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El conflicto de Irak

El Ejército iraquí batalla por Basora

El Gobierno quiere arrebatar a la milicia radical chií el control de la urbe petrolera

Ángeles Espinosa

El líder chií iraquí Múqtada al Sáder amenazó ayer con una campaña nacional de desobediencia civil si el Gobierno del también chií Nuri al Maliki no pone fin al hostigamiento contra sus milicianos en Basora. Desde primeras horas de la madrugada, el nuevo Ejército iraquí, armado y adiestrado por EE UU, inició su primer gran ofensiva en solitario para tratar de hacerse con el control de la segunda ciudad del país y su principal centro petrolero. La violencia se extendió a otras ciudades del sur de Irak y llegó hasta Bagdad, haciendo temer una guerra interna en la comunidad chií.

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Las imágenes de televisión mostraban columnas de humo negro sobre Basora mientras de fondo se oían explosiones y disparos de ametralladora. Las calles aparecían vacías salvo por la presencia de enmascarados que disparaban proyectiles de mortero o circulaban a bordo de coches de policía. Los enfrentamientos se iniciaron al amanecer, cuando el Ejército, que había decretado el toque de queda la noche anterior, inició la operación Saulat al Fursan (Carga de los Caballeros).

De acuerdo con la información oficial, Al Maliki en persona dirige las actividades militares desde un cuartel cercano a Basora, adonde llegó el lunes. "Esta operación no concluirá en Basora hasta que se imponga la ley y el orden", declaró el portavoz del Gobierno, Alí al Dabbagh. En Basora se produce en torno a 1,6 millones de barriles de crudo diarios de los 2,3 que extrae el país. Es clave para la economía y los recursos financieros del Estado.

El movimiento de Al Sáder, que refuta la legitimidad del Gobierno de Al Maliki, pidió el cese inmediato de la incursión militar. En una declaración leída por uno de sus colaboradores, Múqtada convocó a los iraquíes a realizar "manifestaciones y huelgas en todas las provincias" y amenazó con una "revuelta civil" si continúan los ataques de las tropas contra sus milicianos.

Para empezar, ayer hicieron una exhibición de poder al lograr el cierre de la Universidad de Mustansiriya, en Bagdad, y de los comercios en varios barrios de la capital. Un tercer nivel de respuesta que el portavoz no especificó podría suponer el fin de la tregua unilateral que mantiene desde el pasado agosto y a la que se debe en gran medida el descenso de la violencia sectaria.

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Esa posibilidad suscita el espectro de una guerra abierta entre las principales milicias chiíes, el Ejército del Mahdi del propio Múqtada y la Brigada Al Báder del Consejo Supremo Islámico de Irak de Abdulaziz al Hakim. La rivalidad entre ambos líderes, que arranca de sus orígenes familiares y se basa en dos concepciones distintas de Irak, se ha agrandado desde la salida de los partidarios de Al Sáder del Gobierno.

El intercambio de disparos en zonas de Ciudad Sáder, el feudo de los radicales chiíes en Bagdad, llevó a los soldados iraquíes y estadounidenses a sellar ese suburbio en el que se hacinan dos millones de chiíes. En Kut, en el camino entre la capital y Basora, el Ejército del Mahdi logró hacerse con 5 de los 18 distritos de la ciudad. Los milicianos también se enfrentaron a la policía en Hilla. Las fuerzas de seguridad impusieron el toque de queda en ambas ciudades además de en Nasiriya, Samawa y Diwaniya, todas al sur del país. Aunque la información era fragmentaria, las agencias de noticias hablaban de al menos 30 muertos, además de medio centenar de heridos sólo en Basora.

Soldados iraquíes patrullan junto a un carro de combate en la ciudad de Kut, al sur de Bagdad, donde ayer se produjeron enfrentamientos con milicias radicales chiíes.
Soldados iraquíes patrullan junto a un carro de combate en la ciudad de Kut, al sur de Bagdad, donde ayer se produjeron enfrentamientos con milicias radicales chiíes.EFE

Múqtada al Sáder, un clérigo con olfato político

No es un eminente ayatolá, pero ciñe el turbante negro de los descendientes del profeta. Tampoco es un político al uso, pero lidera el único movimiento de masas surgido tras el fin de la dictadura de Sadam Husein. Y a pesar de las acusaciones de proiraní, enarbola la bandera del nacionalismo iraquí. Hijo y sobrino de dos venerados ayatolás asesinados por Sadam, Múqtada al Sáder, de 32 años, ha sabido catalizar el descontento de los desheredados chiíes de Irak, quienes engrosan su milicia, el Ejército del Mahdi.

Con gran olfato político, Múqtada se movilizó rápidamente tras la caída de Sadam en abril de 2003. Aprovechó las redes de caridad establecidas por su difunto padre para poner en pie un sistema de servicios sociales, al estilo del que Hezbolá gestiona en el sur de Líbano, en uno de los arrabales chiíes más pobres de Bagdad, Ciudad Sadam. Sus agradecidos habitantes lo rebautizaron Ciudad Sáder. También se apresuró a nombrar imanes para las mezquitas desertadas por los clérigos afectos al régimen depuesto, lo que le permitió ampliar sus bases.

Al mismo tiempo empezó a reclutar voluntarios para su milicia. Los entre 500 y 1.000 combatientes que los analistas militares le atribuían en el verano de 2003 se habían convertido en 60.000 hombres armados el año pasado, cuando un informe del Pentágono tildaba al Ejército del Mahdi de "la amenaza más significativa a la seguridad" en Irak.

Cómo lo logró tiene tanto que ver con la miopía de EE UU (bajo cuya ocupación se armó) como con su personalidad. Envuelto en el sudario blanco que simboliza su disposición al martirio, Múqtada habla el lenguaje de la calle. Frente al árabe clásico que emplean los clérigos de la Hawza (la autoridad colegiada chií), su árabe coloquial resulta familiar a los jóvenes chiíes desposeídos. Y su agresivo antiamericanismo les ofrece una vía para canalizar la rabia y la frustración acumuladas ante la falta de expectativas.

En una última muestra de su astucia y de sus ambiciones, Múqtada se ha retirado oficialmente de la política activa para dedicarse al estudio de los textos sagrados. Pretende alcanzar el grado de ayatolá que le permita hablar de tú a tú con el liderazgo religioso que hasta ahora le ha tratado con condescendencia.

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Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

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