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Análisis:EXTRAVÍOS | Exposiciones
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Horror

Como cosido a pespunte de la asombrosa exposición Goya en tiempos de guerra, que ahora se exhibe en el Museo del Prado, se acaba de publicar la versión castellana del ensayo Goya y el abismo del alma (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores), del pensador húngaro László F. Földényi (Debrecen, 1952), el cual comienza por confesar que toda la meditación subsiguiente procede de su fascinada estupefacción ante una de las imágenes de las Pinturas negras: la de Saturno devorando a su hijo. Previo autor de otro ensayo, también traducido a nuestra lengua con el título Melancolía, donde tuvo que analizar múltiples representaciones del dios Saturno, Földényi nos explica asimismo cómo se desesperó ante su incapacidad para explicarse el sentido de la brutal versión goyesca de este antiguo mito, cuya irreductibilidad le anegaba en una estancada angustia.

Ejecutadas tras la gravísima enfermedad que padeció a fines de 1819, las así llamadas Pinturas negras, con las que embadurnó las paredes de la Quinta del Sordo que había adquirido a comienzos de dicho año, cuando ya contaba 73 años, Goya dio allí libre curso a su atormentada imaginación, poblada de recelos y atavismos. Unos 28 años antes, y a causa de otro terrible achaque, del que tardó en recuperarse casi un año, pero sin poder evitar la secuela de quedarse sordo, Goya, quizá por haber visto muy próxima la muerte, encendió la mecha de ese afán íntimo de pintar para sí lo que se le pasase por la cabeza o, como muy apropiadamente lo expresó, sólo al dictado del "capricho y la invención". Sin estas dos mortales sacudidas, que marcan además cronológicamente la madurez biológica de este genial artista, no es seguro que Goya se hubiera adentrado por el abismo por el que se dejó caer y, por tanto, no habría producido ese espeluznante conjunto de representaciones visionarias, que todavía hoy nos dejan pasmados, porque, atrayéndonos y repeliéndonos a la vez, notamos que nos conciernen de lleno, aunque sin que sepamos a ciencia cierta el porqué. Del intimidante venero icónico de estos años brota, en todo caso, la modernidad de Goya, como, con dramática agudeza, se nos muestra en la actual exposición del Prado, y, claro, como no podía ser menos, también de él se nutren casi todos los ejemplos visuales en los que se apoya la reflexión de Földényi. Este último, ayudándose en no poca medida de la psicología profunda de C. G. Jung, piensa que la insistencia de Goya por las escenas de canibalismo no sólo refleja un terror ancestral, sino que alumbra la negra luz de la abismal desolación del hombre de nuestra época.

Sea como sea, no se me ocurre mejor metáfora para describir el atronado desconcierto histórico y existencial del español Goya que lo que escribió también para sí, siglo y medio después, como si el tiempo en nuestro país hubiera estado largamente detenido, otro español atribulado, Blas de Otero, en cuyo libro Ángel fieramente humano (1950) se inserta esta contundente declaración versificada: "Esto es ser hombre: horror a manos llenas".

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