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Columna
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La alegría de vivir

No creo que exista hoy un científico más famoso que Stephen Hawking. ¿Quién, que no sea él, ha aparecido en un episodio de Star Trek (jugando al póquer con Newton, Einstein y Data, y ¡con Marilyn Monroe sentada en sus rodillas!) o de Los Simpson? Y eso que su profesión es una particularmente exigente y abstrusa: el estudio de la gravitación y del origen, estructura y dinámica del universo.

En cuanto a cuándo llegó esa fama, no hay duda: en 1988, cuando apareció su libro Historia del tiempo, que se convirtió inmediatamente en un best seller. Los editores saben muy bien que es difícil predecir si un libro se convertirá en un éxito de ventas. Ayuda, desde luego, su tema. Y el de la Historia del tiempo nos es muy querido a los humanos: el universo. Sucede, además, que Hawking se benefició de la reciente aparición en el escenario de la astrofísica y cosmología de unos objetos particularmente sugerentes: los agujeros negros, lugares en los que el espacio, el espacio-tiempo de la relatividad, se rompe engullendo todo lo que llega a ellos (el propio Big Bang es una singularidad del espacio-tiempo). Pero no basta con tratar de objetos tan extraños como estos para hacer de un libro un best seller mundial. Hace falta algo más. Y en este caso, ese algo más es la manera en que Hawking insertaba complejas y con frecuencia altamente especulativas cuestiones, que seguramente pocos lectores comprendían, con otras que a todos nos interesan (y lo hacía estableciendo un diálogo casi familiar con los lectores, muy diferente a la manera de escribir de la mayoría de los científicos). Cuestiones como ¿de dónde viene el universo?; ¿cómo y por qué empezó?; ¿tendrá un final, y, en caso afirmativo, cómo será? Además, y siguiendo una larga tradición, Hawking (que no es creyente) no olvidó reflexionar sobre Dios: "¿Cómo eligió Dios el estado o configuración inicial del universo?".

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La novela de Hawking

Sería estúpido no incluir también entre las razones que hicieron de Hawking una celebridad la terrible enfermedad que padece: la esclerosis lateral amiotrófica. Su constante lucha contra este mal, o, mejor, su capacidad de resistir el constante deterioro de su cuerpo, atrajo hacia él el interés y la simpatía de la gente, un interés y una simpatía que han ido creciendo al mismo tiempo que su condición física empeoraba. Desde hace mucho es, digámoslo así, una poderosa mente atrapada en un pobre cuerpo casi paralizado (lo que no le ha impedido continuar publicando libros espléndidos, como El universo en una cáscara de nuez). Un pobre cuerpo, sí, pero que encierra un espíritu alegre. Hace unos meses pudimos ver una fotografía en la que se le veía feliz, suspendido en el aire en una cámara de gravedad cero. ¡Qué lección de alegría de vivir, cuando la mayoría pensaríamos que así no merece la pena! Muy al contrario, él sí cree que la merece. "Ha sido una oportunidad gloriosa estar vivo e investigar en física teórica", escribió cuando cumplió 60 años, "nuestra imagen del universo ha cambiado mucho en los últimos 40 años, y soy feliz si he realizado una pequeña contribución... No hay nada como el momento del Eureka, de descubrir algo que nadie sabía antes. No lo compararé con el sexo, pero dura más". -

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