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Columna
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Roma

Cuando excavas en Valencia sale Roma. Azorín lo escribió: Roma está patente en Valencia. En cualquier yacimiento arqueológico y siempre que se socava en las capas superpuestas de restos de otras épocas, aparece el sello de la civilización romana.

Aunque la reciente afición de enfrentar a moros y cristianos en comparsas, desfiles y alardes nos sitúa en un escenario donde la bandera verde del Islam parece ondear a los cuatro vientos, los vestigios árabes son efímeros en la Comunidad Valenciana. La modificación de unos establecimientos de baños, algunos elementos de una mezquita, la nomenclatura de bastantes pueblos o determinados rasgos en recetas de la gastronomía doméstica marcan una singular etapa de varios siglos de dominación árabe. Es como una capa coyuntural que cubre la sólida cimentación que dejó Roma en Valencia durante los primeros siglos de la era cristiana. Y el discurso de Roma está marcado por el signo de la paz. La vía Augusta que recorría el Imperio era una manifestación de paz que recorría la ciudad de Valencia desde la huerta, donde hoy está la Cruz Cubierta, hasta las entrañas de la ciudad que hoy preside la Catedral. El trazado de la calle de Sant Vicent Màrtir, la más larga de la ciudad, se jalona con el templo más antiguo de Sant Vicent de la Roqueta, hoy en estado lamentable de conservación.

La Comunidad Valenciana, ahora que tiene ópera, Hemisféric, Oceanogràfic, Auditori en Castellón y en Alicante, Terra Mitica y Ciudad de la Luz, debería emplearse para disponer de un Ara Pacis, particular, al modo del altar del Campo de Marte de Roma, que conmemora la paz que por fin Augusto aportó al Imperio.

El poeta Gabriel Celaya decía que nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno y por tanto, conviene recordar que la Comunidad Valenciana, a pesar de los fastos de la celebración de Jaime I en su 150º aniversario, carece de proyecto global para el futuro. Jaime I, rey de Aragón, cuando entró en Valencia lo hizo cargado con los atributos de sus amplios poderes territoriales. No es ninguna broma. Si nació en Montpellier tendría muy presente el Roussillon y el respaldo de Cataluña y Aragón. A los pies de su estatua ecuestre del Parterre se bailaban sardanas hace cuarenta años, cada domingo, con instrumentos idóneos. ¿Quién osaría ahora bailar sardanas en el centro de Valencia? Es cierto que los tiempos cambian, aunque no siempre fueron como nos los pintan.

La guerra del agua ha abierto otro frente a golpe de trasvases, desaladoras y derechos históricos de los regantes que, en algunos casos, son oportunistas y tan recientes como lo son las pretensiones de sus demandantes. Guerra hacia el norte con Aragón y Cataluña, mientras se fragua una discusión bizantina entre regantes del Júcar y los del Vinalopó sobre la calidad del agua y sobre si cogemos el aporte en la desembocadura aguas arriba. Pero, cuidado con lo que se manifiesta y con lo que se denuncia porque con esos caudales hídricos se riegan las hortalizas y se da de beber a los ciudadanos de la Ribera Baja del Xúquer. Enemistar en luchas fratricidas a los valencianos es un delito del que Roma sabe mucho, y en Valencia no conviene olvidar.

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