más jóvenes, no menos de quince circuitos de Fórmula 1 (con lo que todas las carreras de esa especialidad se celebrarían en nuestro país, para contento de José María Aznar y de su yerno), y una depredación sin límites de lo que queda del litoral de lo que queda de España. Además de una docena o más de televisiones públicas en las que Sánchez Dragó tendría ocasión de charlotear sobre el budismo profundo que ilumina todos sus temibles libros. Es la peor noticia de un congreso del que Aznar (con un peinado a lo Mick Jagger, y diría yo que sin bigote) ha salido muy cabreado; Fraga Iribarne, un tanto trasquilado; Esperanza Aguirre, con lo puesto; y Ruiz Gallardón, sacando pecho como hombre de futuro, a sus años. En cualquier caso, es un consuelo no ver más por la tele las autoritarias orejas de Ignacio Astarloa (que parece, tomado desde arriba, un taxi con las portezuelas abiertas, como decían de Clark Gable), aunque quizás tengamos que sobrellevar con resignación una mayor presencia en pantalla de la autoparódica Ana Botella de Aznar.

Pasando a otra cosa, porque todo esto resulta bastante aburrido, aunque también tiene que ver con las divinas artes de la representación, sucede que el Festival Grecolatino de Teatro de Mérida se inauguró con una revisitación de Medea a cargo de una Núria Espert disfrazada de Margarita Xirgu. Esa pintoresca ocurrencia se completó con la intervención estelar de Andreu Buenafuente y del llamado, televisivamente, El Follonero, siguiendo un astuto criterio según el cual los festivales de teatro clásico deben ampliarse hasta el público de hoy, aunque sea a costa de incluir en su programación disparates más o menos graciosos que nada tienen que ver con el teatro, ni clásico ni de ninguna otra clase. Lo que apunto aquí para señalar que cada vez es más frecuente ver en los escenarios lo que antes ya se ha visto en la tele, no se sabe si con el propósito de habituar a los aficionados al teatro a esa clase de sandeces o con la más diabólica intención de que el público no consiga olvidar la pesadilla de las castizas bromas de televisión ni siquiera en la penumbra cálida de los teatros. Supongo que a estas alturas el festival Sagunt a Escena tendrá cerrada una programación desdeñosa con los efluvios adolescentes de Hannah Montana, aunque disponga como repuesto de transgresiones subvencionadas a lo Fura dels Baus.

Y, en fin, señores, lo que queda de España es lo que queda de nuestro fútbol seleccionado, que finalmente se ha sacudido sus fantasmas in extremis en el azar fijo de los penaltis frente a Italia, signo inequívoco para unos de que Berlusconi no habrá de alzarse al fin con el santo y la limosna, y consuelo de muchos quilates para un Luis Aragonés que lleva toda su vida esperando este momento, lo que no cuenta mucho para otros que le ruegan que cambie de vestuario en el banquillo. Pero el banquillo se mueve, o si no, que se lo digan a las víctimas de Rajoy, y en el vestuario de los partidos se impone en sincorbatismo, no se sabe todavía si debido al calor o a una impostada informalidad adolescente.

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