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El futuro de Europa
Columna
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Europa ya no está en la timba

Lluís Bassets

Hay nuevo reparto de cartas y Europa no está en la mesa. Ésta es la dura realidad. Nos lo han dicho de forma contundente los irlandeses con su rechazo al Tratado de Lisboa. Hay tantos argumentos como se quiera para explicar lo que ha sucedido, pero una interpretación estricta de la consulta nos indica que hay 862.000 votantes a los que les interesa muy poco que la UE sea un protagonista de primer plano en la escena internacional y que superan en 110.000 a quienes piensan lo contrario. Ellos han decidido por todos nosotros, y lo han hecho justamente, pues así es como estaba estipulado en las reglas de juego. En realidad, ellos prefieren incluso que Europa no tenga personalidad, sobre todo en cuestiones de defensa y seguridad común del continente, y esto es lo que va a contar en el momento en que cada uno de los nuevos jugadores vaya recogiendo las cartas que le lleguen. Estarán jugadores a los que no se les esperaba, como India o Brasil, quizá Pakistán e Irán, a pesar de la oposición que suscitan entre nosotros, descontadas ya Rusia y China, que son jugadores natos. Pero no estará la UE ni se la espera en un tiempo largo, hasta el punto de que si alguna vez quiere quizá ya se habrá pasado el arroz para entonces.

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También nos dijeron lo mismo ayer quienes representan de forma más directa al pueblo europeo, si es que acaso lo hay, como son los parlamentarios salidos de las urnas para sentarse en el hemiciclo compartido por Bruselas y Estrasburgo. La facilidad para obtener un voto mayoritario y transversal respecto a las limitaciones a imponer a la entrada de inmigrantes contrasta con las dificultades para convencer a los europeos sobre la necesidad de aumentar los gastos de defensa, mantener misiones militares en el extranjero y jugar con medios y voluntad en el tablero mundial. Lo popular son las políticas antiinmigración y no el incremento de los presupuestos militares. Y esa facilidad política es compartida por derecha e izquierda. Hay demagogos de derechas que alientan la xenofobia, pero no están dispuestos a gastarse un duro en la defensa europea. Y hay buenistas de izquierdas que sólo quieren utilizar a los militares en mantenimiento de la paz, pero no dudan después en apoyar la directiva del retorno. Y hay luego una excepción, notable, que proporciona la tercera noticia sobre esa silla vacía en la timba a la que no acudirá Europa.

Éste es Nicolas Sarkozy, el único que decididamente y no sin sus particulares contradicciones, está a favor a la vez de la política antiinmigración y de un incremento sustancial del presupuesto de defensa. Primera contradicción: su actitud antiinmigración desmiente su sueño americano. Una Europa fuerte y protagonista sería un continente que acogería a los inmigrantes como lo ha hecho EE UU en toda su historia. Sarkozy atiende en esto a los reflejos conservadores de esa vieja Europa que teme al futuro y a la americanización. Por fortuna, ahí está la segunda contradicción. Este presidente que quiere ser tan americano y tan liberal tiene en sus manos la herencia del gaullismo, a través de su partido, continuador de los que fundó De Gaulle, y a través de la presidencia de la República, que también quedó marcada por la huella del gigante. Esta semana, Sarkozy ha presentado el Libro Blanco de la Defensa, que contiene un mensaje claro y contundente, de interés para todos los europeos: ya que Europa no está, Francia sí quiere estar e intentará jugar esta partida.

La operación es muy clara. Se trata en primer lugar de recortar los efectivos, instalaciones y gastos militares que no afecten a la cuestión esencial que está en juego. En segundo lugar, concentrar todo este ahorro en la misma defensa. Y en tercer lugar, incrementar el presupuesto de defensa anualmente a partir de 2012 en un punto por encima de la inflación. El objetivo es que Francia siga contando en Europa y en el mundo, salvaguardando sobre todo el arma nuclear francesa. Nueva contradicción sarkozyana: toda esta planificación es simultánea al proyecto de reintegración plena de Francia en la Alianza Atlántica, donde lo propio de quienes tienen armas nucleares es que compartan la llave con Estados Unidos dentro de la Alianza. No es lo que quiere Sarkozy: no soltará su arma nuclear en ningún caso, pero quiere aprovechar su voluntad de reintegrarse en la OTAN para que Washington dé luz verde a la creación de un cuartel general o centro de planificación militar exclusivo de la UE. Y esto es una buena noticia para los europeístas. Los franceses apoyan a Sarkozy en sus planes: también se juega ahí con las cosas de comer, los puestos de trabajo y los intereses de una próspera y avanzada industria militar. Pero el resto de Europa también debiera hacerlo. Ya que no podemos estar en la timba como europeos, como mínimo que Francia cuide de esa silla abandonada por la desgana del resto.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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